Traducir/Translate

jueves, 22 de agosto de 2013

La espera (y la gente) que desespera. (Más vale tarde que nunca)

Hace exactamente ocho meses y una semana llegó Giulia a este mundo y hace más de siete meses que no escribo ningún post. Los motivos de la “para” han sido varios y diversos: por un lado me quedé sin computadora (larga y triste historia), por el otro me ganó el parto y luego, ya con Giulia acá, me ganó el tiempo (y me faltó inspiración).

De hecho este post lo empecé a escribir el 15 de diciembre de 2012 en la madrugada, en un momento de insomnio (y de cólera, debo admitir…y ese era (es) justo el motivo del post) y en la computadora de mi mamá (porque ya la mía la había llevado a reparar), con la idea de poder capturar lo que sentía en ese momento, cuando mi fecha de parto ya se había pasado y todo el mundo –menos yo- estaba desesperado porque llegue Giulia. Felizmente, mientras empezaba a escribir esa madrugada, una voz interior muy sabia me dijo “mejor para que si resulta que das a luz más tarde vas a estar muerta para el trabajo de parto” y, muy obediente yo, apagué la computadora. Ese mismo día di a luz.

Desde ese día, y a partir del quinto mes de Giulia, he tratado de escribir este post al menos 5 veces. No pude. No quedaba como quería, no lograba transmitir lo que sentí en esas últimas semanas de lo que ha sido una de las mejores experiencias de mi vida.

Hoy vuelvo a tratar y espero –esta vez si- poder resucitar mis emociones de esos días luego de pasada mi fecha prevista de parto (felizmente tengo algunos mails que me van a ayudar a recordar) para así poder terminar, con este post y uno más, el recuento de esta espera tan maravillosa.

Por alguna extraña razón que todavía no he investigado, Perú es el único lugar donde se dice que las primerizas “se adelantan”, o sea, que paren antes de tiempo (en el resto del mundo se dice -y las estadísticas más recientes lo corroboran- que las mujeres embarazadas de su primer hijo se atrasan en dar a luz). Por eso, desde que pasa la semana 37 que es cuando el bebé ya está “listo” (léase, ya no sería prematuro) uno como que empieza a sentir que “ya, en cualquier momento es” y como que espera que algo pase… Pues en mi caso no pasó mucho, no dilaté, no tuve contracciones (ni de verdad, ni de mentira ni de ningún tipo), no se encajó la bebe, no se posicionó el cuello del útero, nada… sólo se me cayó el tapón (pero eso es algo que puede suceder el día anterior al parto o semanas antes, de hecho, a mí se me cayó dos veces antes de dar a luz).

Ya me habían dicho varias personas que una de las cosas que generan más ansia en la última etapa del embarazo (además de los dolores de todo y el hartazgo generalizado, ambas cosas que nunca sentí felizmente) era el constante “¿ya?”, “¿qué, sigues embarazada?, “¿todavía no das a luz?”, etc. Felizmente, en mi caso no fue así. En medio de todo, fueron pocos los comentarios y los que tuve no me fastidiaron. La mayoría fueron simpáticos y casi siempre los consideré hasta piropos porque venían acompañados de gestos de sorpresa por mi buen estado físico y de ánimo. Ya hasta habían apuestas sobre qué día llegaría Giulia (de hecho, hasta ahora le debo un helado a la ganadora, mi doula, que decidió basarse en las estadísticas más recientes y apostar porque Giulia nacía a la semana 40 más 5 días). Por otro lado, la gente que me veía en persona normalmente no podía creer que me faltara tan poco para dar a luz o que estuviera en un bar un día antes de mi supuesta fecha de parto, bien suelta de huesos. O sea que por ese lado, pasamos piola.

Una cosa que si me daba un poco de cólera eran las afirmaciones (principalmente provenientes de las más antiguas generaciones limeñas que obviamente estaban convencidas que me tenía que adelantar) que decían que mi doctor se había “equivocado” en calcular la fecha de parto porque “NO PODÍA SER” que todavía no hubiese parido y que no sintiera ni media contracción. Al principio me mataba diciéndoles -o diciéndole a mi mamá que les diga- que no se habían equivocado nada y que es lo normal y todo el demás discurso. Al final ya me daba más risa que cólera.

Si me preguntaran qué fue lo peor de la espera de las últimas semanas, diría que en cuanto al embarazo en sí mismo, casi nada. Tuve la suerte de estar 100% operativa hasta el final. Caminé como loca hasta el último día (quizás por eso el caminar no tenía ningún efecto en iniciar el trabajo de parto, porque lo había hecho durante todo el embarazo), podía comer de todo (en las noches si me cuidaba para no estar tan pesada), nunca anduve como pato (justamente porque Giulia nunca encajó), en verdad, hubiera podido seguir embarazada un buen rato más. Lo único que si fue un poco fastidioso fue tener que ir TODOS los días al consultorio a que me chequeen y tener que recibir hierro intravenoso porque a mi nuevo doctor (¡ah si, olvidé mencionar que cambié de doctor en la semana 38!) si le importaba que mi nivel de hierro fuera alto como antes del embarazo (yo sabía que no era necesario –a mi anterior doctor no le importaba- que fuese así, pero como el doctor aceptó varios de mis pedidos para el momento del parto, no me molestó el tema del hierro…no se pueden ganar todas las batallas). Lo del hierro si causó molestias físicas que me hubiera gustado ahorrarme y que no voy a detallar.

Hubo un momento en que si colapsé, creo que fue justamente el día antes de dar a luz y fue justo ese colapso el que motivó que iniciara a escribir este post esa madrugada. Por un lado, tenía a todo el mundo queriendo que Giulia llegue, a Alberto que todos los días preguntaba en las mañanas y en cada llamada “¿ya?” (las preguntas de Alberto no me estresaban, entendía perfectamente su emoción/desesperación). Por otro lado, me tenía a mí que, aunque no estaba desesperada aún, si estaba pendiente de “sentir” (como si uno tuviera que estar pendiente para sentir las contracciones…son bastante claras la verdad…pero en ese momento, no sabía si las iba a saber reconocer). Encima, estaba teniendo preocupaciones y motivos de estrés que no tendría por qué haber tenido. En ese momento, lo único en lo que tendría que haber estado pensando es en mí y en estar tranquila. Sin embargo, no era mi caso, motivos externos me estaban haciendo plantearme una inducción que yo no quería, sólo para que el parto no se siga atrasando. Además, acá como en la mayoría de países (por lo que escucho de mis amigas) te ponen como límite la semana 41 para dar a luz y eso también es un generador de estrés porque muchas inducciones terminan en cesáreas que en otras circunstancias no hubieran sido necesarias (más aún en mi caso que, como ya dije, no había hecho mucho progreso con la dilatación ni con nada) y yo no quería eso así que, aunque estaba feliz y muy cómoda con mi panza, de alguna manera, uno empieza a querer dar a luz, sólo para evitarse una inducción que pueda terminar en la sala de operaciones.

Estando así las cosas, ese día, saliendo del hospital de mi chequeo diario (esa vez fui sola porque luego tenía un desayuno con unas amigas), me eché a llorar y caminé y caminé (a ver si de paso la caminata ayudaba) en el frío hasta que se me pasara. Además de todo lo que me estresaba, en ese momento ya el sólo hecho de ir al hospital me deprimía (y eso esto era medio irracional pero así lo sentía) porque nunca cambiaba nada, siempre mi cuello del útero estaba igual -aunque yo sabía que eso no significa nada y q igual podía dar a luz de un momento a otro-, siempre el monitor marcaba que no habían contracciones…como que psicológicamente empezaba a necesitar ver que algo se estaba moviendo. Para remate, habíamos llegado al punto en que yo era la única embarazada que iba todos los días al hospital. Hasta unos días antes eran varias mujeres las que siempre estaban y, aunque no las conocía y tampoco les había hablado, ya las reconocía. Pero ese día, ya no había ninguna, sólo quedaba yo, todas habían ya dado a luz (¡cuatro de ellas el 12.12.12, qué coincidencia!) y eso me estresó más.


Por otro lado, por ratos me preguntaba si no estaba siendo irracional estresándome por la inducción que no quería. Me ponía a pensar que hasta hacía seis meses antes de parir no sabía nada de todo lo que sabía en ese momento ni me importaba tanto lo de las inducciones, episiotomías, epidurales y demás. Me decía “si no me importaba antes debería ya mandar todo al cacho y pedir que me induzcan y ya”, pero luego pensaba que no, que todo lo que quería en ese momento –un parto natural, no medicalizado salvo que fuera realmente necesario- era el resultado de todo un proceso de aprendizaje y de un camino todo mío de varios meses que no tenía por qué dejar de lado. Tenía que ser Giulia y/o la naturaleza, la que decidiera cómo y cuándo iba a convertirme finalmente en mamá y no yo tomando decisiones que no quería solamente motivada por el estrés de factores externos, que nada tenían que ver con el embarazo en sí mismo. Y así fue… y estoy feliz de que así fuera aunque, como era de esperarse, no todo pasara exactamente como lo planeé…


miércoles, 21 de noviembre de 2012

Mi último fin de semana sola


Muchos de ustedes vieron que posteé en mi estado de facebook que estaba emocionada con mi último fin de semana sola. Y cuando dije sola me refería a SOLA, sola sin Alberto, sola sin mis papás, sola sin Giulia, bien y felizmente SOLA, sólo conmigo, como quien dice, “me, myself & I” (a ver, tenía a mis amigos acá per yo quería estar SOLA y estaba feliz con la idea).

Yo se que a algunos les parecerá rara o exagerada tanta emoción y creerán que soy mala por estar tan contenta de que mi esposo se vaya de viaje y de no tener todavía a mi hija, sobre todo tomando en cuenta que seguro hay muchas mujeres que a estas alturas de su embarazo sienten –aunque estoy segura que muchas sólo lo dicen pero en verdad  no lo sienten tanto- que ya no pueden más por conocer a sus bebés y que no ven la hora de tenerlos/as con ellas. Pues yo lo digo bien orgullosa: estaba contenta de estar sola, estaba contenta de poder tener ese último fin de semana para mi, estaba contenta de poder hacer todo el día lo que quiera sin hablar con nadie si no quería (ojo, no es que con Alberto acá no pueda hacer lo que quiera, sobre todo los días de semana que estoy sola todo el día, pero es diferente, este era MI fin de semana). Estaba feliz de poder tener esos días para mi, aunque no hiciera nada especial con ellos (como de hecho fue, me dediqué a comprar las cosas que faltaban para Giulia).

Por otro lado, aunque para muchos no sea un gran evento, como ya lo he dicho antes, para mí el estar sola es un hábito, una costumbre –que además aprecio- y que como todo hábito o costumbre, cuesta romper…y yo la voy a tener que romper de “zopetón” el día que Giulia decida hacer su esperada aparición. Así que si, para mí, este fin de semana era un GRAN EVENTO (como se dice en inglés, un “big deal” -perdonen la “gringada/huachafada” pero es que así se expresa mejor).     
         
Y no me malentiendan, yo se que la vida con Giulia será aún más linda, que si ahora mi vida es feliz y maravillosa (porque de verdad la considero así, no perfecta, pero si muy feliz y maravillosa, una vida en la que no me arrepiento de las decisiones tomadas y los caminos elegidos aunque con ellos haya hecho sacrificios y a veces vea las cosas dejadas en el camino con nostalgia), con Giulia será MÁS FELIZ Y MARAVILLOSA, pero como por ahora conozco sólo “feliz y maravilloso”, quiero disfrutarlo hasta el final.

Y lo quiero disfrutar porque ahora que cada vez se acerca más la fecha, y la verdad ahora si siento que se acerca, no sé si es por la certeza de estar ya en la semana 38 (y que mi aplicación del Ipod dice “19 days to go” y que, sea como sea, de la semana 41 no voy a pasar), si es por un tipo de corazonada –ya sabemos todos que mi sexto sentido no es muy acertado que digamos-, o porque ahora voy al médico hasta dos veces por semana y me conectan a un monitor cada vez; tengo frecuentemente esta sensación de que muchas de las cosas que hago son mis “últimas” (mi última ida al cine sola –fui a ver Twilight porque seguro nadie iba querer ir conmigo igual; mi último paseo fuera de la ciudad –que no llegué a hacer pero mientras tenía que decidir si ir o no, aunque sabía que era mejor no ir, sentía una angustia porque era el último, y así con varias cosas) y me entra el miedo, el miedo de extrañar todos  estos “últimos”.

Y no sólo es de extrañar esas “últimas” cosas que me da miedo. Como ya había contado, el final del embarazo me ha vuelto más emocional que el inicio (aunque debo decir que parece que lo peor ya pasó, creo que fue la semana 36 la del pico hormonal, por varios días sentí que estaba al borde de las lágrimas constantemente…) y lo que más me entró creo (y digo creo porque sigo sin estar 100% segura que esa sea la única razón por la que me sentía tan llorona o si mi personalidad racional ha decidido que esa sea LA razón porque NECESITO tener una razón…ya sabemos que la excusa de “son las hormonas” no nos satisface mucho ni a mí ni a mi cerebro) fue el miedo a no saber qué hacer cuando nazca Giulia. Miedo a las cosas menos importantes en verdad (no vale burlarse), no al momento en que llore y no saber por qué o a que se enferme y no saber qué hacer (eso ni lo había pensando y ahora que lo pienso, tendría más sentido tenerle miedo a eso…es más ¡qué miedo!) sino a miedo a vestirla mucho y que se achicharre o a vestirla poco y que se congele (este miedo es propio del hecho de que la pobre nace en pleno invierno), miedo a no saber cambiarla (y encima, ¡mi mamá que es la que viene a ayudarnos y enseñarnos no ha cambiado un bebe en los últimos 30 años! ¡Es más, se acaba de enterar que ya no se usa talco sino estas cremas como Desitín en los pañales!), miedo a que la mamá relajada que según yo quiero ser, se convierta en un monstruo aprehensivo que no sea capaz de dejar a su hija ni un segundo sola porque no confíe en nadie (ni en el padre) o que no sepa darme cuenta que ya es momento de sacarme la leche para poder dejarla con su biberón, miedo a que en vez de querer andar de callejera por la vida como normalmente hago, me den ganas de estar encerrada por la flojera de tener que salir en invierno con todo un cargamento y mi pobre hija vestida como astronauta (aunque la ropa de astronauta la tiene y linda) o a volverme una traumada de los gérmenes y bichos cuando en realidad yo soy de la opinión que un poco de bacterias le hacen bien a todos (de hecho no he comprado ni esterilizador con esta teoría).  

No sé, miedo a al final no ser como me gustaría ser como mamá (como verán, la confianza que según yo le tenía a mi instinto, como dije en uno de los primeros post se fue al cacho): una mamá con una hija que se adapta a todo, que en el avión se la puedo “prestar” al vecino desconocido sin que ella llore si tengo que buscar algo en el maletín (nos ha pasado que nos han “prestado” bebes así y nos pareció lo máximo), que deja que todo el mundo la cargue, una mamá con una hija que si bien tiene horarios y estructuras también puede romper con ellos de vez en cuando y bueno pues, si un día no hay para que coma papilla hecha en casa en la calle a la hora que le toca, no hay que correr de regreso sino que se come un pan y ya, en conclusión, una mamá fácil, con una hija fácil (claro que esto también va a depender de su carácter), que se la cuelga encima (ya me compré mi tela gigante para ponerme a Giulia y estoy practicando con un peluche…es de lo que más me emocionaba de las cosas que comprar) y sigue su vida feliz sin hacerse bolas.

Y bueno, por esos y muchos más miedos quería aprovechar este último fin de semana en que era yo y sólo yo, con miedos y todo pero aún sin la necesidad de enfrentarlos cara a cara (ni de cambiarle pañales). Si hay algo que me tranquiliza es que creo que la mamá que quiero ser se parece bastante a la mujer que normalmente soy (sólo que con “yapa”) y que he sido en los últimos tiempos y que creo que con todo y mis miedos (muy usuales ellos por cierto, según leo) creo que tengo altas probabilidades de salir airosa luego de un –espero breve- periodo de adaptación. Y para terminar, sólo quería que conste, que aunque me encantó estar sola y casi no respondí ni llamadas ni mensajes de texto (¡perdón!), contra todo pronóstico, extrañé a Alberto.

martes, 20 de noviembre de 2012

Aprendiendo a pedir ayuda…


La llegada de Giulia no sólo va a implicar muchos cambios en nuestra vida, en nuestra rutina, en nuestros horarios de sueño, y en mil cosas más. También va a implicar algunos cambios en nosotros como personas (al menos en mí, seguro).Estoy segura que el sólo el hecho de traer al mundo una vida me va a hacer de por sí una persona diferente. Pero eso no será todo. Seguro van a haber (y tener que haber) muchos cambios más.  Uno de estos cambios, es más que nada un reto: y es el de aprender a pedir ayuda.

Suena bien fácil eso de pedir ayuda, ¿no? De hecho es una suerte que no todo el mundo tiene: el tener a quien pedirle ayuda. Muchas personas, en circunstancias difíciles, simplemente no tienen a quien acudir. Yo, sin embargo, a pesar de estar lejos de mi casa, de mi familia, de mis amigos históricos, de la gente a la que uno naturalmente pediría ayuda, tengo la gran fortuna de estar rodeada de personas que sin conocerme tanto (o tanto tiempo) –algunas- no hacen más que ofrecerme una mano cada vez que me ven.  Desde ofrecerse a llevarme a cualquier lado si ya no quiero caminar, o a traerme cosas que me quieren prestar/regalar para la bebe, o de venir a buscarme para llevarme al hospital en caso de emergencia o de cuidar a Giulia cuando yo quiera ir a darme una vuelta. Una vez más, no me queda más que agradecer la suerte que tengo de haberme encontrado con toda esta gente maravillosa que, como yo, creen que la amistad más allá de la distancia, del tiempo y que quiere “invertir” su cariño en personas como nosotros, que muy probablemente no estemos por estos lares tanto tiempo.

El problema para mí no es tener la ayuda, es aprender a pedirla o aceptarla. Desde siempre (creo, o desde que me acuerdo, lo cual podría significar que desde que soy adulta porque mi memoria “pre adultez” deja mucho que desear) he sido bastante independiente. Siempre me ha gustado hacer mis cosas sola, desde ir al médico (cosa que a mi mamá no la hacía muy feliz) hasta cosas sencillas como querer ponerme el abrigo cogiendo mi cartera (y los guantes, el gorro y la chalina) entre los dientes cuando tengo a Alberto al lado que tranquilamente podría sostenerla (y comprenderán que a él esto no lo hace tan feliz…siempre se queja de que no le pido ayuda). Y como estos, muchos ejemplos de mi afán completamente innecesario e irracional de dármela de autosuficiente con cosas que en verdad no tienen ningún sentido sólo por no “molestar” al resto, resto al que definitivamente no estaría molestando (cosa que se por cierto porque yo en el lugar de ellos estaría feliz de ayudar también).

Pero claro, ahora la cosa va a ser diferente… supongo. En todos los libros, blogs, páginas web, etc. que leo sobre bebes y las primera semanas de maternidad, los consejos más recurrentes son “PIDE AYUDA, dedícate SÓLO y EXCLUSIVAMENTE a dar de lactar (si quieres dar lactancia exclusiva y prolongada como quiero hacer yo) que con eso ya tienes para todo el día”, “que alguien más se encargue de las cosas de la casa” (para que puedas dormir cuando el bebe duerme), “que se acumulen las “bolas de polvo” y la ropa sucia”, “cocina anticipadamente y congela”, “ten a la mano números de restaurantes y supermercados que hacen entrega a domicilio”, “las primeras 6 semanas son de sobrevivencia, la meta es resistir con tu salud mental intacta”, etc. Aunque a mí me suena un poco extremo, si todo el mundo lo dice/escribe, algo de cierto tendrá que haber, ¿no? Y aunque felizmente tendremos a mi mamá con nosotros para ayudarnos, tampoco es que la tendremos para siempre (como además es justo que sea), ni que viva a cuatro cuadras como para que venga a ayudarme cada vez que esté al borde del colapso (cosa que seguro sucederá de vez en cuando). Alberto estará también conmigo (probablemente tome su permiso post natal cuando mis papás se vayan) pero también tiene que volver a trabajar en algún momento y empezará a viajar como siempre…y ahí si seremos Giulia y yo. Será ahí cuando empiece el reto… ¿me atreveré a pedir ayuda? ¿Venceré mi autosuficiencia empedernida? Esperemos que si… por lo pronto prometo hacer el esfuerzo de tratar de hacerlo.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Evolucionando.


Más de un par de meses ha pasado desde que escribí diciendo que no quería dar a luz. Bueno, sigo sin querer dar a luz (al menos no mañana). Eso no quiere decir que las cosas no hayan cambiado en estos meses. Si han cambiado y bastante.

Para empezar, Giulia está casi “lista”. El domingo cumplí oficialmente 8 meses (35 semanas), lo que significa que en menos de dos semanas Giulia podría nacer y no ser ya una bebé prematura. Hoy tuve mi última clase prenatal, he retomado el yoga con fuerza (lo tuve que suspender por unas semanas porque se cruzaba con mis clases prenatales y con otras cosas) y el fin de semana subsiguiente tendremos nuestra clase de pareja donde Alberto entenderá mejor cuál es su función el día del parto (él no ha podido ir conmigo a las clases prenatales porque no tuvieron mejor idea que hacerlas en la mañana en días de semana…pero yo le cuento siempre las cosas que he aprendido  y le enseño los videos que nos han puesto). O sea que la parte física podríamos decir que está.

En cuanto a la parte logística, también estamos casi listos, ya tenemos el coche, ya hice mis famosos pompones y ya compramos el mueblecito que va en el cuarto de Giulia, que me dispuse a armar el lunes en la tarde (¡me encanta armar cosas!) ¡y por el cual mi pobre espalda sigue pagando las consecuencias! O sea que el cuarto está listo (o estará mañana que nuevamente agarre fuerzas para guardar las cosas que todavía tengo en organizadores gigantes). Ropita tenemos mucha gracias a los regalos y herencias de tantos amigos de todo el mundo (este embarazo nos ha hecho darnos aún más cuenta o, en todo caso, recordar, que la verdadera amistad no tiene que ver con tiempo de conocerse ni con distancia, sólo con cariño y voluntad de crear y mantener lazos fuertes a pesar de todo), ya está lavada y planchada y categorizada por edades para tener más claro en qué orden usarla (y espero me de tiempo de usarla TODA porque toda es LINDA). Mi lista de cosas por comprar está casi casi terminada y lo que falta espero terminar de comprarlo en la semana o a más tardar la próxima pero digamos que si Giulia llega mañana, estamos logísticamente listos (¡¡salvo por los pañales que Alberto tendría que ir a comprar corriendo antes de nuestro regreso de la clínica!!).    

Sobre cómo me siento físicamente, es cierto lo que dicen, nada como el segundo trimestre. Ya volvieron algunas de las molestias de las que me había “deshecho” (como indigestarme más rápidamente) y han aparecido algunas que no tenía (como tener días en los que tengo que caminar muy lento, o no poder dormir bien algunas noches o, como hoy, sentir que Giulia me está apretando los pulmones y que me falta el aire), pero aún nada tan grave como para llegar al punto de querer que “me saquen a esta niña de adentro”. Todavía me siento feliz con mi panza, cómoda con mi cuerpo y, aunque más cansada, aún encantada con todo el proceso que si pues, incluye algunas molestias, pero aún con ellas no me cambiaría por nadie en este momento.



Respecto a las hormonas, debo reportar que en esta última parte del embarazo estoy bastante más hormonal que antes. Lo que a muchas mujeres les pasa al principio, a mi me ha pasado más bien al final. Lloro con mucha facilidad. No es que llore sin motivo, no es que de un momento a otro me vengan ganas de llorar o que esté en una montaña rusa de emociones y que tenga cambios de humor repentinos es simplemente que a la más mínima provocación lloro. Y lo odio. Lo odio porque yo no suelo ser así, lo odio porque siento que me hace ver irracional y que mis argumentos pierden peso cuando hay lágrimas de por medio. Por otro lado me gusta en el sentido que es liberador, que en ese momento, por alguna razón, sólo siento la necesidad de llorar y que llorar casi sin control se siente bien. El lado amable es que siempre puedo reconocer la causa de mi llanto. Como dije, no es que sea un llanto inmotivado, es sólo un llanto exagerado, por cosas que normalmente no lloraría. Pero a mi parte racional (que es la mayor parte en mi) le consuela saber que hay una razón, aunque esa razón no sea proporcional al llanto que genera.

Emocionalmente no se si estoy lista para la llegada de Giulia, creo que si, o por lo menos estoy cada vez más cerca de estarlo. O sea,  como ya he dicho antes, voy por el camino justo de estar todo lo lista que se puede estar para un cambio como este. Es cierto, todavía me da un poco de flojera el hecho de pensar en las primeras semanas de lactancia cada 2 o 3 horas y en que seguro andaré muerta porque no dormiré tanto pero, para ser sincera, no veo la hora de tener a Giulia conmigo y poder darle de lactar. Es más, aunque no lo crean, aunque no quiero que pase mañana, le tengo muchas ganas al parto también. Me muero por vivir la experiencia, por pasar por el proceso de traer a Giulia al mundo y si, de hacerlo yo sola (es decir sin ayuda de intervenciones médicas como hormonas artificiales) y si es posible 100% natural (léase sin epidural).

Parte de mi evolución de los últimos meses ha tenido que ver mucho con mi forma de ver el parto y la lactancia. Nunca me cansé de decir en mis post anteriores que estoy maravillada con la naturaleza, con el proceso por el que atraviesa el cuerpo cada día y los cambios que, desde fuera, uno puede ver en todo momento. Pero la verdad es que mi sorpresa o mi admiración por la naturaleza va, cada vez más, mucho más allá de los cambios que he experimentado yo misma. Mi admiración ahora (y seguro cada día será aún más) es mucho más general y me ha hecho cambiar muchísimo la idea que tenía de lo que quería que fuera mi parto, de lo que yo creía era o debía ser un parto y también de la lactancia.

Hasta hace unos meses (y desde antes de salir embarazada), yo quería un parto natural porque – decía yo- por algo se llama natural, porque es la forma que la naturaleza ha establecido que deben nacer los niños.  Lo quería con epidural porque –decía yo también- para qué sufrir si puedo tener un parto sin dolor. Quería dar de lactar porque sabía (por algo de cultura general no porque hubiese leído del tema) que no existe fórmula que pueda competir con la leche materna y porque es claramente lo mejor para el bebe (una vez más, es lo más natural, es la forma que la naturaleza tiene prevista para que los mamíferos alimenten a sus crías).

Hoy quiero casi lo mismo (a excepción del “pequeñísimo” detalle de que no quiero la epidural o por lo menos quiero tratar, siempre se puede cambiar la decisión en el camino) pero por muy diferentes razones o, mejor dicho, por muchísimas más razones que no voy a entrar a explicar porque sería larguísimo. Hoy, luego de meses de clases de yoga prenatal, de clases prenatales, de haberme cruzado en el camino con distintos tipos de personas, así como con doulas y parteras, de haber aprendido sobre todas las demás opciones (que estoy segura no hubiera llegado a saber en otras circunstancias) creo que tengo la suficiente información como para ahora tomar decisiones que antes había “tomado” por haber oído cosas o por “instinto”. Hoy me siento segura de las opciones que estoy eligiendo para tener el parto que quiero (esto no quiere decir que no tenga la mente abierta y el claro entendimiento de que lo más probable es que las cosas no salgan exactamente como yo espero, que un parto es, o puede ser, bastante “impredecible” pero por lo menos se cuáles son las cosas que, dentro de lo que se pueda, haré lo posible –e imposible- por hacer respetar en el hospital.

Otra cosa que si ha cambiado en estos meses…en realidad, ha cambiado en las últimas semanas, incluso días, es que ahora si le tengo miedo al parto. Pero no al parto en sí mismo. El proceso lo quiero pasar, la experiencia la quiero vivir. A lo que le tengo miedo es a mí. A mi reacción en la situación,  a la persona en la que me convertiré en el proceso, en el trance. No se qué persona seré en ese momento, no sé si voy a querer que me toquen o si voy a querer que me dejen sola, no sé si voy a poder hacer las cosas que he aprendido en mis clases o si me voy a bloquear de susto. No conozco a la Moci de ese día… y me preocupa. Tengo miedo a ser yo misma la que boicotee la experiencia que quiero. A no “dejarme ir” - como intelectualmente sé que tengo que hacer para que el parto sea como yo quiero. A que mi cerebro (que suele ser bien terco) no se apague y le impida al resto de mi cuerpo hacer lo que tiene que hacer para que Giulia llegue al mundo. Con este miedo lidiaré en las semanas que vienen y no me queda más que simplemente seguir preparando a mi mente para ese día… Lo bueno es que es un miedo “bonito”, es un miedo que tiene una fecha de vencimiento y que luego de enfrentado seré una persona diferente… ¡y que para cuando haya pasado tendré a Giulia conmigo! 

viernes, 2 de noviembre de 2012

No quiero ser sólo la mamá de Giulia


Otra vez ha pasado mucho tiempo desde la última vez que escribí. La verdad a veces yo misma me sorprendo de cómo se me pasa el tiempo y cómo no logro encontrar un momento para sentarme a poner en papel las cosas que voy pensando cada día (¡porque tiempo para pensar felizmente si tengo!), mejor dicho, poner en Word, porque en papel lo pongo, en pequeños post its que tengo pegados en mi agenda para no olvidarme las cosas que no quiero dejar de compartir. Lo más curioso del asunto (y que no deja de sorprendernos tanto a mi como a Alberto) es que vivo ocupadísima, todo el día haciendo cosas, ¡y no trabajo!

El asunto con no trabajar -situación que no fue tanto mi directa elección sino más bien una consecuencia de otras decisiones previas, y de la que no me arrepiento si no, por el contrario, agradezco porque me va a permitir el privilegio de criar a mi hija a tiempo completo, es que trae ciertos “riesgos”. Como todo en la vida, el no trabajar, aún siendo un lujo, también tiene sus “problemas”. Por un lado está la eventual crisis (no) laboral (cada vez menos frecuente debo admitir) de “quiero trabajar”, “extraño el estrés de una oficina”, “hasta hace 4 años era una abogada corporativa (y hasta hace 2.5 una mujer trabajadora) con dinero propio y ahora no”, “tanto estudiar y ahora preocupada en cosas domésticas que hace unos años me hubieran dado risa”, etc.

Por otro está el riesgo de perder la perspectiva sobre lo sui generis y privilegiada de mi situación y de empezarme a creer que todo lo mucho o poco que hago ahora no lo podría hacer si trabajara cuando en realidad es lo que la mayoría de mujeres hace todos los días en todos lados del mundo (me refiero a las cosas “administrativas/importantes” que hago, obviamente, las cosas “sociales” y demás actividades y clases a las que me meto sólo las hago porque no trabajo y justamente porque no trabajo). Ya me ha pasado que me han preguntado “imagínate si hubieras podido hacer todo las cosas para la bebe si trabajaras”. ¡Claro que lo hubiera podido hacer! ¡Es lo que hacen todas las demás mujeres! ¡Es lo que han hecho todas mis amigas! Claro, seguramente hubiera sido un poco más complicado tomando en cuenta que no vivo en mi ciudad y que me cuesta más enterarme dónde se encuentran o venden determinadas cosas y si, seguro le hubiera dedicado menos tiempo a las cosas de la bebe (cosa que no necesariamente hubiera sido malo), pero de que lo hubiera podido hacer todo, lo hubiera hecho y Giulia hubiera tenido las mimas cosas que va a tener cuando llegue.

También está el tema de enfocarme mucho en cosas que en otras circunstancias ocuparían un porcentaje menor de mi tiempo. Y esta es la parte que me ha estado preocupando más últimamente. Aunque tengo muchas actividades diferentes, actividades que, además, me he esforzado en buscar para mi, en las que me he involucrado precisamente para crearme una vida rica y llena de cosas distintas ahora que no trabajo, con las que intento sacarle provecho al hecho de que puedo elegir con qué llenar mi tiempo y en que puedo invertirlo en cosas que de verdad me interesan (muchas son esas cosas que uno siempre quiso hacer pero que por falta de tiempo quizás no hace), cuando llega algo importante (¡y qué más importante que un embarazo!), si bien sigo con todo lo demás, este nuevo evento monopoliza mi tiempo, mi interés y, sobre todo –y esta es la parte que me preocupa- mi atención (y, como consecuencia, muchas veces mi tema de conversación).

Yo entiendo que es algo normal, que esto le pasa a todo el mundo y que algo tan novedoso como estar embarazada y tener un hijo es motivo más que suficiente para “zambullirse” en el tema, especialmente en el caso de mujeres como yo que nos gusta leer todo, enterarnos de todo (y que no sabíamos NADA o muy poco antes de que nos tocara a nosotras).  Pero el que lo entienda no hace que deje de preocuparme. ¿Cuántas veces no me he quejado yo, antes de tener el más mínimo interés en ser madre, de las mujeres que sólo hablaban de sus hijos? Yo no quiero ser una de ellas. Y estoy empezando a creer que quizás ellas tampoco querían, que no eran o son así de manera consciente/voluntaria.  Y lo preocupante es que veo MUY fácil el riesgo de convertirme en una (porque desde ya me cuesta mucho no hablar del embarazo todo el tiempo y no contarle a todo el mundo todas las cosas que he ido aprendiendo en estos meses). Es que claro,¿ qué más interesante que todo este mundo nuevo de la maternidad y de los niños para alguien que, como yo, lo está descubriendo todo por primera vez?  

Y aunque todavía no me he rodeado de muchas madres ni he sido testigo de primera mano de las interacciones entre madres de niños pequeños, ya algunas amigas mías que también son primerizas me han contado medio espantadas de experiencias con otras mamás que yo no quiero que me pasen. Yo no quiero estar tan centrada en Giulia que todas mis alegrías y logros dependan sólo de los de ella (que si levantó el cuello a los 2 meses y no a los 3, que si se rió antes que los demás, que si gateó primero o se paró antes) y que luego estos logros sean motivos de comparaciones y conflictos con otras mamás. Conozco mujeres que incluso han dejado de frecuentar a otras mamás (algunas que incluso eran amigas muy cercanas a ellas antes de tener sus propios bebes) sólo para no tener que escuchar comentarios “criticones” (“¿estás segura que tienes suficiente  leche? A mi me parece que tu hijito está muy chiquito, para mi que no te sale tanta”)  o comparaciones sobre sus hijos que les resultaban “ofensivas” (“¿Qué, ya tiene 4 meses y todavía no hace “X”?”). Yo quiero que mi hija sea lo primero en mi vida pero definitivamente no lo único, quiero mantener mis intereses y mis distintas actividades y tener más cosas de que hablar que de ella…y el no trabajar es un obstáculo en el camino para esto, te deja mucho tiempo libre para dedicarte a tu hija con el riesgo de que te dediques SÓLO a tu hija.

Por eso, luego de los meses iniciales de maternidad, cuando ya las cosas hayan adquirido una rutina y ya sea una mamá “experimentada”, pretendo continuar con mis actividades, seguir traduciendo y escribiendo para Expatclic, seguir con mis clases de francés, seguir ayudando en el club en el que participo y empezar (finalmente) a estudiar para coach, llenar mi vida con cosas como siempre he hecho, como si terminara mi descanso “post natal” y volviera a trabajar.  

Eso si, como me da miedo no poder hacerlo sola y dejarme llevar por la emoción de la maternidad, ya le he pedido a Alberto y a muchas amigas (y se los pido a aquellos de ustedes que me ven o hablan conmigo con frecuencia) que no me permitan convertirme en esas madres que yo tanto criticaba, que me avisen (pero bonito por favor) cuando empiece a dejar de ser la Moci de siempre, cuando me esté convirtiendo sólo en la “mamá de Giulia”.

lunes, 24 de septiembre de 2012

No voy a estar más sola.


Hace una semana más o menos, mientras estaba echada leyendo con Alberto a mi lado, tuve un chispazo de lucidez, una realización,  caí en cuenta, por primera vez, que desde el momento en que Giulia llegue a nuestras vidas, no estaré nunca más (o muy pocas veces) sola. Y debo decir que no me hizo mucha gracia la idea.

Como ya había comentado en uno de los primeros post, una de las razones por las que creo estuve un poco en shock durante la primera semana de mi embarazo (o, mejor dicho, la primera semana que supe de mi embarazo) es porque estaba asimilando la idea de que desde aquel momento en adelante, por el resto de mi vida, tendría siempre una razón para preocuparme. Lo que no había pensando todavía (tontamente en realidad, porque es una consecuencia bastante obvia) es que no sólo tendría siempre un motivo de preocupación (el mejor de los motivos que una persona puede tener, eso no lo pongo en duda) sino que además, tendría siempre compañía física.

Como saben (y si no saben porque no me conocen, se los cuento), soy una persona bastante sociable.  Si bien los grupos grandes me cortan, en general soy de las que pueden hablar con cualquiera, que se busca, hace y mantiene amistades fuertes con bastante facilidad, que se adapta a todo (o por lo menos me he adaptado a todo lo que me ha tocado hasta el momento) y que no se hace muchos problemas por nada. Siempre he sido más o menos así y los últimos años –por el tipo de vida que elegí de andar de trotamundos-  me han obligado a serlo aún más.  

Pero junto con esta parte sociable existe otra parte de mí que disfruta mucho el estar sola. De hecho, por el trabajo de Alberto, paso buena parte de mi vida sola –yo diría que un 30%- y aunque a muchos esto les parezca motivo de tristeza (más de una vez me han dicho –o sé que han dicho refiriéndose a mi- “¡ay! ¡Pobre! ¡Qué pena que ande tan sola!” o “¡qué pena que el marido viaje tanto!”), la verdad es que a mí no me da ninguna pena, de hecho me gusta. Es más, cuando por alguna razón Alberto no viaja en mucho tiempo, hasta puedo llegar a extrañar estar sola (y él no se ofende por leer esto, lo sabe, es más, creo que los dos sentimos lo mismo, estamos acostumbrados así). Esa es y ha sido siempre nuestra mecánica. Desde novios pasamos buena parte separados y su tipo de trabajo ha hecho que sea así también nuestra vida de casados. ¡Y nos gusta! Así es como funcionamos y es así como creo nos hemos convertido en una pareja sólida, cada uno con su espacio, cada uno creciendo al lado del otro y, muy importante, siempre extrañándonos y recordando qué diferente es la vida cuando no está el otro (por lo que apreciamos más los momentos en los que si estamos juntos).

Dicho esto, cuando me di cuenta de que no estaré más sola como que se me desencajó un poco el panorama. Alberto se irá de viaje y seguirá con su rutina de tener sus días para él (¡aunque sean de trabajo, igual tiene una cama para él solo!) y yo me quedaré en la casa, solo que ahora acompañada… SIEMPRE.  Alberto muy considerado me dijo que no me preocupara, que él se quedaría con Giulia o se la llevaría a pasear para que yo haga cosas con mis amigas o me quede en la casa sola. Y si, seguro será así pero ya no será lo mismo. Nunca más. Porque aunque me quede o haga cosas sola, mi mente siempre estará pensando en Giulia y será como si estuviera ahí, físicamente conmigo.

Con el pasar de los días me he estado haciendo más a la idea y supongo que cuando tenga a Giulia conmigo no le dedicaré un segundo más de mi tiempo a esta “preocupación” sobre mi soledad. Quién sabe, quizás hasta ya no quiera estar sola (lo dudo pero quién sabe).  De hecho, debo admitir que si bien aun no quiero dar a luz, cada vez con más frecuencia tengo pequeños momentos (aún muy breves) en los que si me gustaría tener a mi hija conmigo. Y la verdad, aunque estoy cien por ciento convencida que el momento en que conozca a Giulia será el más feliz de mi vida (lo tengo en la mente, me lo he imaginado mil veces y me emociono hasta el punto de casi llorar cada vez que lo hago), no quiero que llegue aún porque sé que inevitablemente llegará y prefiero gozar también cada instante, cada segundo, antes de ese momento que cambiará nuestras vidas ahora si por completo.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Anidando (otra vez).


Hace casi exactamente un mes nos mudamos a nuestro departamento nuevo y junto con la mudanza llegó un repentino impulso por limpiar y arreglar todo lo que encontraba en mi camino. No sé si fue la emoción del nuevo hogar o si es verdaderamente el llamado instinto de anidamiento pero la realidad es que las semanas siguientes a nuestro cambio de departamento he estado hecha una total ama de casa, casi compulsiva.

Para ser sincera, de los quehaceres domésticos, el que menos me gusta es limpiar. Puedo lavar, planchar, cocinar y lavar platos sin ningún problema pero limpiar es una cosa que no me gusta para nada y, por lo general, doy mil vueltas y busco mil excusas antes de empezar a hacerlo (para luego darme cuenta que en verdad no me demora tanto ni es tan difícil y pesado y prometerme que la próxima vez lo haré sin tantos rodeos… y la siguiente vez me hago las mismas bolas otra vez…y así sucesivamente). Sin embargo estas últimas semanas (con excepción de unos cuantos días, luego les cuento por qué),  he estado llena de energía (más que de costumbre diría), haciendo todo más feliz que nunca. Casi podría decir que disfrutaba planchando y hasta limpiando.

En estos días, he lavado todo lo que se me ha cruzado (incluyendo todos los peluches  -que no son e Giulia sino míos-, alfombras de baño, es más, poco me faltó para meter en  la lavadora también a Alberto),  he colgado cuadros como loca (sin esperar a que llegue Alberto para ayudarme), al punto que casi rompo dos por desesperada (justamente por no esperar a Alberto), he comprado todas las pequeñas cositas que siempre hay pendientes en una casa, desde un martillo (porque si no no podía colgar mis cuadros) hasta las telitas que se ponen debajo de las patas de las sillas para que no suenen cuando se mueven. Me paseé por todas las tiendas de niños (si, otra vez) y por sus versiones online para buscar la cuna que mejor quedaba en el cuarto de Giulia (mejor dicho que entrara) e ir viendo qué decoración le iba a poner. He estado imparable… con excepción de los días siguiente al “incidente de la cuna”.

Como dije, una de las cosas que ocupaban mis días (eso pasa cuando una no trabaja) era la búsqueda de una cuna práctica y bonita que al mismo tiempo entrara en el reducido espacio del cuarto de Giulia. La parte de la practicidad era fundamental porque por las dimensiones del cuarto, no van a poder entrar muchos muebles. Así encontramos una cuna que ya venía con cambiador incorporado y que tenía cajones y puertitas para guardar cosas. Justamente por el tema del espacio (y como consecuencia de mi repentino interés por todo lo doméstico), medí el cuarto de la bebe “n” veces y desde todos los ángulos (y no sólo el cuarto de la bebe, me la he pasado midiendo toda la casa, mi metro se ha vuelto mi mejor amigo, de hecho hasta lo tenía en mi cartera) para asegurarme que la cuna entrara (para ver si pasaba por las puertas, si se podía traer ya medio armada, etc.)…y, según yo, entraba, con las justas pero entraba.

Con la seguridad que me daba mi huincha, compramos la cuna. Cuando vinieron a ponerla, los señores de la mudanza, a la hora de armarla, me dijeron que no entraba donde yo decía y, como yo ya estaba molesta con ellos porque habían sido un desastre (me arañaron la puerta, no protegían la cuna al momento de armarla, etc.), les dije que la armaran donde quisieran pensando en que luego Alberto y yo la poníamos donde queríamos. Grande fue mi sorpresa/desilusión/trauma cuando nos dimos cuenta que la cuna no la podíamos girar sin desarmarla por el poco espacio del cuarto, por la presencia de la calefacción en un lado de la pared y, sobre todo, por el techo mansarda de la casa que, por su inclinación, no deja que la cuna de la vuelta. En ese momento casi colapsé, es más, sin casi, colapsé. Me entró el pánico de que quizás había medido mal y que, si en verdad había medido mal, la cuna no servía para ese cuarto y había que venderla (les juro que no era capricho ni irracionalidad de embarazada, en serio, la cuna no tenía sentido en ninguna otra posición que la que yo decía). Al final, la aventura de la cuna concluyó conmigo cerrando la puerta del cuarto de Giulia, deprimida en mi cuarto, tristísima porque soy una burra que no sabe medir y porque por eso la cuna no entraba (lo admito, hasta lloré de pena).

La parte que si reconozco fue un poco irracional fue que no quise abrir la puerta del cuarto de Giulia por una semana, de hecho, creo que fueron 10 días. No quería ver la cuna en el lugar que no era ni volver a medir el cuarto para no saber si en verdad me había equivocado o no (yo la verdad veía poco probable haberme equivocado luego de haber medido TANTAS veces, tendría que de verdad haber sido bien burra). La cuna casi se volvió un tema tabú (aunque Alberto de vez en cuando se burlaba de mí y de mis habilidades de “medidora” de espacios) y lo borré de mi mente por varios días (ya ni mis amigas me preguntaban por la cuna). Lo que si hice ni bien se fueron los chicos que la armaron fue quejarme con su jefe por el pésimo servicio, contándole lo que había pasado a lo que él se ofreció a mandarme, cuando yo quisiera, a dos chicos para que me la desarmen y vuelvan a armar donde yo quiera (porque además, la habían armado mal).

La famosa cuna

Al final, luego de 10 días y con un viaje a Italia de por medio, volví a abrir la puerta y Alberto y yo (justo para tener un testigo) medimos juntos el cuarto y decidimos que efectivamente la cuna entraba y llamamos para que nos la vuelvan a acomodar. ¿Y qué creen? ¡Pues que la cuna entró (por literalmente un centímetro, pero entró)! Les juro que, aunque ya luego de medir el espacio con Alberto me había vuelto un poco el ánimo doméstico y ya había empezado a limpiar otra vez, sólo volví a ser una mujer verdaderamente feliz cuando los señores me dijeron que la cuna entraba y me pidieron disculpas (otra vez) por el mal servicio que me habían dando antes. Desde ese momento volví a entrar en “modo anidación” y otra vez no he parado de hacer cosas (ni de planear las cosas que haré la semana próxima).

Es curioso como la naturaleza sabiamente te da las fuerzas, las ganas y la energía necesarias para hacer todo lo que tienes que hacer para que todo esté listo para la llegada de un hijo. Yo se que aún falta para la llegada de Giulia y de hecho hasta me han dicho que por qué me apuro si todavía me queda tiempo. Y es cierto, todavía hay tiempo, pero la realidad es que prefiero avanzar lo más posible ahora que puedo porque nadie sabe cómo serán los últimos meses (de hecho sólo faltan dos y medio), ni cómo me sentiré, ni si estaré muy pesada y lenta o muy cansada o hasta quizás con dolores de espalda. Por otro lado, como me dijo una amiga, hay tantas cosas que están fuera de mi control al final del embarazo, -como por ejemplo el momento en el que daré a luz, la duración del parto e incluso muchas de las pocas cosas que sé que quiero en el día del nacimiento de Giulia pueden no salir como me gustaría (como que el parto natural se convierta en cesárea o que no pueda hacer todas las cosas que he aprendido en mi clase de yoga para ayudar con las contracciones porque me tengan que poner algún medicamento, etc.)- que al menos estas que puedo controlar y que dependen de mi, quiero hacerlas bien y como me gusta (y soy completamente consciente de que todas estas cosas que puedo controlar son más para mí que para Giulia porque definitivamente ella no se acordará de cómo era su cuarto cuando nació ni si tenía cenefa rosada o móvil colgando de su cuna).