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lunes, 26 de agosto de 2013

¡Y llegó Giulia!

Giulia llegó a alegrarnos la vida el 15 de diciembre de 2012 a las 11:38pm, midiendo 56cm y pesando 3.5 kgs., luego de como 8 horas de trabajo de parto, no tantas si pensamos que el promedio es de alrededor de 12 y que al final fue una inducción inesperada. Visto en retrospectiva, ese día ha sido uno de los mejores de mi vida, en el que he estado más orgullosa de mi misma y más enamorada de mi esposo.

Pero empecemos por el principio. Esa mañana, como todos los días de la última semana, fui –esta vez acompañada por Alberto porque era sábado- a mi monitoreo de la panza. Desde que vi el monitor yo misma noté que había algo diferente. Algo raro con los movimientos de Giulia, se notaba que había algo, no malo pero distinto, picos altos más altos y bajos más bajos. De hecho se lo comenté a Alberto mientras estábamos ahí sentados (yo bien preparada –como todas las veces- con mis mandarinas, morochas y demás alimentos dulces para asegurarme que Giulia se moviera).

Cuando salimos, la enfermera nos dijo que, antes de atenderme, el doctor quería una ecografía. La ecografía salió bien, Giulia había crecido y decían que podía pesar 4kgs. Luego, cuando fui donde el doctor, éste me revisó y dijo que había dilatado alguito, menos de 2 centímetros, pero que el cuello del útero seguía grueso y Giulia sin encajar. Igual hizo una maniobra para ver si comenzaban las contracciones y me dijo que ya que mi cuello se había alineado un poquito, quería revisarme el líquido amniótico porque sospechaba que el cordón estaba aplastado contra la pared uterina (por eso los picos extraños durante el monitoreo) y que si el líquido no estaba claro o me operaban o me inducían. Le pregunté por mi puntaje en el Test de Bishop (que un conocido sistema de puntuación que mide la maduración cervical, cuando suma un total igual o mayor a 7 las posibilidades de éxito de una inducción son altas, si suma menos pues no tanto y es probable terminar con una cesárea). No quería pasar por el dolor de una inducción para terminar en una cesárea, por eso le pregunté. Mi puntaje fue 5. No muy alentador.

Luego me hicieron lo del test del líquido y, según el doctor, no estaba muy oscuro pero tampoco estaba claro y que mejor daba a luz ya. Mi primera reacción fue llorar cuando vi a Alberto afuera. El estaba re feliz porque estaba desesperado por ver a Giulia, yo estaba nerviosa, supongo que también asustada. Contenta no mucho a decir verdad, creo que tenía miedo de que ahora si llegaba Giulia.

El doctor nos explicó todo, nos dijo que no creía q funcionara la inducción pero que si lo que yo quería era un parto natural pues se intentaba, no se perdía mucho, a lo más algunas horas. La verdad, yo estaba lista para rendirme -tenía el pretexto perfecto para ahorrarme el dolor del trabajo de parto, pero una parte de mi me empujaba a hacer la prueba... Creo que yo soy así con todo, como que ante situaciones complicadas siempre hay una parte de mí que quiere rendirse. Felizmente, hay otra parte más competitiva y arriesgada que no me deja y que normalmente gana pero siempre está esa sensación de no querer tratar y siempre tengo o me doy "razones" –que más bien serían excusas- para no probar.


El plan era romperme la fuente y darme un par de horas, si con eso no pasaba nada empezábamos con la oxitocina y, si en una hora más no pasaba nada, me cortaban. Me interné inmediatamente. La rotura de fuente no funcionó porque el cuello del útero no estaba tan alineado como creíamos (lo que demuestra lo mal que estábamos en probabilidades de parto natural). No tenía ni una hora en el hospital y ya había pasado por varios procedimientos bastante invasivos que no voy a comentar pero que me hicieron entender aún más el por qué muchas mujeres eligen parir en su casa. Como el “plan A” no funcionó, pusieron en práctica el Plan “B”. El doctor me sugirió ponerme la vía para la epidural aunque no la quiera usar (porque yo insistía en no querer usarla) por si acaso. Yo no estaba muy convencida porque me parecía que eso haría que me "rindiera" más fácilmente y que aceptara la epidural al primer dolor fuerte pero Alberto, sabiamente, me dijo que me la ponga. La verdad esa fue la única parte fea de mi parto. La anestesióloga era una bruja, cero empática y casi casi que me trató mal. No me explicaba bien como ponerme y me hincó mil veces hasta que finalmente se puso delante de mí a enseñarme la posición exacta en la q quería q me ponga (digo, ¿por qué no lo hizo cinco pinchazos antes?) y ¡finalmente le atinó!


Con tanto hincón me movió alguna “fibra” interna que me puso de muy mal humor e hizo que se me salieran todos los miedos que tenía adentro. Ni bien se fue la anestesióloga me entró el pánico de qué pasaría si veía a Giulia y no sentía nada, si no la quería, -de hecho, este había sido mi mayor preocupación durante el embarazo- y me puse a llorar. En ese momento, sólo Réka, la doula que me ayudó a parir, estaba conmigo y me dijo que eso no pasaría y que, en el caso pasara –porque pasa, y más seguido de lo que la gente está dispuesta a admitir-, tenía toda la vida para enamorarme de mi hija.

Empezaron las contracciones y la verdad todo bien aguantable. Alberto al principio leía su libro porque la verdad la cosa estaba "fácil". Era un muy gracioso ver la cara del doctor cada vez que venía a ver lo de la dilatación, cada vez estaba más sorprendido; ni él se creía que estuviera progresando...y eso me motivaba mucho a mí. Dilaté bastante rápido tomando en cuenta las circunstancias en las que se inició el parto. Cuando estaba por 7 centímetros de dilatación más o menos el doctor me dijo que si iba a querer epidural ese era un buen momento porque así me ponían más oxitocina y avanzábamos más rápido. Le dije que me deje pensarlo. Luego de un rato, ya cuando las contracciones eran más fuertes y luego de que una de ellas me agarrara echada de espaldas (¡nunca permitan que eso les pase!), me entró el hartazgo repentino y pedí q me pongan la epidural (yo sentía q podía aguantar esos dolores pero no estaba segura si hasta pasadas la 1am que según mis cálculos era cuando estaría lista para parir, al final fue como dos horas menos). Mi razonamiento fue el siguiente: “yo quería un parto no medicado y esto claramente NO es un parto no medicado así q al diablo (ya que me la he pasado pegada a una bolsa de hormonas y sentada en una pelota sin poder moverme todo la tarde)”. Igual, hasta ahora medio que me arrepiento de haberme rendido y me mata la curiosidad de saber cómo se hubiera sentido seguir sin anestesia.

Una vez que me pusieron la epidural, yo esperaba q se me fuera el dolor -digo, si ya me había rendido, al menos q no me duela- ¡pero no, no se me fue el dolor! Y cuando me quejé, la anestesióloga dijo que no me lo quería quitar todo porque ya faltaba muy poco para pujar y querían que sienta, que lo único que buscaban era poder ponerme más oxitocina y que la anestesia mantenga soportables las contracciones más fuertes que se venían. Por unos minutos la odié pero luego lo entendí y le agradecí. 


Para mi gran suerte, la enfermera obstétrica que nos tocó -una señora simpatiquísima que, lamentablemente para mí, tenía la pésima costumbre de hablarme en medio de las contracciones, que a veces hasta me hacía preguntas (¡esperando una respuesta!) y que una vez hasta me quiso mover en medio de una contracción- le ofreció a Réka que, si yo quería, ella podía evitar que me hagan una episiotomía. En ese momento se volvió nuestra mejor amiga y ya hasta le perdoné que sea habladora. De hecho, al final fue ella la que recibió a Giulia y no el doctor, que un acto de humildad que no se si verá muy seguido, le cedió su lugar a la hora del parto y se dedicó a hacerme barra junto con Alberto.

A Giulia me la dieron inmediatamente por unos minutos, luego me la quitaron para extraer la sangre del cordón umbilical para poder enviarla al banco donde la hemos almacenado y se la llevaron un ratito para limpiarla. Luego de eso se la dieron a Alberto que se las llevó a mis papás para que la conozcan y después me la regresó y me la quedé todo el rato que duraron los procedimientos “post parto”. Le di de lactar inmediatamente, todo casi exacto como yo quería. Sí la quise cuando la vi...o al menos mi reacción fue darle besos y decirle que yo era su mamá. Me queda claro que uno se enamora día a día, no sé si fue amor a primera vista... Lo que si se es que ahora la quiero más... inexpresablemente más.


Todo terminó como a las 2am creo, cuando por fin me llevaron a mi cuarto. Contra todo lo que yo había dicho, pedí que se llevarán a Giulia porque necesitaba dormir. Por primera vez me sentí media mala madre –bien triste, ni 3 horas de madre y ya con culpabilidad- pero la verdad en ese momento más pensaba en mí que estaba despierta desde las 8:30 am y encima desvelada y, sin comer. Igual no dormí bien, creo que estaba medio adrenalínica.

La verdad terminé bien contenta y orgullosa de mi misma. Pude sentir el nacimiento de mi hija y así participar activamente en su salida. Alberto se portó increíble, fue el mejor compañero de parto que hubiera podido tener. Contra todos los pronósticos (míos, suyos y de su mamá), no se desmayó ni nada, fue un gran apoyo en todo momento, tanto físico como moral (eso sí, no se animó a cortar el cordón umbilical de Giulia porque estaba muy emocionado, temblando y llorando conmigo luego de haberla visto por primera vez).


También contra todos los pronósticos, mantuve el buen humor (con excepción de la parte de la epidural) y la sonrisa hasta el final. Réka y Alberto no podían creer que hasta el último momento - cuando no estaba aguantando una contracción claro está- yo hacía bromas y me reía. De hecho, justo antes de empezar a pujar, Réka me dijo "esto se va a poner peor antes que se ponga mejor pero piensa que una vez que sale no vas a sentir este dolor nunca más" y mi respuesta fue "no es verdad, si lo voy a sentir, cuando tenga al segundo". Se rió y me dijo que soy la única que conoce que estando a punto de pujar el primer hijo está ya pensando en el segundo. 

Todo salió como salió porque tuve a la gente q tuve cerca. Si cambiábamos un solo factor seguro el parto no salía tan bien. Por un lado, el médico que me dio la oportunidad de tratar de dar a luz de forma natural (de hecho al día siguiente cuando pasó por mi cuarto y le agradecí por todo, me dijo que lo más fácil hubiera sido operarme y que de hecho ya hasta habían tenido lista la sala de operaciones pero que le parecía que lo justo era darme la oportunidad de tener el parto que yo quería y que la única razón por la que había funcionado era porque yo era una optimista). Por el otro, la enfermera obstétrica que ofreció ahorrarme la episiotomía; la anestesióloga que puso la anestesia justa para que pudiera sentir la necesidad de pujar y así ser 100% participativa; y Réka que ayudó de traductora, que fue un apoyo moral invaluable, que llevó sus velas para volver la atmósfera más íntima y menos “hospital” (¡apagó la luz del cuarto y todo!, yo pensé q cuando entrara el doctor nos iba a gritar pero no, llego y dijo "!qué lindo ambiente!") y su hervidor para ponerme paños calientes en la espalda y en la panza en cada contracción (ella y Alberto, uno adelante y el otro atrás... gran ayuda el calor por cierto, con razón la tina de agua tibia es tan popular).

También tuve suerte de que todo progresara a pesar de las pocas probabilidades que se supone tenía. No se sí fue coincidencia pero desde la semana 36 yo venía tomando unas “pastillas” homeopáticas que me había recomendado una enfermera obstétrica y que servían para que, en el momento del trabajo de parto, las contracciones sean "de las buenas", o sea de las que en verdad dilatan y no sólo duelen... Quizás eso ayudó, no lo sé, pero de seguro las volvería a tomar. Además, Giulia, aunque nunca encajó, venía en la posición perfecta. Fueron muchos los factores y creo que todos contribuyeron a que mi parto fuera una experiencia positivamente inolvidable, que repetiría sin dudarlo (la próxima, si se puede, ahora si no medicalizado a ver qué tal nos va), el corolario perfecto para un embarazo perfecto.


Así que esa fue la historia, mi historia, la historia de la espera y llegada de Giulia. Gracias a los que la siguieron conmigo.


jueves, 22 de agosto de 2013

La espera (y la gente) que desespera. (Más vale tarde que nunca)

Hace exactamente ocho meses y una semana llegó Giulia a este mundo y hace más de siete meses que no escribo ningún post. Los motivos de la “para” han sido varios y diversos: por un lado me quedé sin computadora (larga y triste historia), por el otro me ganó el parto y luego, ya con Giulia acá, me ganó el tiempo (y me faltó inspiración).

De hecho este post lo empecé a escribir el 15 de diciembre de 2012 en la madrugada, en un momento de insomnio (y de cólera, debo admitir…y ese era (es) justo el motivo del post) y en la computadora de mi mamá (porque ya la mía la había llevado a reparar), con la idea de poder capturar lo que sentía en ese momento, cuando mi fecha de parto ya se había pasado y todo el mundo –menos yo- estaba desesperado porque llegue Giulia. Felizmente, mientras empezaba a escribir esa madrugada, una voz interior muy sabia me dijo “mejor para que si resulta que das a luz más tarde vas a estar muerta para el trabajo de parto” y, muy obediente yo, apagué la computadora. Ese mismo día di a luz.

Desde ese día, y a partir del quinto mes de Giulia, he tratado de escribir este post al menos 5 veces. No pude. No quedaba como quería, no lograba transmitir lo que sentí en esas últimas semanas de lo que ha sido una de las mejores experiencias de mi vida.

Hoy vuelvo a tratar y espero –esta vez si- poder resucitar mis emociones de esos días luego de pasada mi fecha prevista de parto (felizmente tengo algunos mails que me van a ayudar a recordar) para así poder terminar, con este post y uno más, el recuento de esta espera tan maravillosa.

Por alguna extraña razón que todavía no he investigado, Perú es el único lugar donde se dice que las primerizas “se adelantan”, o sea, que paren antes de tiempo (en el resto del mundo se dice -y las estadísticas más recientes lo corroboran- que las mujeres embarazadas de su primer hijo se atrasan en dar a luz). Por eso, desde que pasa la semana 37 que es cuando el bebé ya está “listo” (léase, ya no sería prematuro) uno como que empieza a sentir que “ya, en cualquier momento es” y como que espera que algo pase… Pues en mi caso no pasó mucho, no dilaté, no tuve contracciones (ni de verdad, ni de mentira ni de ningún tipo), no se encajó la bebe, no se posicionó el cuello del útero, nada… sólo se me cayó el tapón (pero eso es algo que puede suceder el día anterior al parto o semanas antes, de hecho, a mí se me cayó dos veces antes de dar a luz).

Ya me habían dicho varias personas que una de las cosas que generan más ansia en la última etapa del embarazo (además de los dolores de todo y el hartazgo generalizado, ambas cosas que nunca sentí felizmente) era el constante “¿ya?”, “¿qué, sigues embarazada?, “¿todavía no das a luz?”, etc. Felizmente, en mi caso no fue así. En medio de todo, fueron pocos los comentarios y los que tuve no me fastidiaron. La mayoría fueron simpáticos y casi siempre los consideré hasta piropos porque venían acompañados de gestos de sorpresa por mi buen estado físico y de ánimo. Ya hasta habían apuestas sobre qué día llegaría Giulia (de hecho, hasta ahora le debo un helado a la ganadora, mi doula, que decidió basarse en las estadísticas más recientes y apostar porque Giulia nacía a la semana 40 más 5 días). Por otro lado, la gente que me veía en persona normalmente no podía creer que me faltara tan poco para dar a luz o que estuviera en un bar un día antes de mi supuesta fecha de parto, bien suelta de huesos. O sea que por ese lado, pasamos piola.

Una cosa que si me daba un poco de cólera eran las afirmaciones (principalmente provenientes de las más antiguas generaciones limeñas que obviamente estaban convencidas que me tenía que adelantar) que decían que mi doctor se había “equivocado” en calcular la fecha de parto porque “NO PODÍA SER” que todavía no hubiese parido y que no sintiera ni media contracción. Al principio me mataba diciéndoles -o diciéndole a mi mamá que les diga- que no se habían equivocado nada y que es lo normal y todo el demás discurso. Al final ya me daba más risa que cólera.

Si me preguntaran qué fue lo peor de la espera de las últimas semanas, diría que en cuanto al embarazo en sí mismo, casi nada. Tuve la suerte de estar 100% operativa hasta el final. Caminé como loca hasta el último día (quizás por eso el caminar no tenía ningún efecto en iniciar el trabajo de parto, porque lo había hecho durante todo el embarazo), podía comer de todo (en las noches si me cuidaba para no estar tan pesada), nunca anduve como pato (justamente porque Giulia nunca encajó), en verdad, hubiera podido seguir embarazada un buen rato más. Lo único que si fue un poco fastidioso fue tener que ir TODOS los días al consultorio a que me chequeen y tener que recibir hierro intravenoso porque a mi nuevo doctor (¡ah si, olvidé mencionar que cambié de doctor en la semana 38!) si le importaba que mi nivel de hierro fuera alto como antes del embarazo (yo sabía que no era necesario –a mi anterior doctor no le importaba- que fuese así, pero como el doctor aceptó varios de mis pedidos para el momento del parto, no me molestó el tema del hierro…no se pueden ganar todas las batallas). Lo del hierro si causó molestias físicas que me hubiera gustado ahorrarme y que no voy a detallar.

Hubo un momento en que si colapsé, creo que fue justamente el día antes de dar a luz y fue justo ese colapso el que motivó que iniciara a escribir este post esa madrugada. Por un lado, tenía a todo el mundo queriendo que Giulia llegue, a Alberto que todos los días preguntaba en las mañanas y en cada llamada “¿ya?” (las preguntas de Alberto no me estresaban, entendía perfectamente su emoción/desesperación). Por otro lado, me tenía a mí que, aunque no estaba desesperada aún, si estaba pendiente de “sentir” (como si uno tuviera que estar pendiente para sentir las contracciones…son bastante claras la verdad…pero en ese momento, no sabía si las iba a saber reconocer). Encima, estaba teniendo preocupaciones y motivos de estrés que no tendría por qué haber tenido. En ese momento, lo único en lo que tendría que haber estado pensando es en mí y en estar tranquila. Sin embargo, no era mi caso, motivos externos me estaban haciendo plantearme una inducción que yo no quería, sólo para que el parto no se siga atrasando. Además, acá como en la mayoría de países (por lo que escucho de mis amigas) te ponen como límite la semana 41 para dar a luz y eso también es un generador de estrés porque muchas inducciones terminan en cesáreas que en otras circunstancias no hubieran sido necesarias (más aún en mi caso que, como ya dije, no había hecho mucho progreso con la dilatación ni con nada) y yo no quería eso así que, aunque estaba feliz y muy cómoda con mi panza, de alguna manera, uno empieza a querer dar a luz, sólo para evitarse una inducción que pueda terminar en la sala de operaciones.

Estando así las cosas, ese día, saliendo del hospital de mi chequeo diario (esa vez fui sola porque luego tenía un desayuno con unas amigas), me eché a llorar y caminé y caminé (a ver si de paso la caminata ayudaba) en el frío hasta que se me pasara. Además de todo lo que me estresaba, en ese momento ya el sólo hecho de ir al hospital me deprimía (y eso esto era medio irracional pero así lo sentía) porque nunca cambiaba nada, siempre mi cuello del útero estaba igual -aunque yo sabía que eso no significa nada y q igual podía dar a luz de un momento a otro-, siempre el monitor marcaba que no habían contracciones…como que psicológicamente empezaba a necesitar ver que algo se estaba moviendo. Para remate, habíamos llegado al punto en que yo era la única embarazada que iba todos los días al hospital. Hasta unos días antes eran varias mujeres las que siempre estaban y, aunque no las conocía y tampoco les había hablado, ya las reconocía. Pero ese día, ya no había ninguna, sólo quedaba yo, todas habían ya dado a luz (¡cuatro de ellas el 12.12.12, qué coincidencia!) y eso me estresó más.


Por otro lado, por ratos me preguntaba si no estaba siendo irracional estresándome por la inducción que no quería. Me ponía a pensar que hasta hacía seis meses antes de parir no sabía nada de todo lo que sabía en ese momento ni me importaba tanto lo de las inducciones, episiotomías, epidurales y demás. Me decía “si no me importaba antes debería ya mandar todo al cacho y pedir que me induzcan y ya”, pero luego pensaba que no, que todo lo que quería en ese momento –un parto natural, no medicalizado salvo que fuera realmente necesario- era el resultado de todo un proceso de aprendizaje y de un camino todo mío de varios meses que no tenía por qué dejar de lado. Tenía que ser Giulia y/o la naturaleza, la que decidiera cómo y cuándo iba a convertirme finalmente en mamá y no yo tomando decisiones que no quería solamente motivada por el estrés de factores externos, que nada tenían que ver con el embarazo en sí mismo. Y así fue… y estoy feliz de que así fuera aunque, como era de esperarse, no todo pasara exactamente como lo planeé…