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miércoles, 21 de noviembre de 2012

Mi último fin de semana sola


Muchos de ustedes vieron que posteé en mi estado de facebook que estaba emocionada con mi último fin de semana sola. Y cuando dije sola me refería a SOLA, sola sin Alberto, sola sin mis papás, sola sin Giulia, bien y felizmente SOLA, sólo conmigo, como quien dice, “me, myself & I” (a ver, tenía a mis amigos acá per yo quería estar SOLA y estaba feliz con la idea).

Yo se que a algunos les parecerá rara o exagerada tanta emoción y creerán que soy mala por estar tan contenta de que mi esposo se vaya de viaje y de no tener todavía a mi hija, sobre todo tomando en cuenta que seguro hay muchas mujeres que a estas alturas de su embarazo sienten –aunque estoy segura que muchas sólo lo dicen pero en verdad  no lo sienten tanto- que ya no pueden más por conocer a sus bebés y que no ven la hora de tenerlos/as con ellas. Pues yo lo digo bien orgullosa: estaba contenta de estar sola, estaba contenta de poder tener ese último fin de semana para mi, estaba contenta de poder hacer todo el día lo que quiera sin hablar con nadie si no quería (ojo, no es que con Alberto acá no pueda hacer lo que quiera, sobre todo los días de semana que estoy sola todo el día, pero es diferente, este era MI fin de semana). Estaba feliz de poder tener esos días para mi, aunque no hiciera nada especial con ellos (como de hecho fue, me dediqué a comprar las cosas que faltaban para Giulia).

Por otro lado, aunque para muchos no sea un gran evento, como ya lo he dicho antes, para mí el estar sola es un hábito, una costumbre –que además aprecio- y que como todo hábito o costumbre, cuesta romper…y yo la voy a tener que romper de “zopetón” el día que Giulia decida hacer su esperada aparición. Así que si, para mí, este fin de semana era un GRAN EVENTO (como se dice en inglés, un “big deal” -perdonen la “gringada/huachafada” pero es que así se expresa mejor).     
         
Y no me malentiendan, yo se que la vida con Giulia será aún más linda, que si ahora mi vida es feliz y maravillosa (porque de verdad la considero así, no perfecta, pero si muy feliz y maravillosa, una vida en la que no me arrepiento de las decisiones tomadas y los caminos elegidos aunque con ellos haya hecho sacrificios y a veces vea las cosas dejadas en el camino con nostalgia), con Giulia será MÁS FELIZ Y MARAVILLOSA, pero como por ahora conozco sólo “feliz y maravilloso”, quiero disfrutarlo hasta el final.

Y lo quiero disfrutar porque ahora que cada vez se acerca más la fecha, y la verdad ahora si siento que se acerca, no sé si es por la certeza de estar ya en la semana 38 (y que mi aplicación del Ipod dice “19 days to go” y que, sea como sea, de la semana 41 no voy a pasar), si es por un tipo de corazonada –ya sabemos todos que mi sexto sentido no es muy acertado que digamos-, o porque ahora voy al médico hasta dos veces por semana y me conectan a un monitor cada vez; tengo frecuentemente esta sensación de que muchas de las cosas que hago son mis “últimas” (mi última ida al cine sola –fui a ver Twilight porque seguro nadie iba querer ir conmigo igual; mi último paseo fuera de la ciudad –que no llegué a hacer pero mientras tenía que decidir si ir o no, aunque sabía que era mejor no ir, sentía una angustia porque era el último, y así con varias cosas) y me entra el miedo, el miedo de extrañar todos  estos “últimos”.

Y no sólo es de extrañar esas “últimas” cosas que me da miedo. Como ya había contado, el final del embarazo me ha vuelto más emocional que el inicio (aunque debo decir que parece que lo peor ya pasó, creo que fue la semana 36 la del pico hormonal, por varios días sentí que estaba al borde de las lágrimas constantemente…) y lo que más me entró creo (y digo creo porque sigo sin estar 100% segura que esa sea la única razón por la que me sentía tan llorona o si mi personalidad racional ha decidido que esa sea LA razón porque NECESITO tener una razón…ya sabemos que la excusa de “son las hormonas” no nos satisface mucho ni a mí ni a mi cerebro) fue el miedo a no saber qué hacer cuando nazca Giulia. Miedo a las cosas menos importantes en verdad (no vale burlarse), no al momento en que llore y no saber por qué o a que se enferme y no saber qué hacer (eso ni lo había pensando y ahora que lo pienso, tendría más sentido tenerle miedo a eso…es más ¡qué miedo!) sino a miedo a vestirla mucho y que se achicharre o a vestirla poco y que se congele (este miedo es propio del hecho de que la pobre nace en pleno invierno), miedo a no saber cambiarla (y encima, ¡mi mamá que es la que viene a ayudarnos y enseñarnos no ha cambiado un bebe en los últimos 30 años! ¡Es más, se acaba de enterar que ya no se usa talco sino estas cremas como Desitín en los pañales!), miedo a que la mamá relajada que según yo quiero ser, se convierta en un monstruo aprehensivo que no sea capaz de dejar a su hija ni un segundo sola porque no confíe en nadie (ni en el padre) o que no sepa darme cuenta que ya es momento de sacarme la leche para poder dejarla con su biberón, miedo a que en vez de querer andar de callejera por la vida como normalmente hago, me den ganas de estar encerrada por la flojera de tener que salir en invierno con todo un cargamento y mi pobre hija vestida como astronauta (aunque la ropa de astronauta la tiene y linda) o a volverme una traumada de los gérmenes y bichos cuando en realidad yo soy de la opinión que un poco de bacterias le hacen bien a todos (de hecho no he comprado ni esterilizador con esta teoría).  

No sé, miedo a al final no ser como me gustaría ser como mamá (como verán, la confianza que según yo le tenía a mi instinto, como dije en uno de los primeros post se fue al cacho): una mamá con una hija que se adapta a todo, que en el avión se la puedo “prestar” al vecino desconocido sin que ella llore si tengo que buscar algo en el maletín (nos ha pasado que nos han “prestado” bebes así y nos pareció lo máximo), que deja que todo el mundo la cargue, una mamá con una hija que si bien tiene horarios y estructuras también puede romper con ellos de vez en cuando y bueno pues, si un día no hay para que coma papilla hecha en casa en la calle a la hora que le toca, no hay que correr de regreso sino que se come un pan y ya, en conclusión, una mamá fácil, con una hija fácil (claro que esto también va a depender de su carácter), que se la cuelga encima (ya me compré mi tela gigante para ponerme a Giulia y estoy practicando con un peluche…es de lo que más me emocionaba de las cosas que comprar) y sigue su vida feliz sin hacerse bolas.

Y bueno, por esos y muchos más miedos quería aprovechar este último fin de semana en que era yo y sólo yo, con miedos y todo pero aún sin la necesidad de enfrentarlos cara a cara (ni de cambiarle pañales). Si hay algo que me tranquiliza es que creo que la mamá que quiero ser se parece bastante a la mujer que normalmente soy (sólo que con “yapa”) y que he sido en los últimos tiempos y que creo que con todo y mis miedos (muy usuales ellos por cierto, según leo) creo que tengo altas probabilidades de salir airosa luego de un –espero breve- periodo de adaptación. Y para terminar, sólo quería que conste, que aunque me encantó estar sola y casi no respondí ni llamadas ni mensajes de texto (¡perdón!), contra todo pronóstico, extrañé a Alberto.

martes, 20 de noviembre de 2012

Aprendiendo a pedir ayuda…


La llegada de Giulia no sólo va a implicar muchos cambios en nuestra vida, en nuestra rutina, en nuestros horarios de sueño, y en mil cosas más. También va a implicar algunos cambios en nosotros como personas (al menos en mí, seguro).Estoy segura que el sólo el hecho de traer al mundo una vida me va a hacer de por sí una persona diferente. Pero eso no será todo. Seguro van a haber (y tener que haber) muchos cambios más.  Uno de estos cambios, es más que nada un reto: y es el de aprender a pedir ayuda.

Suena bien fácil eso de pedir ayuda, ¿no? De hecho es una suerte que no todo el mundo tiene: el tener a quien pedirle ayuda. Muchas personas, en circunstancias difíciles, simplemente no tienen a quien acudir. Yo, sin embargo, a pesar de estar lejos de mi casa, de mi familia, de mis amigos históricos, de la gente a la que uno naturalmente pediría ayuda, tengo la gran fortuna de estar rodeada de personas que sin conocerme tanto (o tanto tiempo) –algunas- no hacen más que ofrecerme una mano cada vez que me ven.  Desde ofrecerse a llevarme a cualquier lado si ya no quiero caminar, o a traerme cosas que me quieren prestar/regalar para la bebe, o de venir a buscarme para llevarme al hospital en caso de emergencia o de cuidar a Giulia cuando yo quiera ir a darme una vuelta. Una vez más, no me queda más que agradecer la suerte que tengo de haberme encontrado con toda esta gente maravillosa que, como yo, creen que la amistad más allá de la distancia, del tiempo y que quiere “invertir” su cariño en personas como nosotros, que muy probablemente no estemos por estos lares tanto tiempo.

El problema para mí no es tener la ayuda, es aprender a pedirla o aceptarla. Desde siempre (creo, o desde que me acuerdo, lo cual podría significar que desde que soy adulta porque mi memoria “pre adultez” deja mucho que desear) he sido bastante independiente. Siempre me ha gustado hacer mis cosas sola, desde ir al médico (cosa que a mi mamá no la hacía muy feliz) hasta cosas sencillas como querer ponerme el abrigo cogiendo mi cartera (y los guantes, el gorro y la chalina) entre los dientes cuando tengo a Alberto al lado que tranquilamente podría sostenerla (y comprenderán que a él esto no lo hace tan feliz…siempre se queja de que no le pido ayuda). Y como estos, muchos ejemplos de mi afán completamente innecesario e irracional de dármela de autosuficiente con cosas que en verdad no tienen ningún sentido sólo por no “molestar” al resto, resto al que definitivamente no estaría molestando (cosa que se por cierto porque yo en el lugar de ellos estaría feliz de ayudar también).

Pero claro, ahora la cosa va a ser diferente… supongo. En todos los libros, blogs, páginas web, etc. que leo sobre bebes y las primera semanas de maternidad, los consejos más recurrentes son “PIDE AYUDA, dedícate SÓLO y EXCLUSIVAMENTE a dar de lactar (si quieres dar lactancia exclusiva y prolongada como quiero hacer yo) que con eso ya tienes para todo el día”, “que alguien más se encargue de las cosas de la casa” (para que puedas dormir cuando el bebe duerme), “que se acumulen las “bolas de polvo” y la ropa sucia”, “cocina anticipadamente y congela”, “ten a la mano números de restaurantes y supermercados que hacen entrega a domicilio”, “las primeras 6 semanas son de sobrevivencia, la meta es resistir con tu salud mental intacta”, etc. Aunque a mí me suena un poco extremo, si todo el mundo lo dice/escribe, algo de cierto tendrá que haber, ¿no? Y aunque felizmente tendremos a mi mamá con nosotros para ayudarnos, tampoco es que la tendremos para siempre (como además es justo que sea), ni que viva a cuatro cuadras como para que venga a ayudarme cada vez que esté al borde del colapso (cosa que seguro sucederá de vez en cuando). Alberto estará también conmigo (probablemente tome su permiso post natal cuando mis papás se vayan) pero también tiene que volver a trabajar en algún momento y empezará a viajar como siempre…y ahí si seremos Giulia y yo. Será ahí cuando empiece el reto… ¿me atreveré a pedir ayuda? ¿Venceré mi autosuficiencia empedernida? Esperemos que si… por lo pronto prometo hacer el esfuerzo de tratar de hacerlo.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Evolucionando.


Más de un par de meses ha pasado desde que escribí diciendo que no quería dar a luz. Bueno, sigo sin querer dar a luz (al menos no mañana). Eso no quiere decir que las cosas no hayan cambiado en estos meses. Si han cambiado y bastante.

Para empezar, Giulia está casi “lista”. El domingo cumplí oficialmente 8 meses (35 semanas), lo que significa que en menos de dos semanas Giulia podría nacer y no ser ya una bebé prematura. Hoy tuve mi última clase prenatal, he retomado el yoga con fuerza (lo tuve que suspender por unas semanas porque se cruzaba con mis clases prenatales y con otras cosas) y el fin de semana subsiguiente tendremos nuestra clase de pareja donde Alberto entenderá mejor cuál es su función el día del parto (él no ha podido ir conmigo a las clases prenatales porque no tuvieron mejor idea que hacerlas en la mañana en días de semana…pero yo le cuento siempre las cosas que he aprendido  y le enseño los videos que nos han puesto). O sea que la parte física podríamos decir que está.

En cuanto a la parte logística, también estamos casi listos, ya tenemos el coche, ya hice mis famosos pompones y ya compramos el mueblecito que va en el cuarto de Giulia, que me dispuse a armar el lunes en la tarde (¡me encanta armar cosas!) ¡y por el cual mi pobre espalda sigue pagando las consecuencias! O sea que el cuarto está listo (o estará mañana que nuevamente agarre fuerzas para guardar las cosas que todavía tengo en organizadores gigantes). Ropita tenemos mucha gracias a los regalos y herencias de tantos amigos de todo el mundo (este embarazo nos ha hecho darnos aún más cuenta o, en todo caso, recordar, que la verdadera amistad no tiene que ver con tiempo de conocerse ni con distancia, sólo con cariño y voluntad de crear y mantener lazos fuertes a pesar de todo), ya está lavada y planchada y categorizada por edades para tener más claro en qué orden usarla (y espero me de tiempo de usarla TODA porque toda es LINDA). Mi lista de cosas por comprar está casi casi terminada y lo que falta espero terminar de comprarlo en la semana o a más tardar la próxima pero digamos que si Giulia llega mañana, estamos logísticamente listos (¡¡salvo por los pañales que Alberto tendría que ir a comprar corriendo antes de nuestro regreso de la clínica!!).    

Sobre cómo me siento físicamente, es cierto lo que dicen, nada como el segundo trimestre. Ya volvieron algunas de las molestias de las que me había “deshecho” (como indigestarme más rápidamente) y han aparecido algunas que no tenía (como tener días en los que tengo que caminar muy lento, o no poder dormir bien algunas noches o, como hoy, sentir que Giulia me está apretando los pulmones y que me falta el aire), pero aún nada tan grave como para llegar al punto de querer que “me saquen a esta niña de adentro”. Todavía me siento feliz con mi panza, cómoda con mi cuerpo y, aunque más cansada, aún encantada con todo el proceso que si pues, incluye algunas molestias, pero aún con ellas no me cambiaría por nadie en este momento.



Respecto a las hormonas, debo reportar que en esta última parte del embarazo estoy bastante más hormonal que antes. Lo que a muchas mujeres les pasa al principio, a mi me ha pasado más bien al final. Lloro con mucha facilidad. No es que llore sin motivo, no es que de un momento a otro me vengan ganas de llorar o que esté en una montaña rusa de emociones y que tenga cambios de humor repentinos es simplemente que a la más mínima provocación lloro. Y lo odio. Lo odio porque yo no suelo ser así, lo odio porque siento que me hace ver irracional y que mis argumentos pierden peso cuando hay lágrimas de por medio. Por otro lado me gusta en el sentido que es liberador, que en ese momento, por alguna razón, sólo siento la necesidad de llorar y que llorar casi sin control se siente bien. El lado amable es que siempre puedo reconocer la causa de mi llanto. Como dije, no es que sea un llanto inmotivado, es sólo un llanto exagerado, por cosas que normalmente no lloraría. Pero a mi parte racional (que es la mayor parte en mi) le consuela saber que hay una razón, aunque esa razón no sea proporcional al llanto que genera.

Emocionalmente no se si estoy lista para la llegada de Giulia, creo que si, o por lo menos estoy cada vez más cerca de estarlo. O sea,  como ya he dicho antes, voy por el camino justo de estar todo lo lista que se puede estar para un cambio como este. Es cierto, todavía me da un poco de flojera el hecho de pensar en las primeras semanas de lactancia cada 2 o 3 horas y en que seguro andaré muerta porque no dormiré tanto pero, para ser sincera, no veo la hora de tener a Giulia conmigo y poder darle de lactar. Es más, aunque no lo crean, aunque no quiero que pase mañana, le tengo muchas ganas al parto también. Me muero por vivir la experiencia, por pasar por el proceso de traer a Giulia al mundo y si, de hacerlo yo sola (es decir sin ayuda de intervenciones médicas como hormonas artificiales) y si es posible 100% natural (léase sin epidural).

Parte de mi evolución de los últimos meses ha tenido que ver mucho con mi forma de ver el parto y la lactancia. Nunca me cansé de decir en mis post anteriores que estoy maravillada con la naturaleza, con el proceso por el que atraviesa el cuerpo cada día y los cambios que, desde fuera, uno puede ver en todo momento. Pero la verdad es que mi sorpresa o mi admiración por la naturaleza va, cada vez más, mucho más allá de los cambios que he experimentado yo misma. Mi admiración ahora (y seguro cada día será aún más) es mucho más general y me ha hecho cambiar muchísimo la idea que tenía de lo que quería que fuera mi parto, de lo que yo creía era o debía ser un parto y también de la lactancia.

Hasta hace unos meses (y desde antes de salir embarazada), yo quería un parto natural porque – decía yo- por algo se llama natural, porque es la forma que la naturaleza ha establecido que deben nacer los niños.  Lo quería con epidural porque –decía yo también- para qué sufrir si puedo tener un parto sin dolor. Quería dar de lactar porque sabía (por algo de cultura general no porque hubiese leído del tema) que no existe fórmula que pueda competir con la leche materna y porque es claramente lo mejor para el bebe (una vez más, es lo más natural, es la forma que la naturaleza tiene prevista para que los mamíferos alimenten a sus crías).

Hoy quiero casi lo mismo (a excepción del “pequeñísimo” detalle de que no quiero la epidural o por lo menos quiero tratar, siempre se puede cambiar la decisión en el camino) pero por muy diferentes razones o, mejor dicho, por muchísimas más razones que no voy a entrar a explicar porque sería larguísimo. Hoy, luego de meses de clases de yoga prenatal, de clases prenatales, de haberme cruzado en el camino con distintos tipos de personas, así como con doulas y parteras, de haber aprendido sobre todas las demás opciones (que estoy segura no hubiera llegado a saber en otras circunstancias) creo que tengo la suficiente información como para ahora tomar decisiones que antes había “tomado” por haber oído cosas o por “instinto”. Hoy me siento segura de las opciones que estoy eligiendo para tener el parto que quiero (esto no quiere decir que no tenga la mente abierta y el claro entendimiento de que lo más probable es que las cosas no salgan exactamente como yo espero, que un parto es, o puede ser, bastante “impredecible” pero por lo menos se cuáles son las cosas que, dentro de lo que se pueda, haré lo posible –e imposible- por hacer respetar en el hospital.

Otra cosa que si ha cambiado en estos meses…en realidad, ha cambiado en las últimas semanas, incluso días, es que ahora si le tengo miedo al parto. Pero no al parto en sí mismo. El proceso lo quiero pasar, la experiencia la quiero vivir. A lo que le tengo miedo es a mí. A mi reacción en la situación,  a la persona en la que me convertiré en el proceso, en el trance. No se qué persona seré en ese momento, no sé si voy a querer que me toquen o si voy a querer que me dejen sola, no sé si voy a poder hacer las cosas que he aprendido en mis clases o si me voy a bloquear de susto. No conozco a la Moci de ese día… y me preocupa. Tengo miedo a ser yo misma la que boicotee la experiencia que quiero. A no “dejarme ir” - como intelectualmente sé que tengo que hacer para que el parto sea como yo quiero. A que mi cerebro (que suele ser bien terco) no se apague y le impida al resto de mi cuerpo hacer lo que tiene que hacer para que Giulia llegue al mundo. Con este miedo lidiaré en las semanas que vienen y no me queda más que simplemente seguir preparando a mi mente para ese día… Lo bueno es que es un miedo “bonito”, es un miedo que tiene una fecha de vencimiento y que luego de enfrentado seré una persona diferente… ¡y que para cuando haya pasado tendré a Giulia conmigo! 

viernes, 2 de noviembre de 2012

No quiero ser sólo la mamá de Giulia


Otra vez ha pasado mucho tiempo desde la última vez que escribí. La verdad a veces yo misma me sorprendo de cómo se me pasa el tiempo y cómo no logro encontrar un momento para sentarme a poner en papel las cosas que voy pensando cada día (¡porque tiempo para pensar felizmente si tengo!), mejor dicho, poner en Word, porque en papel lo pongo, en pequeños post its que tengo pegados en mi agenda para no olvidarme las cosas que no quiero dejar de compartir. Lo más curioso del asunto (y que no deja de sorprendernos tanto a mi como a Alberto) es que vivo ocupadísima, todo el día haciendo cosas, ¡y no trabajo!

El asunto con no trabajar -situación que no fue tanto mi directa elección sino más bien una consecuencia de otras decisiones previas, y de la que no me arrepiento si no, por el contrario, agradezco porque me va a permitir el privilegio de criar a mi hija a tiempo completo, es que trae ciertos “riesgos”. Como todo en la vida, el no trabajar, aún siendo un lujo, también tiene sus “problemas”. Por un lado está la eventual crisis (no) laboral (cada vez menos frecuente debo admitir) de “quiero trabajar”, “extraño el estrés de una oficina”, “hasta hace 4 años era una abogada corporativa (y hasta hace 2.5 una mujer trabajadora) con dinero propio y ahora no”, “tanto estudiar y ahora preocupada en cosas domésticas que hace unos años me hubieran dado risa”, etc.

Por otro está el riesgo de perder la perspectiva sobre lo sui generis y privilegiada de mi situación y de empezarme a creer que todo lo mucho o poco que hago ahora no lo podría hacer si trabajara cuando en realidad es lo que la mayoría de mujeres hace todos los días en todos lados del mundo (me refiero a las cosas “administrativas/importantes” que hago, obviamente, las cosas “sociales” y demás actividades y clases a las que me meto sólo las hago porque no trabajo y justamente porque no trabajo). Ya me ha pasado que me han preguntado “imagínate si hubieras podido hacer todo las cosas para la bebe si trabajaras”. ¡Claro que lo hubiera podido hacer! ¡Es lo que hacen todas las demás mujeres! ¡Es lo que han hecho todas mis amigas! Claro, seguramente hubiera sido un poco más complicado tomando en cuenta que no vivo en mi ciudad y que me cuesta más enterarme dónde se encuentran o venden determinadas cosas y si, seguro le hubiera dedicado menos tiempo a las cosas de la bebe (cosa que no necesariamente hubiera sido malo), pero de que lo hubiera podido hacer todo, lo hubiera hecho y Giulia hubiera tenido las mimas cosas que va a tener cuando llegue.

También está el tema de enfocarme mucho en cosas que en otras circunstancias ocuparían un porcentaje menor de mi tiempo. Y esta es la parte que me ha estado preocupando más últimamente. Aunque tengo muchas actividades diferentes, actividades que, además, me he esforzado en buscar para mi, en las que me he involucrado precisamente para crearme una vida rica y llena de cosas distintas ahora que no trabajo, con las que intento sacarle provecho al hecho de que puedo elegir con qué llenar mi tiempo y en que puedo invertirlo en cosas que de verdad me interesan (muchas son esas cosas que uno siempre quiso hacer pero que por falta de tiempo quizás no hace), cuando llega algo importante (¡y qué más importante que un embarazo!), si bien sigo con todo lo demás, este nuevo evento monopoliza mi tiempo, mi interés y, sobre todo –y esta es la parte que me preocupa- mi atención (y, como consecuencia, muchas veces mi tema de conversación).

Yo entiendo que es algo normal, que esto le pasa a todo el mundo y que algo tan novedoso como estar embarazada y tener un hijo es motivo más que suficiente para “zambullirse” en el tema, especialmente en el caso de mujeres como yo que nos gusta leer todo, enterarnos de todo (y que no sabíamos NADA o muy poco antes de que nos tocara a nosotras).  Pero el que lo entienda no hace que deje de preocuparme. ¿Cuántas veces no me he quejado yo, antes de tener el más mínimo interés en ser madre, de las mujeres que sólo hablaban de sus hijos? Yo no quiero ser una de ellas. Y estoy empezando a creer que quizás ellas tampoco querían, que no eran o son así de manera consciente/voluntaria.  Y lo preocupante es que veo MUY fácil el riesgo de convertirme en una (porque desde ya me cuesta mucho no hablar del embarazo todo el tiempo y no contarle a todo el mundo todas las cosas que he ido aprendiendo en estos meses). Es que claro,¿ qué más interesante que todo este mundo nuevo de la maternidad y de los niños para alguien que, como yo, lo está descubriendo todo por primera vez?  

Y aunque todavía no me he rodeado de muchas madres ni he sido testigo de primera mano de las interacciones entre madres de niños pequeños, ya algunas amigas mías que también son primerizas me han contado medio espantadas de experiencias con otras mamás que yo no quiero que me pasen. Yo no quiero estar tan centrada en Giulia que todas mis alegrías y logros dependan sólo de los de ella (que si levantó el cuello a los 2 meses y no a los 3, que si se rió antes que los demás, que si gateó primero o se paró antes) y que luego estos logros sean motivos de comparaciones y conflictos con otras mamás. Conozco mujeres que incluso han dejado de frecuentar a otras mamás (algunas que incluso eran amigas muy cercanas a ellas antes de tener sus propios bebes) sólo para no tener que escuchar comentarios “criticones” (“¿estás segura que tienes suficiente  leche? A mi me parece que tu hijito está muy chiquito, para mi que no te sale tanta”)  o comparaciones sobre sus hijos que les resultaban “ofensivas” (“¿Qué, ya tiene 4 meses y todavía no hace “X”?”). Yo quiero que mi hija sea lo primero en mi vida pero definitivamente no lo único, quiero mantener mis intereses y mis distintas actividades y tener más cosas de que hablar que de ella…y el no trabajar es un obstáculo en el camino para esto, te deja mucho tiempo libre para dedicarte a tu hija con el riesgo de que te dediques SÓLO a tu hija.

Por eso, luego de los meses iniciales de maternidad, cuando ya las cosas hayan adquirido una rutina y ya sea una mamá “experimentada”, pretendo continuar con mis actividades, seguir traduciendo y escribiendo para Expatclic, seguir con mis clases de francés, seguir ayudando en el club en el que participo y empezar (finalmente) a estudiar para coach, llenar mi vida con cosas como siempre he hecho, como si terminara mi descanso “post natal” y volviera a trabajar.  

Eso si, como me da miedo no poder hacerlo sola y dejarme llevar por la emoción de la maternidad, ya le he pedido a Alberto y a muchas amigas (y se los pido a aquellos de ustedes que me ven o hablan conmigo con frecuencia) que no me permitan convertirme en esas madres que yo tanto criticaba, que me avisen (pero bonito por favor) cuando empiece a dejar de ser la Moci de siempre, cuando me esté convirtiendo sólo en la “mamá de Giulia”.

lunes, 24 de septiembre de 2012

No voy a estar más sola.


Hace una semana más o menos, mientras estaba echada leyendo con Alberto a mi lado, tuve un chispazo de lucidez, una realización,  caí en cuenta, por primera vez, que desde el momento en que Giulia llegue a nuestras vidas, no estaré nunca más (o muy pocas veces) sola. Y debo decir que no me hizo mucha gracia la idea.

Como ya había comentado en uno de los primeros post, una de las razones por las que creo estuve un poco en shock durante la primera semana de mi embarazo (o, mejor dicho, la primera semana que supe de mi embarazo) es porque estaba asimilando la idea de que desde aquel momento en adelante, por el resto de mi vida, tendría siempre una razón para preocuparme. Lo que no había pensando todavía (tontamente en realidad, porque es una consecuencia bastante obvia) es que no sólo tendría siempre un motivo de preocupación (el mejor de los motivos que una persona puede tener, eso no lo pongo en duda) sino que además, tendría siempre compañía física.

Como saben (y si no saben porque no me conocen, se los cuento), soy una persona bastante sociable.  Si bien los grupos grandes me cortan, en general soy de las que pueden hablar con cualquiera, que se busca, hace y mantiene amistades fuertes con bastante facilidad, que se adapta a todo (o por lo menos me he adaptado a todo lo que me ha tocado hasta el momento) y que no se hace muchos problemas por nada. Siempre he sido más o menos así y los últimos años –por el tipo de vida que elegí de andar de trotamundos-  me han obligado a serlo aún más.  

Pero junto con esta parte sociable existe otra parte de mí que disfruta mucho el estar sola. De hecho, por el trabajo de Alberto, paso buena parte de mi vida sola –yo diría que un 30%- y aunque a muchos esto les parezca motivo de tristeza (más de una vez me han dicho –o sé que han dicho refiriéndose a mi- “¡ay! ¡Pobre! ¡Qué pena que ande tan sola!” o “¡qué pena que el marido viaje tanto!”), la verdad es que a mí no me da ninguna pena, de hecho me gusta. Es más, cuando por alguna razón Alberto no viaja en mucho tiempo, hasta puedo llegar a extrañar estar sola (y él no se ofende por leer esto, lo sabe, es más, creo que los dos sentimos lo mismo, estamos acostumbrados así). Esa es y ha sido siempre nuestra mecánica. Desde novios pasamos buena parte separados y su tipo de trabajo ha hecho que sea así también nuestra vida de casados. ¡Y nos gusta! Así es como funcionamos y es así como creo nos hemos convertido en una pareja sólida, cada uno con su espacio, cada uno creciendo al lado del otro y, muy importante, siempre extrañándonos y recordando qué diferente es la vida cuando no está el otro (por lo que apreciamos más los momentos en los que si estamos juntos).

Dicho esto, cuando me di cuenta de que no estaré más sola como que se me desencajó un poco el panorama. Alberto se irá de viaje y seguirá con su rutina de tener sus días para él (¡aunque sean de trabajo, igual tiene una cama para él solo!) y yo me quedaré en la casa, solo que ahora acompañada… SIEMPRE.  Alberto muy considerado me dijo que no me preocupara, que él se quedaría con Giulia o se la llevaría a pasear para que yo haga cosas con mis amigas o me quede en la casa sola. Y si, seguro será así pero ya no será lo mismo. Nunca más. Porque aunque me quede o haga cosas sola, mi mente siempre estará pensando en Giulia y será como si estuviera ahí, físicamente conmigo.

Con el pasar de los días me he estado haciendo más a la idea y supongo que cuando tenga a Giulia conmigo no le dedicaré un segundo más de mi tiempo a esta “preocupación” sobre mi soledad. Quién sabe, quizás hasta ya no quiera estar sola (lo dudo pero quién sabe).  De hecho, debo admitir que si bien aun no quiero dar a luz, cada vez con más frecuencia tengo pequeños momentos (aún muy breves) en los que si me gustaría tener a mi hija conmigo. Y la verdad, aunque estoy cien por ciento convencida que el momento en que conozca a Giulia será el más feliz de mi vida (lo tengo en la mente, me lo he imaginado mil veces y me emociono hasta el punto de casi llorar cada vez que lo hago), no quiero que llegue aún porque sé que inevitablemente llegará y prefiero gozar también cada instante, cada segundo, antes de ese momento que cambiará nuestras vidas ahora si por completo.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Anidando (otra vez).


Hace casi exactamente un mes nos mudamos a nuestro departamento nuevo y junto con la mudanza llegó un repentino impulso por limpiar y arreglar todo lo que encontraba en mi camino. No sé si fue la emoción del nuevo hogar o si es verdaderamente el llamado instinto de anidamiento pero la realidad es que las semanas siguientes a nuestro cambio de departamento he estado hecha una total ama de casa, casi compulsiva.

Para ser sincera, de los quehaceres domésticos, el que menos me gusta es limpiar. Puedo lavar, planchar, cocinar y lavar platos sin ningún problema pero limpiar es una cosa que no me gusta para nada y, por lo general, doy mil vueltas y busco mil excusas antes de empezar a hacerlo (para luego darme cuenta que en verdad no me demora tanto ni es tan difícil y pesado y prometerme que la próxima vez lo haré sin tantos rodeos… y la siguiente vez me hago las mismas bolas otra vez…y así sucesivamente). Sin embargo estas últimas semanas (con excepción de unos cuantos días, luego les cuento por qué),  he estado llena de energía (más que de costumbre diría), haciendo todo más feliz que nunca. Casi podría decir que disfrutaba planchando y hasta limpiando.

En estos días, he lavado todo lo que se me ha cruzado (incluyendo todos los peluches  -que no son e Giulia sino míos-, alfombras de baño, es más, poco me faltó para meter en  la lavadora también a Alberto),  he colgado cuadros como loca (sin esperar a que llegue Alberto para ayudarme), al punto que casi rompo dos por desesperada (justamente por no esperar a Alberto), he comprado todas las pequeñas cositas que siempre hay pendientes en una casa, desde un martillo (porque si no no podía colgar mis cuadros) hasta las telitas que se ponen debajo de las patas de las sillas para que no suenen cuando se mueven. Me paseé por todas las tiendas de niños (si, otra vez) y por sus versiones online para buscar la cuna que mejor quedaba en el cuarto de Giulia (mejor dicho que entrara) e ir viendo qué decoración le iba a poner. He estado imparable… con excepción de los días siguiente al “incidente de la cuna”.

Como dije, una de las cosas que ocupaban mis días (eso pasa cuando una no trabaja) era la búsqueda de una cuna práctica y bonita que al mismo tiempo entrara en el reducido espacio del cuarto de Giulia. La parte de la practicidad era fundamental porque por las dimensiones del cuarto, no van a poder entrar muchos muebles. Así encontramos una cuna que ya venía con cambiador incorporado y que tenía cajones y puertitas para guardar cosas. Justamente por el tema del espacio (y como consecuencia de mi repentino interés por todo lo doméstico), medí el cuarto de la bebe “n” veces y desde todos los ángulos (y no sólo el cuarto de la bebe, me la he pasado midiendo toda la casa, mi metro se ha vuelto mi mejor amigo, de hecho hasta lo tenía en mi cartera) para asegurarme que la cuna entrara (para ver si pasaba por las puertas, si se podía traer ya medio armada, etc.)…y, según yo, entraba, con las justas pero entraba.

Con la seguridad que me daba mi huincha, compramos la cuna. Cuando vinieron a ponerla, los señores de la mudanza, a la hora de armarla, me dijeron que no entraba donde yo decía y, como yo ya estaba molesta con ellos porque habían sido un desastre (me arañaron la puerta, no protegían la cuna al momento de armarla, etc.), les dije que la armaran donde quisieran pensando en que luego Alberto y yo la poníamos donde queríamos. Grande fue mi sorpresa/desilusión/trauma cuando nos dimos cuenta que la cuna no la podíamos girar sin desarmarla por el poco espacio del cuarto, por la presencia de la calefacción en un lado de la pared y, sobre todo, por el techo mansarda de la casa que, por su inclinación, no deja que la cuna de la vuelta. En ese momento casi colapsé, es más, sin casi, colapsé. Me entró el pánico de que quizás había medido mal y que, si en verdad había medido mal, la cuna no servía para ese cuarto y había que venderla (les juro que no era capricho ni irracionalidad de embarazada, en serio, la cuna no tenía sentido en ninguna otra posición que la que yo decía). Al final, la aventura de la cuna concluyó conmigo cerrando la puerta del cuarto de Giulia, deprimida en mi cuarto, tristísima porque soy una burra que no sabe medir y porque por eso la cuna no entraba (lo admito, hasta lloré de pena).

La parte que si reconozco fue un poco irracional fue que no quise abrir la puerta del cuarto de Giulia por una semana, de hecho, creo que fueron 10 días. No quería ver la cuna en el lugar que no era ni volver a medir el cuarto para no saber si en verdad me había equivocado o no (yo la verdad veía poco probable haberme equivocado luego de haber medido TANTAS veces, tendría que de verdad haber sido bien burra). La cuna casi se volvió un tema tabú (aunque Alberto de vez en cuando se burlaba de mí y de mis habilidades de “medidora” de espacios) y lo borré de mi mente por varios días (ya ni mis amigas me preguntaban por la cuna). Lo que si hice ni bien se fueron los chicos que la armaron fue quejarme con su jefe por el pésimo servicio, contándole lo que había pasado a lo que él se ofreció a mandarme, cuando yo quisiera, a dos chicos para que me la desarmen y vuelvan a armar donde yo quiera (porque además, la habían armado mal).

La famosa cuna

Al final, luego de 10 días y con un viaje a Italia de por medio, volví a abrir la puerta y Alberto y yo (justo para tener un testigo) medimos juntos el cuarto y decidimos que efectivamente la cuna entraba y llamamos para que nos la vuelvan a acomodar. ¿Y qué creen? ¡Pues que la cuna entró (por literalmente un centímetro, pero entró)! Les juro que, aunque ya luego de medir el espacio con Alberto me había vuelto un poco el ánimo doméstico y ya había empezado a limpiar otra vez, sólo volví a ser una mujer verdaderamente feliz cuando los señores me dijeron que la cuna entraba y me pidieron disculpas (otra vez) por el mal servicio que me habían dando antes. Desde ese momento volví a entrar en “modo anidación” y otra vez no he parado de hacer cosas (ni de planear las cosas que haré la semana próxima).

Es curioso como la naturaleza sabiamente te da las fuerzas, las ganas y la energía necesarias para hacer todo lo que tienes que hacer para que todo esté listo para la llegada de un hijo. Yo se que aún falta para la llegada de Giulia y de hecho hasta me han dicho que por qué me apuro si todavía me queda tiempo. Y es cierto, todavía hay tiempo, pero la realidad es que prefiero avanzar lo más posible ahora que puedo porque nadie sabe cómo serán los últimos meses (de hecho sólo faltan dos y medio), ni cómo me sentiré, ni si estaré muy pesada y lenta o muy cansada o hasta quizás con dolores de espalda. Por otro lado, como me dijo una amiga, hay tantas cosas que están fuera de mi control al final del embarazo, -como por ejemplo el momento en el que daré a luz, la duración del parto e incluso muchas de las pocas cosas que sé que quiero en el día del nacimiento de Giulia pueden no salir como me gustaría (como que el parto natural se convierta en cesárea o que no pueda hacer todas las cosas que he aprendido en mi clase de yoga para ayudar con las contracciones porque me tengan que poner algún medicamento, etc.)- que al menos estas que puedo controlar y que dependen de mi, quiero hacerlas bien y como me gusta (y soy completamente consciente de que todas estas cosas que puedo controlar son más para mí que para Giulia porque definitivamente ella no se acordará de cómo era su cuarto cuando nació ni si tenía cenefa rosada o móvil colgando de su cuna).

miércoles, 29 de agosto de 2012

Alberto ya quiere que dé a luz.


Hoy tuvimos nuestra cita para la ecografía 4D. Fue muy lindo ver a Giulia con tanta calma y con tanto detalle y poder saber cuánto mide y cómo está creciendo (a mi me encanta que me digan números para luego comparar con mi libro…si, lo sé, soy una pesada). Ella está súper bien, es un poquito más grande de lo que corresponde a su edad pero la verdad, salvo que me digan que no creció nada o que está muy por debajo del promedio, ya no me preocupa que no sea la bebe más grande del universo (¡he madurado con los meses!). De hecho, como me dijo una amiga, mejor que no sea tan grande así el sale más fácil el día del parto. La buena noticia del día es que el parto ya puede ser natural porque al crecer mi útero la placenta se subió y ya no hay riesgo de placenta previa (léase, ya no está bloqueando la cérvix).


Hace mucho que no escribo dos post tan seguido pero hay dos cosas que me llamaron la atención de hoy. Una sobre mi y una sobre Alberto (y me pareció importante tener un poco del punto de vista del papá).

Sobre mí: Horas antes ir a la ecografía, escribiéndole un mail a una amiga, le dije –y en verdad lo pensaba y sentía en ese momento- que, aunque todo el mundo me había dicho que cada vez me emocionaría más y más con la idea de las ecografías y de ir a ver a la bebe, yo no sentía eso. Lo esperaba con más ansias antes que ahora.

No me malentiendan, claro que voy feliz a mis consultas y ni bien salgo de una saco mi cita para la siguiente y me encanta ver a Giulia y me da cólera cuando no la veo lo suficiente o cuando no me dicen cuánto mide o cuando no le toman una foto bonita o cuando no me dan un video (como en la consulta anterior) pero ya no tengo esa ansiedad que tenía antes, ni cuento los días que faltan con tanta desesperación. Mi teoría es que antes sentía la necesidad de verla porque era la única forma que tenía de constatar que estaba ahí…y que estaba bien. No había ni panza, ni nauseas, ni patadas ni nada. Sólo unos cuantos kilos de más (que, seamos sinceras, ha sido un problema que he tenido siempre, ¡desde que tengo uso de razón!) y las fotos de las ecografías que guardo en mi agenda (y el test de embarazo positivo que, lo admito, tengo guardado también).

Ahora es diferente. Ahora me despierto todas las mañanas y lo primero que hago es verme la barriga, ver si ha crecido, si está más arriba o más abajo que el día anterior. Cuando me visto tengo que ver qué me pongo que me quede bien y conforme pasa el día voy viendo cómo cambia la forma de la panza también. Durante el día, sobre todo en la tarde y aún más en la noche que es cuando estoy más tranquila, siento que Giulia se mueve y a veces hasta lo puedo ver desde afuera. Hoy incluso me desperté sintiéndola. Ya no necesito verla en la pantalla para saber que está ahí y que está bien, ahora yo se que está bien.

Sobre Alberto: Resulta que Alberto ya quiere que dé a luz. Ayer que leyó mi post (lo leyó igual que el resto, normalmente no se los enseño antes) no me dijo nada, sólo que le gustó. Pero hoy que salimos de la consulta, luego de hablar con mi suegra (y que me dijera que seguro me moría de ganas de tener a Giulia conmigo –ella no lee el blog porque no habla español- y que yo le dijera que no tanto), Alberto me dijo que él si quería que ya diera a luz. De un lado me sorprendió pero del otro entiendo perfectamente (y de hecho, me acordé del caso de una amiga mía que me había dicho que a ella le pasó lo mismo con su esposo). Para él no es tan divertido que esté adentro mío (seguro si estuviera adentro suyo tampoco sería tan divertido como es para mí porque se estresaría más de lo que me estreso yo pero al menos la sentiría, ¿no?). Aunque yo le aviso cuando se mueve para que ponga la mano o voltee a mirar -parece que Giulia tiene un poco de pánico escénico y la mayoría de veces que sabe que su papá la está tocando o mirando deja de moverse-, le cuento todo lo que siento y trato de hacerlo participar en todo (quizás hasta más de lo que él quisiera porque sospecho que todos los datos curiosos que le cuento no le interesan tanto como a mí), para él esto del embarazo no es como para mí (obviamente). Él quiere ver a su hija en vivo y en directo, quiere conocerla porque es su única forma de sentirla y de acercarse a ella, de empezar a tener una relación, quizás hasta de empezar a quererla. Y tiene sentido.

Le pregunté también sobre las ecografías y si su emoción por ver a la bebe había aumentado o disminuido con el tiempo y me dijo que siente lo mismo que antes, que su mayor miedo en cada cita es no sentir el corazón que late y me repitió que él la preferiría ya afuera. 

martes, 28 de agosto de 2012

No quiero dar luz…


Van pasando los días y cada vez que veo mi Plan Prenatal (el que me dieron en la clínica cuando empecé a atenderme con ellos) me doy cuenta que me quedan menos y menos citas y que ya estamos al final de la página (aunque en realidad todavía no termino el segundo trimestre, la cantidad de exámenes bajan) y la verdad no me gusta mucho la idea.

Yo no quiero dar a luz. Al menos hoy no quiero ni un poquito. Muchas me dicen que en 2 meses y medio más cuando me pese todo voy a estar desesperada por que “me saquen” al bebe de adentro pero la verdad es que en este momento no puedo ni imaginarme cómo será sentir eso, estoy TAN bien como estoy.

Son varias las razones por las que no quiero dar a luz. La primera y más obvia es porque ¡me siento súper bien! Si antes me sentía bien, ahora me siento aún mejor. Definitivamente el segundo trimestre es mejor que el anterior. Ya no me cae tan pesada la comida (excepto si como carne roja muy tarde, ahí si me quedo despierta toda la noche), no siento languidez ni acidez ni nada, ahora si se me ve 100% embarazada (desde hace poco en realidad, hasta hace un par de semanas podía pasar tranquilamente por gordita dependiendo de la ropa), la gente es amabilísima conmigo, todos me engríen más que de costumbre (incluyendo a Alberto), ¡todo es una maravilla!

La verdad, yo podría vivir embarazada TODA mi vida (asumiendo que todos mis embarazos fueran como este…y tengo la esperanza de que así será el siguiente -y último- porque ese fue el caso de mi mamá). Tengo la suerte de tener un embarazo modelo… ojalá todas las mujeres (y sus esposos) pudieran tener la suerte que tengo yo. Lo único que si noto desde hace unas semanas es que estoy más sensible en general, un poco más llorona quizás (especialmente cuando se trata de cosas relacionadas con niños) pero dejando de lado eso –y aún contando eso- no tengo nada de que quejarme.

Pero hay varias razones más por las que estoy feliz como estoy, razones que básicamente se resumen en una sola: NO ESTOY LISTA PARA TENER A GIULIA CONMIGO TODAVÍA. Y no estoy lista desde varios (o todos los) puntos de vista. Ni logísticamente, ni emocionalmente, ni físicamente (y seguramente tampoco en ninguno de los otros “mentes” que puedan haber).

Físicamente es obvio, todavía falta un poco más de 3 meses y medio de embarazo (¡felizmente!) y aunque desde el día 1 se ve como el cuerpo se va preparando para traer una vida al mundo (¡y yo sigo maravillándome cada día con cada uno de los cambios, las venas, la panza -¡amo mi panza!-, etc.!) ni yo ni Giulia estamos listas para el día del parto (pero ojo, sigo sin tenerle miedo a ese día, no quiero que llegue aún pero no le tengo miedo al parto). Así que en ese frente seguimos preparándonos. Seguimos con las clases de yoga prenatal, ya vamos a empezar las clases informativas prenatales en pareja a mediados de setiembre y seguramente tendremos una clase mucho más práctica sobre el final del embarazo con mi profesora de yoga. Pero la parte física es la que me preocupa menos, la naturaleza (y mis profesoras prenatales) se irán encargando de ayudar con eso.

La parte logística va avanzando pero no al ritmo que yo quisiera (aunque racionalmente sé que no hay ningún apuro y que hay tiempo de más). Por lo pronto ya nos mudamos (¡check!). Fue bastante fácil y, aunque la desempacada se hizo en “tiempos de embarazada” (léase, bastante más lentamente de lo normal), ya las cajas están vacías y salvo por pequeñísimos detalles como colgar los cuadros, digamos que estamos 100% instalados.

La lista de cosas que necesito para la llegada de Giulia va tomando forma. La versión original que hice, y sobre la que les conté en mi post anterior,  ahora está más completa. No porque haya incluido más cosas sino porque las cosas que tiene ya tienen más detalle. Poco a poco he ido visitando tiendas de bebes, hablando con amigas que viven acá (resulta que a veces es mucho más práctico y conveniente comprar todo –o casi todo- en el lugar en el que estás que mandarte a traer las cosas por más que creas que en otros lados son mejores o más baratas) y ya como que se está concretando la cosa. Debo confesar que esto de la lista ha sido más difícil de lo que suena –y de lo que pensaba que sería. Ir a ver tiendas de bebes no es tan divertido como yo creía. Cada vez que voy a una, en vez de salir emocionada y con ganas de comprarme todo, salgo completamente agobiada, espantada, no sabiendo qué decidir y, al final, ¡no queriendo comprar NADA NUNCA!

Aunque no pensé que fuera así, lo que más me calmó con el tema de la lista y las tiendas de bebes fue ir con Alberto a una el sábado pasado. Contra mi pronóstico, él estaba emocionadísimo con las cosas que veía. Claro, con las cosas que no nos sirven hasta dentro de un buen tiempo (como los asientos  para carro –que no tenemos- para niños de más de 1 año –que tampoco tenemos- hechos por no sé qué marca que diseña los asientos de los carros de formula 1 o los legos que forman ambulancias o camiones de bomberos que claramente dicen “5 años o más”).  A las cosas que si importan –léase las que necesitamos en el futuro cercano- ni bola les daba por más que yo le explicaba cuáles eran y para qué servían. Él todo lo simplificaba y me respondía que millones de mujeres en el mundo (y nuestras madres en el pasado) se embarazan, tienen hijos y los crían sin  ninguna de las cosas por las que yo me hago mil bolas. Y tiene razón (y eso que yo estoy tratando de ser lo más simple que puedo con relación a las cosas que quiero comprar). Tampoco es que pretenda (ni Alberto tampoco) tener y criar a Giulia como en el Medioevo pero la verdad es que tantas complicaciones mentales que me estaba haciendo son innecesarias. Desde que fui con él, he avanzado mucho más mi lista y decido las cosas sin darle tantas vueltas (los que me conocen bien saben que, si no fuera porque se necesitan TANTAS cosas, probablemente hubiera hecho una hoja Excel comparativa de cada tipo de saca leches, biberón, chupón, coche, etc.).

El cuarto es otra cosa que me traía (hasta hace unas horas) un poco agobiada/preocupada. Resulta que por sus dimensiones (como 6 metros cuadrados) y su forma (techo con mansarda inclinado y con la calefacción que ocupa buena parte de la pared más larga), que encima lo hace más chico de lo que ya es, es un poco difícil encontrar muebles que entren (al menos que entren sin que Alberto y yo -pero más Alberto obviamente- nos demos de cabezazos contra el techo cada vez que vayamos a ver a la bebe) y decoraciones que vayan con el poco espacio libre que tendremos luego de amoblarlo. Felizmente, luego de pasármela midiendo el cuarto una y otra vez desde ayer, y de ver las medidas de todos los muebles y decoraciones que hemos visto en tiendas y en internet, creo que ya podré dormir tranquila porque ya tengo una idea más clara de cómo lo voy a hacer.

Pero lo que más me atormenta de la famosa lista y del cuarto es que ambos siguen en el papel. Que avanzan y se completan los detalles pero yo sigo sin tener la cuna conmigo, ni la cenefa, ni los biberones ni nada…y aunque sé que nos sobra el tiempo, si por mi fuera, tendría todo ya puesto en su sitio para finalmente poder ponerle “¡check!” a todo y no pensar en eso nunca más.

Finalmente, respecto a la parte emocional, -díganme extraña o poco maternal- yo todavía no siento la necesidad de conocer a Giulia. Sólo una vez –cuando salí a almorzar con una amiga y su hijita de mes y medio- he sentido ganas de tenerla conmigo. Por lo demás, todavía no me dan ganas de cambiar las cosas. Todavía quiero que sigamos siendo dos (o dos y medio si quieren), todavía quiero sentir a Giulia adentro y saber que está bien –y que yo no tengo que cuidarla para que siga estando bien-, todavía me da flojera (seamos sinceros, también hay algo de esto) cambiar mi rutina, levantarme en las noches, andar por las calles con un cargamento de cosas de bebes, en general, cambiar mi vida para siempre. Aún ni siquiera logro hablarle a mi panza, sólo me comunico telepáticamente con ella (espero que funcione) cuando voy a la clase de yoga o la acaricio cuando siento que se mueve (eso sí, disfruto mucho cuando se mueve, especialmente cuando se ve desde afuera y Alberto puede verlo también). Ni música le he puesto a la pobre (como yo no soy muy musical tampoco). No sé si con el paso de las semanas cambiaré, no sé si al menos le empezaré a hablar pero si estoy segura de que cuando el momento de que Giulia salga llegue, tanto Alberto como yo estaremos listos (o todo lo listos que se puede estar para un evento como este). Por lo pronto, seguiremos disfrutando de ser dos y de tenerla con nosotros en mi panza…

miércoles, 25 de julio de 2012

Poniéndome al día (Parte 2)


Otros de los eventos ocurridos en este tiempo de “silencio bloggero” fue la preparación (y realización) del baby shower. Giulia y yo nos fuimos a Lima y durante varios días nos internamos en la casa de mis papás preparando todo para su primera fiesta. Sólo quiero que Giulia sepa que fue un día lindísimo (de hecho fue uno de los dos únicos días de sol que hubieron en los 14 días que estuve en Perú) y que todo fue preparado con mucho cariño por sus abuelos, su tío Julio (y de paso Gabriel y Carlos), sus tíos Pocho y Pocha, su bisabuela Mora y su mamá (y también su tía Martha que colaboró con la preparación de pompones). Los recuerditos fueron un regalo de Carol y fueron muy apreciados por todos, sobre todo por los niños asistentes que se comieron muy contentos los marshmellows que estaban adentro. Yo descubrí que cierta habilidad para las manualidades tengo, tampoco tanta (como si la tienen mi mamá y mi hermano), pero si alguito. Al menos los topiarios de cintas que eran mi tarea me quedaron lindos (tengo que decir que tampoco eran tan difíciles). Así que, que no les extrañe que hayan topiarios en el próximo cuarto de Giulia.


Giulia hizo una tímida aparición ese día, de no tener nada de panza (o casi nada), ese día pase a tener un poquito más.  Cierto es que la selección del vestuario no fue casual y a propósito me puse algo que hiciera que se note más el embarazo…pero igual, antes del 30 de Junio no se notaba NADA y ese día se notó algo. Giulia sabía que era una fiesta en su honor.

Luego de llegada de vuelta a Budapest, llena de regalos y cositas lindas que compré, me apareció un nuevo motivo de estrés…si, es la de nunca acabar esto de los traumas y los estreses (a mi me habían dicho que me la iba a pasar el embarazo con pánico pero no, yo no estoy asustada por el parto –todavía-, ni por la llegada de Giulia –todavía-, a mí sólo me vienen agobios y estreses felizmente pasajeros). Mi nuevo motivo de estrés era la parte logística de todo esto.

Todo empezó cuando mi querida amiga Jessica, organizadora de otro baby shower, me dijo que estaba empezando a pensar en el asunto y en la organización y me preguntó qué necesito (para que vaya viendo si aquí existen las listas de bebés o para que, en todo caso, haga una lista yo y se la dé). Ahí me di cuenta que NO TENÍA idea de qué necesito. Yo ya tenía la sospecha de que no tenía idea pero antes del baby shower de Lima, siempre que me preguntaban qué me faltada me bastaba con responder “necesito todo porque no tengo nada”  pero la verdad es que no era muy consciente de qué era TODO, sólo estaba plenamente segura de que no tenía NADA. Por alguna razón pensé que luego del baby shower de Lima sabría que necesitaba…pero no, seguía igual de perdida con respecto a lo que necesita un bebe (de hecho, descubrí luego de ver la ropita tan linda que nos regalaron que ni siquiera tenía idea de cómo se vestía a un bebe, quiero decir, qué cosas se le ponen y en qué orden ni cuántas veces se les tiene que cambiar en el día). Lo que sí, aprendí que se necesitan colchas, baberos, babitas, medias, toallas y un montón de cosas que ya tengo porque me las regalaron, pero seguía sin saber sobre todas las cosas que NO TENGO.

Los que me conocen, saben que yo soy la reina de la organización, de la logística y que me encanta hacer listas y cuadros comparativos de TODO en Excel. Esta vez no tenía ni media lista, ni medio cuadro de nada en ninguna parte…y una de las razones básicas era porque no sabía qué poner en mi lista. Una “no madre” no se da cuenta (o al menos no del todo) de la cantidad de cosas en las que hay que pensar ante la llegada de un hijo. Hay un montón de información que procesar, no sólo por el hecho mismo de estar trayendo un hijo al mundo y de estar llevándolo dentro y de todos los cambio físicos, hormonales y de todo tipo que se van dando y que se vienen en el futuro sino que incluso en las cosas más básicas y mundanas hay miles de cosas que tomar en cuenta. Miles de artefactos y chucherías que se necesitan (sin contar que descubrir qué es lo que en verdad se necesita es otro tema porque el mercado te quiere hacer creer que necesitas todo), algunos de los cuales al final también dependen del tipo de madre que quieres ser (por ejemplo de cuál sea tu plan con respecto a la lactancia) y que, por lo tanto, te obligan a pensar también en eso. Es todo un mundo nuevo para quienes no hemos tenido tanto contacto con bebes (en mi caso, hasta había ido no hace mucho a acompañar a una amiga húngara a comprar las últimas cositas que le faltaban antes del nacimiento de su hija, y si, cuando salí de las tienda salí medio traumada con la cantidad de cosas que había que se necesitan pero nunca procesé…hasta que no te toca ser tú la que tiene que comprar como que no procesas…al menos yo no lo hice hasta ahora).

Además, mientras me agobiaba por la lista, me vino también a la mente que hay varios temas que tengo que empezar a discutir con mi médico y que hasta ahora no había tocado (cosas como asegurarme que el hospital en el que voy a dar a luz es el que yo creo, preguntarle si me van a dejar tener a Giulia en el pecho inmediatamente luego del parto, averiguar sobre las opciones de almacenamiento de la sangre del cordón umbilical por si lo hacemos, preguntar sobre las clases prenatales, etc.) y que la fecha para mi posible mudanza se acerca y no habíamos buscado departamento nuevo ni coordinado con la oficina de Alberto. Y así me empecé a acordar de varias cosas más que tenía que hacer y que no había hecho o empezado a pensar si quiera. Y me agobié. Yo que suelo ser bien calma y todo lo soluciono con mis listas, simplemente me agobié. Todo me parecía complicado, ya no quería ni mudarme, ya no quería nada. Una vez más, las hormonas en acción.

Felizmente el agobio me duró poco y, como me dijo mi mamá que pasaría, me calmé, creé mi archivo de Excel y empecé con mis listas. La lista de las cosas de la bebe fue lo más fácil obviamente. A mi auxilio llegaron el file de Excel de una amiga peruana que fue madre no hace mucho aquí en Budapest (file que de hecho ya tenía desde hace meses pero como que no le estaba haciendo caso, primero porque veía lejano lo de tener que preocuparme por esas cosas y luego porque estaba tan agobiada que no me daban ni ganas de solucionar mi agobio…típico de cuando una tiene mil cosas que hacer y se estresa tanto que al final no hace ninguna), mi amiga Gladys de Lima (¡Gracias Gladys!) y obviamente internet. Ya tengo mi lista hecha y ahora que sólo tengo que comprarme lo que me falta estoy mucho más tranquila. ¡Check!

El tema de la búsqueda de casa también lo solucioné relativamente fácil. Aún no tengo casa nueva pero la verdad bastaba con mandar un par de correos electrónicos para que todo empiece a moverse y ya tenemos un candidato bastante fuerte. Así que si la mudanza se da, ya tengo presupuesto para que me ayuden a empacar y desempacar (normalmente lo haría yo pero si me pasa lo que me pasó cuando desempaqué cuando llegamos, que de emocionada quise tener mi casa lista en un día y luego no me pude mover una semana del dolor de cintura, creo que me muero…o Alberto me mata), potencial departamento nuevo, y algunas posibles opciones más en el camino. ¡Check!

Quedaba (y medio que sigue quedando) el tema del médico y lo relacionado al parto. Ahí también me di cuenta que ni siquiera sabía qué es lo que tenía que preguntar respecto al parto. Yo había leído en muchos lados lo del plan de parto y veía que muchas mujeres tienen bastante claro cómo quieren que sea su parto (con un detalle realmente sorprendente), yo no tenía idea. A mí me preocupaba sólo que pongan a Giulia en mi pecho apenas nazca, antes de limpiarla siquiera, que haya epidural a la mano por si decido usarla y que no usen fórceps porque me dan miedo. Luego de eso, para mí la cosa era bien simple: me venían los dolores, iba al hospital y luego de algunas (pocas, esperemos) horas tenía a mi hijita conmigo. Para ayudarme con este tema apareció mi profesora de yoga prenatal, ella me dijo un montón de las cosas que uno puede pedir, que debe averiguar si se pueden hacer en el hospital al que yo voy a ir, etc. Ahora la tengo un poco más clara, aún no se si todo lo que ella me dijo es importante para mí pero si estoy más convencida que nunca de la importancia de lo que estoy aprendiendo en mi clase de yoga. Aunque a este punto todavía no le puedo poner “check” porque es “work in progress” y lo será hasta el último momento supongo pero si estoy más tranquila porque ya sé más o menos por qué camino debo de andar, qué es lo que debo averiguar y ya empecé a hacer una lista y a leer algunas cosas que me están aclarando el panorama respecto al parto (¿ustedes sabía que existía una posición óptima para el feto al momento del parto (más allá de que esté de cabeza)? Pues yo no y ahora ya sé y sé también como ayudar para lograrla y tener un parto corto) y respecto a cómo hacerlo una linda experiencia y no un episodio traumático. ¡Casi check!

Para terminar, les cuento que exactamente el día que cumplí 19 semanas, sentí por primera vez a Giulia en mi panza. No fueron pataditas sino burbujas, como si fueran gases (si, ya se, bien poco romántico) y debo decir que luego si sentí como dos suaves empujones (que Alberto también sintió porque aunque eran la 1:30 de la mañana lo desperté para que sintiera y estar segura que no eran ideas mías y que no me lo estaba inventando). Luego de eso la he sentido algunas veces más, pero casi siempre como burbujas, cosa que es normal a estas alturas y más normal aún teniendo placenta anterior, como es mi caso. Así que estoy esperando ansiosa que se haga más presente…espero sentirla más ahora que oficialmente estamos ya a mitad de camino.  


martes, 24 de julio de 2012

Poniéndome al día (Parte 1)

Muchas cosas han pasado desde la última vez que escribí, incluyendo muchas sensaciones nuevas, preocupaciones, alegrías. La idea hubiera sido hacer un post para cada uno de estos eventos pero entre visitas, preparativos para viajes, viajes, baby shower, jetlag, colapso de lap top, más preparativos para viajes, entre otros, ha sido imposible sentarme a escribir como hubiera querido.

Aunque trataré de ir en orden cronológico (o al menos en algún tipo de orden lógico), hay un suceso que merece ser destacado sin importar el momento en que sucedió: ¡¡¡Es una niña!!!! ¡¡¡Y se llamará Giulia, Giulia Monguzzi Ferradas!!! (¡Qué emocionante! Es la primera vez que digo, escribo y/o leo su nombre completo!)

La noticia del sexo de Giulia vino un poco de sorpresa…aunque en realidad un poco menos de sorpresa de lo que pudo haber sido de no haber tenido una ecografía en la semana 16. Pero vamos por partes y cucharadas.

Creo que en algún momento, en algún post, les había comentado que yo creía que Giulia era en verdad Adriano (así se hubiera llamado de haber sido niño), desde el principio me refería a ella como si fuera él, mi supuesto instinto se sentía aún más seguro porque todo el mundo me decía que era hombre (desde mi abuela que la soñó hombre, pasando por el calendario chino, hasta las amigas y tías/os que tenían cuchumil teorías sobre que si se ve como hombre en la ecografía –en la que yo con las justas le veía forma humana-, que si está muy formado y los niños se forman más rápido, que si se mueve mucho es hombre y así), incluyendo mi doctor que en la ecografía de la semana 12 donde los médicos pueden -con cierto grado de certeza- determinar el sexo del bebe (digo cierto grado porque a esas alturas del embarazo los genitales femeninos y masculinos se parecen mucho) me dijo que le parecía un niño.

La cosa es que saber que no era Adriano sino Giulia me dejó un poco sin piso. Como si de arranque me dijeran (aunque quizás debería decir “recordaran” porque yo siempre he sabido que mi supuesto sexto sentido femenino nunca ha sido muy preciso que digamos) que mi instinto maternal –que seguro deriva del instinto femenino- no está aún calibrado (o de plano no existe). En mi defensa (o de mi instinto/sexto sentido) debo decir que durante todo este tiempo siempre me pregunté (y tengo testigos) si mi idea de que era hombre era realmente por instinto maternal o simplemente por un tema lingüístico (viviendo en un país en el que no sólo no hablan mi lengua madre sino que además hablan húngaro –lengua dificilísima de aprender- comprenderán que paso mis días hablando inglés y como “bebé” en español es masculino, siempre tenía en la cabeza decir “he” en vez de “it” que hubiera sido lo correcto y “he” terminó pasando al español como “él” y así Giulia se convirtió en mi cerebro en Adriano).

Debo ser sincera y decir que he tenido que procesar que Giulia es Giulia (no te resientas hijita). El proceso me ha tomado unos días pero el impase ya ha sido superado con éxito. Como todo, el asuntó pasó por un tema de expectativas, en mi cerebro era un niño…y no sólo eso, de chica yo siempre pensaba que hubiera sido lindo tener un hermano mayor (con la idea de que me cuide…aunque luego descubrí que no importa quién sea mayor, ni qué tanta diferencia de edad haya, un hermano siempre te cuida) y por eso siempre dije que me gustaría tener un niño primero y una niña después. Junto con eso estaba también el punto de pensar (y sigo pensando) que, de alguna manera, los niños son más fáciles que las niñas (pero más aburridos para vestir, ¡eso si!) y que como madre primeriza mejor agarraba práctica con un niño antes de tener un niña. Pero bueno, el shock no fue nada grave, nada que unas cuantas vueltas por tiendas de ropa de niña no pudieran resolver (compras incluidas claro está).

Ahora vuelvo a la ya mencionada ecografía de la semana 16 que hizo que la sorpresa (y, por lo tanto el shock) de saber que Giulia era Giulia fuera menor de lo que hubiera podido ser. Antes de viajar a Lima, o sea el 25 de Junio, Giulia y yo teníamos una cita con el médico, ecografía incluida (como todas las citas con el médico que tengo), y yo tenía la esperanza de que pudiéramos saber qué era el bebe. A pesar de los consejos de mi madre, yo muy segura de que mi hija es una deportista natural y de que estaría haciendo su rutina matutina de ejercicios como la última vez, no comí chocolate antes de la cita para promover que se moviera por el exceso de azúcar. ¿Qué fue lo que pasó? Pues justamente que no se movió. ¡NADA! Conclusión, además de atravesar por unos segundos de pánico -hasta que el doctor me hizo escuchar sus latidos- porque ya me había hecho a la idea de verla saltar como loca (otra vez, yo y mis expectativas), no pude saber en ese momento si era niño o niña (y la premura radicaba en que todo el mundo en Lima quería saber antes de ir al baby shower y, claro, en que yo ya no me aguantaba las ganas tampoco). No sólo eso, sino que cuando le pregunté al doctor si él podía ver algo, me dijo que no y me preguntó si quería saber qué creía. Yo bien contenta le dije “claro, un niño, no?” y me dijo que no, que, él creía que podía ser una niña porque de perfil no lograba verle los testículos: ¡PLOP! Primer momento de trauma/shock (que al menos sirvió para ir haciéndome a la idea).

Por otro lado, para completar mis traumas del día (traumas total y completamente irracionales, lo sé) Giulia estaba como parece es su costumbre, parada y no echada y, para colmo, ya no era tamaño extra large como había sido hasta la ecografía anterior, ahora era promedio (o hasta mas chica del promedio). ¿Cómo se que era más chica del promedio? Porque obviamente mi súper libro y mi aplicación del Ipod lo decían. Cabe precisar que el doctor estaba felicísimo con la bebe y me había dicho que estaba todo perfecto, de tamaño normal, etc…. pero a mí sólo me importaba que no medía 11cm como debía sino 10.67cm.

Salí de la consulta y llamé a Alberto que estaba en el aeropuerto de Milán a punto de tomar su vuelo para regresar a Budapest. Como él me conoce muy bien, inmediatamente sacó que tenía algo y, claro, lo asusté…porque quién se va a imaginar que alguien con dos dedos de frente va a estar nerviosa porque no vió el sexo de su bebe, porque el bebe está parado y no echado y/o porque resulta que tiene 0.23cm menos de lo que debería de tener. NADIE.

Felizmente salí de mi cita a encontrarme con dos amigas que me distrajeron un buen rato (¡gracias Magaly y Katty!) pero ni bien llegué a la casa, por alguna extraña razón, me puse a llorar. En ese momento, el hecho que Giulia no se hubiera movido como antes y que estuviera parada me ponía muy ansiosa, no sé por qué, como si me diera la impresión de que no descansa y está incómoda (¿?). Yo sabía perfectamente que era normal y no quería preguntarle al médico porque no me gusta hacer preguntas estúpidas, y más que estúpidas -porque no hay pregunta estúpida-, no me gusta hacer preguntas de las que yo misma se la respuesta: el bebe tiene mucho espacio en el saco y se mueve y da volantines todo el día y ha sido pura coincidencia que esté parado así, seguro en otros momentos del día está echado (finalmente, cuando Alberto llegó y me puse a llorar otra vez, no me aguanté y le escribí a la enfermera y me dio justamente esa explicación).

Por otro lado, el que ya no fuera el bebe más grande del universo también me ponía nerviosa. ¿Por qué ya no es tan grande? ¿Será que no la estoy alimentando bien? Una vez más, mi preocupación era completamente irracional. Primero que los fetos no crecen al mismo ritmo todas las semanas (lo más probable era que si le hacíamos una siguiente ecografía una o más semanas después otra vez sería más larga del promedio, cosa que además ocurrió) y segundo que ¿quién dice que los bebes más saludables son los más grandes? Alberto, que mide dos metros, nació pesando menos de 3 kilos y midiendo menos de 50cm. No hay relación necesariamente entre el tamaño/peso del nacimiento (o, el de la panza) con el tamaño que el bebe vaya a tener cuando nazca y crezca. Pero uno tiene esa idea en la cabeza de que mientras más grande, más saludable y fuerte, y yo la aplicaba también al pobre bebe en mi panza. En ese momento, aunque si era 100% consciente de la irracionalidad de mis traumas, seguía igualmente traumada…y me sabía todas las explicaciones que contrarrestaban mis preocupaciones, no era que me las había olvidado, las sabía una a una pero igual lloraba. Lloraba porque siendo yo la que tiene a Giulia adentro, es difícil no sentirse responsable por cualquier cosa que le pase o le deje de pasar (en este caso crecer) y, porque estando tan pendiente de lo que como y de no engordar más de lo justo y necesario, me sentí culpable de estar “matando de hambre” a mi hija (cosa también poco probable porque normalmente los bebes se alimentan de la madre y le quitan todo a ella, así que si me estaba faltando comida es más probable que sea yo la que se esté descalcificando y debilitando –cosa que no ha pasado por si acaso-  a que sea Giulia la que no se esté alimentando).

Sobre esto quiero mencionar el hecho que Alberto, a diferencia mía, no tiene expectativas nunca cuando tenemos una cita, sobre nada, no las tenía sobre el sexo del bebe ni las tiene jamás sobre sus medidas porque no lee como leo yo (y eso que leo bastante menos de lo que hubiera pronosticado) y, por lo tanto, él en ningún momento sufrió ningún shock…él siempre se alegra, le basta con saber que Giulia y yo estamos bien (y por lo general siempre pregunta primero si yo estoy bien…al menos por ahora) para estar contento y tranquilo.