Muchos de ustedes vieron que posteé en mi
estado de facebook que estaba emocionada con mi último fin de semana sola. Y
cuando dije sola me refería a SOLA, sola sin Alberto, sola sin mis papás, sola
sin Giulia, bien y felizmente SOLA, sólo conmigo, como quien dice, “me, myself & I” (a ver, tenía a mis
amigos acá per yo quería estar SOLA y estaba feliz con la idea).
Yo se que a algunos les parecerá rara o
exagerada tanta emoción y creerán que soy mala por estar tan contenta de que mi
esposo se vaya de viaje y de no tener todavía a mi hija, sobre todo tomando en
cuenta que seguro hay muchas mujeres que a estas alturas de su embarazo sienten
–aunque estoy segura que muchas sólo lo dicen pero en verdad no lo sienten tanto- que ya no pueden más por
conocer a sus bebés y que no ven la hora de tenerlos/as con ellas. Pues yo lo
digo bien orgullosa: estaba contenta de estar sola, estaba contenta de poder
tener ese último fin de semana para mi, estaba contenta de poder hacer todo el
día lo que quiera sin hablar con nadie si no quería (ojo, no es que con Alberto
acá no pueda hacer lo que quiera, sobre todo los días de semana que estoy sola
todo el día, pero es diferente, este era MI fin de semana). Estaba feliz de
poder tener esos días para mi, aunque no hiciera nada especial con ellos (como
de hecho fue, me dediqué a comprar las cosas que faltaban para Giulia).
Por otro lado, aunque para muchos no sea un
gran evento, como ya lo he dicho antes, para mí el estar sola es un hábito, una
costumbre –que además aprecio- y que como todo hábito o costumbre, cuesta
romper…y yo la voy a tener que romper de “zopetón” el día que Giulia decida
hacer su esperada aparición. Así que si, para mí, este fin de semana era un
GRAN EVENTO (como se dice en inglés, un “big
deal” -perdonen la “gringada/huachafada” pero es que así se expresa mejor).
Y no me malentiendan, yo se que la vida con
Giulia será aún más linda, que si ahora mi vida es feliz y maravillosa (porque
de verdad la considero así, no perfecta, pero si muy feliz y maravillosa, una
vida en la que no me arrepiento de las decisiones tomadas y los caminos
elegidos aunque con ellos haya hecho sacrificios y a veces vea las cosas
dejadas en el camino con nostalgia), con Giulia será MÁS FELIZ Y MARAVILLOSA,
pero como por ahora conozco sólo “feliz y maravilloso”, quiero disfrutarlo
hasta el final.
Y lo quiero disfrutar porque ahora que cada vez
se acerca más la fecha, y la verdad ahora si siento que se acerca, no sé si es
por la certeza de estar ya en la semana 38 (y que mi aplicación del Ipod dice “19 days to go” y que, sea como sea, de
la semana 41 no voy a pasar), si es por un tipo de corazonada –ya sabemos todos
que mi sexto sentido no es muy acertado que digamos-, o porque ahora voy al
médico hasta dos veces por semana y me conectan a un monitor cada vez; tengo frecuentemente
esta sensación de que muchas de las cosas que hago son mis “últimas” (mi última
ida al cine sola –fui a ver Twilight porque seguro nadie iba querer ir conmigo
igual; mi último paseo fuera de la ciudad –que no llegué a hacer pero mientras tenía
que decidir si ir o no, aunque sabía que era mejor no ir, sentía una angustia
porque era el último, y así con varias cosas) y me entra el miedo, el miedo de
extrañar todos estos “últimos”.
Y no sólo es de extrañar esas “últimas” cosas
que me da miedo. Como ya había contado, el final del embarazo me ha vuelto más
emocional que el inicio (aunque debo decir que parece que lo peor ya pasó, creo
que fue la semana 36 la del pico hormonal, por varios días sentí que estaba al
borde de las lágrimas constantemente…) y lo que más me entró creo (y digo creo
porque sigo sin estar 100% segura que esa sea la única razón por la que me
sentía tan llorona o si mi personalidad racional ha decidido que esa sea LA
razón porque NECESITO tener una razón…ya sabemos que la excusa de “son las
hormonas” no nos satisface mucho ni a mí ni a mi cerebro) fue el miedo a no
saber qué hacer cuando nazca Giulia. Miedo a las cosas menos importantes en
verdad (no vale burlarse), no al momento en que llore y no saber por qué o a
que se enferme y no saber qué hacer (eso ni lo había pensando y ahora que lo
pienso, tendría más sentido tenerle miedo a eso…es más ¡qué miedo!) sino a
miedo a vestirla mucho y que se achicharre o a vestirla poco y que se congele
(este miedo es propio del hecho de que la pobre nace en pleno invierno), miedo
a no saber cambiarla (y encima, ¡mi mamá que es la que viene a ayudarnos y
enseñarnos no ha cambiado un bebe en los últimos 30 años! ¡Es más, se acaba de
enterar que ya no se usa talco sino estas cremas como Desitín en los pañales!),
miedo a que la mamá relajada que según yo quiero ser, se convierta en un monstruo
aprehensivo que no sea capaz de dejar a su hija ni un segundo sola porque no
confíe en nadie (ni en el padre) o que no sepa darme cuenta que ya es momento de
sacarme la leche para poder dejarla con su biberón, miedo a que en vez de
querer andar de callejera por la vida como normalmente hago, me den ganas de
estar encerrada por la flojera de tener que salir en invierno con todo un
cargamento y mi pobre hija vestida como astronauta (aunque la ropa de
astronauta la tiene y linda) o a volverme una traumada de los gérmenes y bichos
cuando en realidad yo soy de la opinión que un poco de bacterias le hacen bien
a todos (de hecho no he comprado ni esterilizador con esta teoría).
No sé, miedo a al final no ser como me gustaría
ser como mamá (como verán, la confianza que según yo le tenía a mi instinto,
como dije en uno de los primeros post se fue al cacho): una mamá con una hija
que se adapta a todo, que en el avión se la puedo “prestar” al vecino desconocido
sin que ella llore si tengo que buscar algo en el maletín (nos ha pasado que
nos han “prestado” bebes así y nos pareció lo máximo), que deja que todo el
mundo la cargue, una mamá con una hija que si bien tiene horarios y estructuras
también puede romper con ellos de vez en cuando y bueno pues, si un día no hay
para que coma papilla hecha en casa en la calle a la hora que le toca, no hay
que correr de regreso sino que se come un pan y ya, en conclusión, una mamá
fácil, con una hija fácil (claro que esto también va a depender de su carácter),
que se la cuelga encima (ya me compré mi tela gigante para ponerme a Giulia y
estoy practicando con un peluche…es de lo que más me emocionaba de las cosas
que comprar) y sigue su vida feliz sin hacerse bolas.
Y bueno, por esos y muchos más miedos quería
aprovechar este último fin de semana en que era yo y sólo yo, con miedos y todo
pero aún sin la necesidad de enfrentarlos cara a cara (ni de cambiarle pañales).
Si hay algo que me tranquiliza es que creo que la mamá que quiero ser se parece
bastante a la mujer que normalmente soy (sólo que con “yapa”) y que he sido en
los últimos tiempos y que creo que con todo y mis miedos (muy usuales ellos por
cierto, según leo) creo que tengo altas probabilidades de salir airosa luego de
un –espero breve- periodo de adaptación. Y para terminar, sólo quería que
conste, que aunque me encantó estar sola y casi no respondí ni llamadas ni
mensajes de texto (¡perdón!), contra todo pronóstico, extrañé a Alberto.