Más de un par de meses ha pasado desde que
escribí diciendo que no quería dar a luz. Bueno, sigo sin querer dar a luz (al
menos no mañana). Eso no quiere decir que las cosas no hayan cambiado en estos
meses. Si han cambiado y bastante.
Para empezar, Giulia está casi “lista”. El
domingo cumplí oficialmente 8 meses (35 semanas), lo que significa que en menos
de dos semanas Giulia podría nacer y no ser ya una bebé prematura. Hoy tuve mi
última clase prenatal, he retomado el yoga con fuerza (lo tuve que suspender
por unas semanas porque se cruzaba con mis clases prenatales y con otras cosas)
y el fin de semana subsiguiente tendremos nuestra clase de pareja donde Alberto
entenderá mejor cuál es su función el día del parto (él no ha podido ir conmigo
a las clases prenatales porque no tuvieron mejor idea que hacerlas en la mañana
en días de semana…pero yo le cuento siempre las cosas que he aprendido y le enseño los videos que nos han puesto). O
sea que la parte física podríamos decir que está.
En cuanto a la parte logística, también estamos
casi listos, ya tenemos el coche, ya hice mis famosos pompones y ya compramos
el mueblecito que va en el cuarto de Giulia, que me dispuse a armar el lunes en
la tarde (¡me encanta armar cosas!) ¡y por el cual mi pobre espalda sigue pagando
las consecuencias! O sea que el cuarto está listo (o estará mañana que
nuevamente agarre fuerzas para guardar las cosas que todavía tengo en
organizadores gigantes). Ropita tenemos mucha gracias a los regalos y herencias
de tantos amigos de todo el mundo (este embarazo nos ha hecho darnos aún más
cuenta o, en todo caso, recordar, que la verdadera amistad no tiene que ver con
tiempo de conocerse ni con distancia, sólo con cariño y voluntad de crear y
mantener lazos fuertes a pesar de todo), ya está lavada y planchada y
categorizada por edades para tener más claro en qué orden usarla (y espero me
de tiempo de usarla TODA porque toda es LINDA). Mi lista de cosas por comprar
está casi casi terminada y lo que falta espero terminar de comprarlo en la
semana o a más tardar la próxima pero digamos que si Giulia llega mañana, estamos
logísticamente listos (¡¡salvo por los pañales que Alberto tendría que ir a
comprar corriendo antes de nuestro regreso de la clínica!!).
Sobre cómo me siento físicamente, es
cierto lo que dicen, nada como el segundo trimestre. Ya volvieron algunas de
las molestias de las que me había “deshecho” (como indigestarme más
rápidamente) y han aparecido algunas que no tenía (como tener días en los que
tengo que caminar muy lento, o no poder dormir bien algunas noches o, como hoy,
sentir que Giulia me está apretando los pulmones y que me falta el aire), pero
aún nada tan grave como para llegar al punto de querer que “me saquen a esta
niña de adentro”. Todavía me siento feliz con mi panza, cómoda con mi cuerpo y,
aunque más cansada, aún encantada con todo el proceso que si pues, incluye
algunas molestias, pero aún con ellas no me cambiaría por nadie en este
momento.
Respecto a las hormonas, debo reportar que en
esta última parte del embarazo estoy bastante más hormonal que antes. Lo que a
muchas mujeres les pasa al principio, a mi me ha pasado más bien al final.
Lloro con mucha facilidad. No es que llore sin motivo, no es que de un momento
a otro me vengan ganas de llorar o que esté en una montaña rusa de emociones y
que tenga cambios de humor repentinos es simplemente que a la más mínima provocación
lloro. Y lo odio. Lo odio porque yo no suelo ser así, lo odio porque siento que
me hace ver irracional y que mis argumentos pierden peso cuando hay lágrimas de
por medio. Por otro lado me gusta en el sentido que es liberador, que en ese
momento, por alguna razón, sólo siento la necesidad de llorar y que llorar casi
sin control se siente bien. El lado amable es que siempre puedo reconocer la
causa de mi llanto. Como dije, no es que sea un llanto inmotivado, es sólo un
llanto exagerado, por cosas que normalmente no lloraría. Pero a mi parte
racional (que es la mayor parte en mi) le consuela saber que hay una razón,
aunque esa razón no sea proporcional al llanto que genera.
Emocionalmente no se si estoy lista para la
llegada de Giulia, creo que si, o por lo menos estoy cada vez más cerca de
estarlo. O sea, como ya he dicho antes, voy
por el camino justo de estar todo lo lista que se puede estar para un cambio
como este. Es cierto, todavía me da un poco de flojera el hecho de pensar en
las primeras semanas de lactancia cada 2 o 3 horas y en que seguro andaré muerta
porque no dormiré tanto pero, para ser sincera, no veo la hora de tener a
Giulia conmigo y poder darle de lactar. Es más, aunque no lo crean, aunque no
quiero que pase mañana, le tengo muchas ganas al parto también. Me muero por
vivir la experiencia, por pasar por el proceso de traer a Giulia al mundo y si,
de hacerlo yo sola (es decir sin ayuda de intervenciones médicas como hormonas artificiales)
y si es posible 100% natural (léase sin epidural).
Parte de mi evolución de los últimos meses ha
tenido que ver mucho con mi forma de ver el parto y la lactancia. Nunca me
cansé de decir en mis post anteriores que estoy maravillada con la naturaleza,
con el proceso por el que atraviesa el cuerpo cada día y los cambios que, desde
fuera, uno puede ver en todo momento. Pero la verdad es que mi sorpresa o mi
admiración por la naturaleza va, cada vez más, mucho más allá de los cambios
que he experimentado yo misma. Mi admiración ahora (y seguro cada día será aún
más) es mucho más general y me ha hecho cambiar muchísimo la idea que tenía de
lo que quería que fuera mi parto, de lo que yo creía era o debía ser un parto y
también de la lactancia.
Hasta hace unos meses (y desde antes de salir
embarazada), yo quería un parto natural porque – decía yo- por algo se llama
natural, porque es la forma que la naturaleza ha establecido que deben nacer
los niños. Lo quería con epidural porque
–decía yo también- para qué sufrir si puedo tener un parto sin dolor. Quería
dar de lactar porque sabía (por algo de cultura general no porque hubiese leído
del tema) que no existe fórmula que pueda competir con la leche materna y
porque es claramente lo mejor para el bebe (una vez más, es lo más natural, es
la forma que la naturaleza tiene prevista para que los mamíferos alimenten a
sus crías).
Hoy quiero casi lo mismo (a excepción del “pequeñísimo”
detalle de que no quiero la epidural o por lo menos quiero tratar, siempre se puede cambiar la decisión en el camino) pero por muy
diferentes razones o, mejor dicho, por muchísimas más razones que no voy a entrar
a explicar porque sería larguísimo. Hoy, luego de meses de clases de yoga
prenatal, de clases prenatales, de haberme cruzado en el camino con distintos
tipos de personas, así como con doulas y parteras, de haber aprendido sobre todas
las demás opciones (que estoy segura no hubiera llegado a saber en otras circunstancias)
creo que tengo la suficiente información como para ahora tomar decisiones que
antes había “tomado” por haber oído cosas o por “instinto”. Hoy me siento
segura de las opciones que estoy eligiendo para tener el parto que quiero (esto
no quiere decir que no tenga la mente abierta y el claro entendimiento de que
lo más probable es que las cosas no salgan exactamente como yo espero, que un
parto es, o puede ser, bastante “impredecible” pero por lo menos se cuáles son
las cosas que, dentro de lo que se pueda, haré lo posible –e imposible- por
hacer respetar en el hospital.
Otra cosa que si ha cambiado en estos meses…en
realidad, ha cambiado en las últimas semanas, incluso días, es que ahora si le tengo
miedo al parto. Pero no al parto en sí mismo. El proceso lo quiero pasar, la
experiencia la quiero vivir. A lo que le tengo miedo es a mí. A mi reacción en
la situación, a la persona en la que me
convertiré en el proceso, en el trance. No se qué persona seré en ese momento,
no sé si voy a querer que me toquen o si voy a querer que me dejen sola, no sé
si voy a poder hacer las cosas que he aprendido en mis clases o si me voy a
bloquear de susto. No conozco a la Moci de ese día… y me preocupa. Tengo miedo
a ser yo misma la que boicotee la experiencia que quiero. A no “dejarme ir” -
como intelectualmente sé que tengo que hacer para que el parto sea como yo
quiero. A que mi cerebro (que suele ser bien terco) no se apague y le impida al
resto de mi cuerpo hacer lo que tiene que hacer para que Giulia llegue al mundo.
Con este miedo lidiaré en las semanas que vienen y no me queda más que
simplemente seguir preparando a mi mente para ese día… Lo bueno es que es un
miedo “bonito”, es un miedo que tiene una fecha de vencimiento y que luego de
enfrentado seré una persona diferente… ¡y que para cuando haya pasado tendré a
Giulia conmigo!
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