El viernes pasado tuvimos nuestra segunda cita
médica. “Tuvimos” en este caso, incluye
a mi hijit@ y a mí. Lamentablemente, por motivos de trabajo, Alberto no pudo ir con nosotros. Por más que
tratamos de adelantar o atrasar la cita para que él pudiera estar, el doctor
insistió en que fuéramos en la fecha original. Para ser sincera, dejando de
lado el hecho de que quiero que Alberto viva conmigo de la manera más cercana
posible, cada uno de los eventos del embarazo (digo, ya que no va a cargar la
panza –aunque él también están engordado y dicen que es muy normal en los
futuros padres- y no va a sentir las patadas, por lo menos que vea todas las
ecografías, ¿no?), no es que necesite que vaya conmigo como apoyo moral. Yo
siempre he sido muy independiente, he
hecho todo sola y he ido a todas mis citas médicas también sola. La razón
principal por la que queríamos ir juntos (además de la ya mencionada de
compartir lo más posible el embarazo) era por si algo no estaba bien.
Como conté en el post sobre nuestras primera
cita, la primera vez que tuvimos un chequeo el bebe aún no estaba en el saco
amniótico y aunque esto es muy normal en la etapa del embarazo en la que
estaba, igual siempre está el riesgo de que el saco no se llene nunca y el
embarazo termine en pérdida. A diferencia de otras mujeres, a mi el saber estas
cosas (las cosas que pueden ir mal) me hace bien, la información me
tranquiliza. Soy de las que prefiere saber todo y de las que –felizmente- no se
queda con lo malo sino con lo bueno. Esto no significa que no ignore los riesgos y posibilidades, pero digamos que no me mortifican. Por eso queríamos
ir juntos, porque si las cosas no iban bien, hubiera sido un poco triste estar
sola. Al final, a pesar de que más de una amiga se ofreció para ir conmigo,
decidí, como siempre, ir sola (empujada un poco por la enfermera de la clínica
y por mi instinto que me decían que todo estaba bien).
La verdad es que estaba tranquila, digamos que
95% tranquila. Contra todos los pronósticos, las cuatro semanas de espera entre
una cita y otra no se me hicieron eternas. Tampoco fue como la primera cita que
casi no dormí. Esta vez estaba confiada de que todo estaba bien (aunque los
síntomas de embarazo pueden continuar luego de una pérdida los míos eran cada
vez más fuertes y eso me daba calma) pero mentiría si les digo que no había un
5% de mi que estaba preparado (si es que se puede estar preparado) para que
algo saliera mal.
Lo que si no ayudó mucho a mi paz y
tranquilidad fue que una vez que entré al consultorio del Dr. Kosztin, muy
considerado él, trató de evitarme la molestia de una ecografía transvaginal y
quiso ver al bebe desde la panza (aunque yo misma le dije que creía que estaba
muy chiquito). Tal y como lo predije, no se veía nada. Por un minuto (que fue
lo que duró su intento de buscar al bebe) pensé que no lo encontraba porque no
estaba. Ahí sí me preocupé un poquito, felizmente no tuve mucho tiempo para asustarme
porque entre que me puse la bata a paso veloz y se reinició la ecografía no
pasó ni un minuto. Y fue ahí cuando
apareció, bien lindo él (o ella), en todo su esplendor, moviendo sus bracitos y
sus patitas. Bien cabezón mi frejolito, con su corazón latiendo fuerte y claro.
Las que son madres y han pasado por esto saben
que es difícil explicar con palabras lo que se siente. Definitivamente “emoción” sería una de las palabras más
cercanas. Para mí fue también una mezcla entre alegría y alivio, no sé en qué
proporción cada una y, aunque yo no soy TAN llorona, no pude contener las
lágrimas, primero cuando recién lo vi, y luego cuándo escuché el corazón.
Aunque había estado tranquila antes de la cita, ahí me di cuenta que ahora si, en
verdad, estaba tranquila.
Ya han pasado varios días desde la visita
médica y aún no sé si ya puedo decir que quiero a mi hijit@ pero
definitivamente si puedo decir que algo cambió. Algo importante pasó. Desde ese
día ya me lo imagino, ya lo puedo ver como un bebe fuera del vientre, todavía
sin cara, pero si con un enterizo blanco con bordes celeste (porque sigo
sintiendo que es hombrecito), ya me puedo ver cargándolo, no de recién nacido
pero si de un par de meses, o me lo puedo imaginar en su coche, paseando. Eso
no me había pasado antes del viernes. Ahora
me sale con más facilidad hablar de él/ella, referirme a mi hijit@ o a mi
frejolito; el haber visto que está ahí, que ahora si está ahí de verdad, lo ha
hecho mucho más real (aunque debo confesar que desde la semana anterior ya había
empezado a emocionarme viendo decoración para cuartos, baby showers y
cochecitos…gracias mi mamá que me contagia su emoción) y me ha hecho sentir más
feliz.
Alberto por su parte, aunque no estuvo presente
en cuerpo, estuvo más que presente en espíritu (y en teléfono). Él estaba en Italia
más nervioso que yo, tuvo que tomar valeriana antes de ir a trabajar y mandaba
mensajes y/o llamaba cada 5 minutos desde la hora de mi cita hasta la hora en
la que finalmente entré y obviamente cuando salí (nótese que en plena consulta
le mandé un sms diciéndole que todo estaba bien). Obviamente fue el primero en
ver la foto de la ecografía (aunque no el primero de ver el video por falta de
internet mientras viajaba dentro de Italia), seguido de mi hermano que estaba
despierto en México y esperando que salga del consultorio.
Por si alguno se está preguntando cuántas
semanas de embarazo tengo (ahora que ya pudieron medir al bebe que, por cierto, mide 2.84cm), pues resulta
que tengo las semanas que yo siempre dije que tenía (o mejor dicho, que mi aplicación
de Ipod decía que tenía), es decir, al día de hoy, 10 semanas y 3 días (tomando
como referencia el día de la concepción).
Como se imaginarán, todavía no sabemos si es
niño o niña, aun es muy pronto y la verdad es que una vez que lo vi moviéndose ni
siquiera se me ocurrió preguntar si se podía ver algo. No se si porque sabía que
aún es muy pronto para ver algo o si porque en verdad, como dicen todos, al
final no importa y en verdad uno sólo quiere que esté sano.
Luego de esta cita, y viendo que todo estaba
bien, Alberto y yo decidimos hacer público el embarazo. Antes de hacerlo público, y para no
interrumpir a Alberto mientras estaba trabajando en el curso en el que está, le
mandé un mail preguntándole si ahora que todo estaba bien podíamos decirle a todos o si prefería esperar a la semana 12 que oficialmente acaban
los riesgos. Medio minuto después me llamó, ligeramente asustado,
preguntándome que por qué teníamos que esperar si él ya le había dicho a medio
curso incluyendo a un montón de desconocidos. ¿Después quién era el que no
quería decirle NADA a NADIE, no?
Una vez más quiero agradecer a todos nuestros familiares, amigos y conocidos que se emocionan tanto por nosotros cuando les contamos la noticia. Gracias por las cosas tan lindas que nos dicen y por alegrarse tan sincera y genuinamente. Quiero en especial mencionar una de las palabras más bonitas y reconfortantes que me han dicho en estos días: “Que niño más feliz será con una mami como tú.” Gracias Erickson, aunque no soy TAN llorona, me hiciste llorar.