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miércoles, 21 de noviembre de 2012

Mi último fin de semana sola


Muchos de ustedes vieron que posteé en mi estado de facebook que estaba emocionada con mi último fin de semana sola. Y cuando dije sola me refería a SOLA, sola sin Alberto, sola sin mis papás, sola sin Giulia, bien y felizmente SOLA, sólo conmigo, como quien dice, “me, myself & I” (a ver, tenía a mis amigos acá per yo quería estar SOLA y estaba feliz con la idea).

Yo se que a algunos les parecerá rara o exagerada tanta emoción y creerán que soy mala por estar tan contenta de que mi esposo se vaya de viaje y de no tener todavía a mi hija, sobre todo tomando en cuenta que seguro hay muchas mujeres que a estas alturas de su embarazo sienten –aunque estoy segura que muchas sólo lo dicen pero en verdad  no lo sienten tanto- que ya no pueden más por conocer a sus bebés y que no ven la hora de tenerlos/as con ellas. Pues yo lo digo bien orgullosa: estaba contenta de estar sola, estaba contenta de poder tener ese último fin de semana para mi, estaba contenta de poder hacer todo el día lo que quiera sin hablar con nadie si no quería (ojo, no es que con Alberto acá no pueda hacer lo que quiera, sobre todo los días de semana que estoy sola todo el día, pero es diferente, este era MI fin de semana). Estaba feliz de poder tener esos días para mi, aunque no hiciera nada especial con ellos (como de hecho fue, me dediqué a comprar las cosas que faltaban para Giulia).

Por otro lado, aunque para muchos no sea un gran evento, como ya lo he dicho antes, para mí el estar sola es un hábito, una costumbre –que además aprecio- y que como todo hábito o costumbre, cuesta romper…y yo la voy a tener que romper de “zopetón” el día que Giulia decida hacer su esperada aparición. Así que si, para mí, este fin de semana era un GRAN EVENTO (como se dice en inglés, un “big deal” -perdonen la “gringada/huachafada” pero es que así se expresa mejor).     
         
Y no me malentiendan, yo se que la vida con Giulia será aún más linda, que si ahora mi vida es feliz y maravillosa (porque de verdad la considero así, no perfecta, pero si muy feliz y maravillosa, una vida en la que no me arrepiento de las decisiones tomadas y los caminos elegidos aunque con ellos haya hecho sacrificios y a veces vea las cosas dejadas en el camino con nostalgia), con Giulia será MÁS FELIZ Y MARAVILLOSA, pero como por ahora conozco sólo “feliz y maravilloso”, quiero disfrutarlo hasta el final.

Y lo quiero disfrutar porque ahora que cada vez se acerca más la fecha, y la verdad ahora si siento que se acerca, no sé si es por la certeza de estar ya en la semana 38 (y que mi aplicación del Ipod dice “19 days to go” y que, sea como sea, de la semana 41 no voy a pasar), si es por un tipo de corazonada –ya sabemos todos que mi sexto sentido no es muy acertado que digamos-, o porque ahora voy al médico hasta dos veces por semana y me conectan a un monitor cada vez; tengo frecuentemente esta sensación de que muchas de las cosas que hago son mis “últimas” (mi última ida al cine sola –fui a ver Twilight porque seguro nadie iba querer ir conmigo igual; mi último paseo fuera de la ciudad –que no llegué a hacer pero mientras tenía que decidir si ir o no, aunque sabía que era mejor no ir, sentía una angustia porque era el último, y así con varias cosas) y me entra el miedo, el miedo de extrañar todos  estos “últimos”.

Y no sólo es de extrañar esas “últimas” cosas que me da miedo. Como ya había contado, el final del embarazo me ha vuelto más emocional que el inicio (aunque debo decir que parece que lo peor ya pasó, creo que fue la semana 36 la del pico hormonal, por varios días sentí que estaba al borde de las lágrimas constantemente…) y lo que más me entró creo (y digo creo porque sigo sin estar 100% segura que esa sea la única razón por la que me sentía tan llorona o si mi personalidad racional ha decidido que esa sea LA razón porque NECESITO tener una razón…ya sabemos que la excusa de “son las hormonas” no nos satisface mucho ni a mí ni a mi cerebro) fue el miedo a no saber qué hacer cuando nazca Giulia. Miedo a las cosas menos importantes en verdad (no vale burlarse), no al momento en que llore y no saber por qué o a que se enferme y no saber qué hacer (eso ni lo había pensando y ahora que lo pienso, tendría más sentido tenerle miedo a eso…es más ¡qué miedo!) sino a miedo a vestirla mucho y que se achicharre o a vestirla poco y que se congele (este miedo es propio del hecho de que la pobre nace en pleno invierno), miedo a no saber cambiarla (y encima, ¡mi mamá que es la que viene a ayudarnos y enseñarnos no ha cambiado un bebe en los últimos 30 años! ¡Es más, se acaba de enterar que ya no se usa talco sino estas cremas como Desitín en los pañales!), miedo a que la mamá relajada que según yo quiero ser, se convierta en un monstruo aprehensivo que no sea capaz de dejar a su hija ni un segundo sola porque no confíe en nadie (ni en el padre) o que no sepa darme cuenta que ya es momento de sacarme la leche para poder dejarla con su biberón, miedo a que en vez de querer andar de callejera por la vida como normalmente hago, me den ganas de estar encerrada por la flojera de tener que salir en invierno con todo un cargamento y mi pobre hija vestida como astronauta (aunque la ropa de astronauta la tiene y linda) o a volverme una traumada de los gérmenes y bichos cuando en realidad yo soy de la opinión que un poco de bacterias le hacen bien a todos (de hecho no he comprado ni esterilizador con esta teoría).  

No sé, miedo a al final no ser como me gustaría ser como mamá (como verán, la confianza que según yo le tenía a mi instinto, como dije en uno de los primeros post se fue al cacho): una mamá con una hija que se adapta a todo, que en el avión se la puedo “prestar” al vecino desconocido sin que ella llore si tengo que buscar algo en el maletín (nos ha pasado que nos han “prestado” bebes así y nos pareció lo máximo), que deja que todo el mundo la cargue, una mamá con una hija que si bien tiene horarios y estructuras también puede romper con ellos de vez en cuando y bueno pues, si un día no hay para que coma papilla hecha en casa en la calle a la hora que le toca, no hay que correr de regreso sino que se come un pan y ya, en conclusión, una mamá fácil, con una hija fácil (claro que esto también va a depender de su carácter), que se la cuelga encima (ya me compré mi tela gigante para ponerme a Giulia y estoy practicando con un peluche…es de lo que más me emocionaba de las cosas que comprar) y sigue su vida feliz sin hacerse bolas.

Y bueno, por esos y muchos más miedos quería aprovechar este último fin de semana en que era yo y sólo yo, con miedos y todo pero aún sin la necesidad de enfrentarlos cara a cara (ni de cambiarle pañales). Si hay algo que me tranquiliza es que creo que la mamá que quiero ser se parece bastante a la mujer que normalmente soy (sólo que con “yapa”) y que he sido en los últimos tiempos y que creo que con todo y mis miedos (muy usuales ellos por cierto, según leo) creo que tengo altas probabilidades de salir airosa luego de un –espero breve- periodo de adaptación. Y para terminar, sólo quería que conste, que aunque me encantó estar sola y casi no respondí ni llamadas ni mensajes de texto (¡perdón!), contra todo pronóstico, extrañé a Alberto.

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