Giulia llegó a alegrarnos la vida el 15 de diciembre de 2012
a las 11:38pm, midiendo 56cm y pesando 3.5 kgs., luego de como 8 horas de
trabajo de parto, no tantas si pensamos que el promedio es de alrededor de 12 y
que al final fue una inducción inesperada. Visto en retrospectiva, ese día ha
sido uno de los mejores de mi vida, en el que he estado más orgullosa de mi
misma y más enamorada de mi esposo.
Pero empecemos por el principio. Esa mañana, como todos los
días de la última semana, fui –esta vez acompañada por Alberto porque era
sábado- a mi monitoreo de la panza. Desde que vi el monitor yo misma noté que
había algo diferente. Algo raro con los movimientos de Giulia, se notaba que
había algo, no malo pero distinto, picos altos más altos y bajos más bajos. De
hecho se lo comenté a Alberto mientras estábamos ahí sentados (yo bien
preparada –como todas las veces- con mis mandarinas, morochas y demás alimentos
dulces para asegurarme que Giulia se moviera).
Cuando salimos, la enfermera nos dijo que, antes de
atenderme, el doctor quería una ecografía. La ecografía salió bien, Giulia había
crecido y decían que podía pesar 4kgs. Luego, cuando fui donde el doctor, éste
me revisó y dijo que había dilatado alguito, menos de 2 centímetros, pero que el
cuello del útero seguía grueso y Giulia sin encajar. Igual hizo una maniobra
para ver si comenzaban las contracciones y me dijo que ya que mi cuello se
había alineado un poquito, quería revisarme el líquido amniótico porque
sospechaba que el cordón estaba aplastado contra la pared uterina (por eso los
picos extraños durante el monitoreo) y que si el líquido no estaba claro o me
operaban o me inducían. Le pregunté por mi puntaje en el Test de Bishop (que un
conocido sistema de puntuación que mide la maduración cervical, cuando suma un
total igual o mayor a 7 las posibilidades de éxito de una inducción son altas,
si suma menos pues no tanto y es probable terminar con una cesárea). No quería
pasar por el dolor de una inducción para terminar en una cesárea, por eso le
pregunté. Mi puntaje fue 5. No muy alentador.
Luego me hicieron lo del test del líquido y, según el doctor, no estaba muy
oscuro pero tampoco estaba claro y que mejor daba a luz ya. Mi primera reacción
fue llorar cuando vi a Alberto afuera. El estaba re feliz porque estaba
desesperado por ver a Giulia, yo estaba nerviosa, supongo que también asustada. Contenta no mucho a
decir verdad, creo que tenía miedo de que ahora si llegaba Giulia.
El doctor nos explicó todo, nos dijo que no creía q funcionara la inducción
pero que si lo que yo quería era un parto natural pues se intentaba, no se
perdía mucho, a lo más algunas horas. La verdad, yo estaba lista para rendirme
-tenía el pretexto perfecto para ahorrarme el dolor del trabajo de parto, pero
una parte de mi me empujaba a hacer la prueba... Creo que yo soy así con todo, como
que ante situaciones complicadas siempre hay una parte de mí que quiere rendirse.
Felizmente, hay otra parte más competitiva y arriesgada que no me deja y que
normalmente gana pero siempre está esa sensación de no querer tratar y siempre
tengo o me doy "razones" –que más bien serían excusas- para no probar.
El plan era romperme la fuente y darme un par de horas, si
con eso no pasaba nada empezábamos con la oxitocina y, si en una hora más no
pasaba nada, me cortaban. Me interné inmediatamente. La rotura de fuente no
funcionó porque el cuello del útero no estaba tan alineado como creíamos (lo que demuestra lo mal que estábamos en probabilidades
de parto natural). No tenía ni una hora en el hospital y ya había pasado por
varios procedimientos bastante invasivos que no voy a comentar pero que me
hicieron entender aún más el por qué muchas mujeres eligen parir en su casa. Como
el “plan A” no funcionó, pusieron en práctica el Plan “B”. El doctor me sugirió
ponerme la vía para la epidural aunque no la quiera usar (porque yo insistía en
no querer usarla) por si acaso. Yo no estaba muy convencida porque me parecía
que eso haría que me "rindiera" más fácilmente y que aceptara la
epidural al primer dolor fuerte pero Alberto, sabiamente, me dijo que me la
ponga. La verdad esa fue la única parte fea de mi parto. La anestesióloga era
una bruja, cero empática y casi casi que me trató mal. No me explicaba bien
como ponerme y me hincó mil veces hasta que finalmente se puso delante de mí a
enseñarme la posición exacta en la q quería q me ponga (digo, ¿por qué no lo hizo
cinco pinchazos antes?) y ¡finalmente le atinó!
Con tanto hincón me movió alguna “fibra” interna que me puso
de muy mal humor e hizo que se me salieran todos los miedos que tenía adentro. Ni
bien se fue la anestesióloga me entró el pánico de qué pasaría si veía a Giulia
y no sentía nada, si no la quería, -de hecho, este había sido mi mayor
preocupación durante el embarazo- y me puse a llorar. En ese momento, sólo Réka,
la doula que me ayudó a parir, estaba conmigo y me dijo que eso no pasaría y
que, en el caso pasara –porque pasa, y más seguido de lo que la gente está
dispuesta a admitir-, tenía toda la vida para enamorarme de mi hija.
Empezaron las contracciones y la verdad todo bien
aguantable. Alberto al principio leía su libro porque la verdad la cosa estaba
"fácil". Era un muy gracioso ver la cara del doctor cada vez que
venía a ver lo de la dilatación, cada vez estaba más sorprendido; ni él se
creía que estuviera progresando...y eso me motivaba mucho a mí. Dilaté bastante
rápido tomando en cuenta las circunstancias en las que se inició el parto. Cuando
estaba por 7 centímetros de dilatación más o menos el doctor me dijo que si iba
a querer epidural ese era un buen momento porque así me ponían más oxitocina y
avanzábamos más rápido. Le dije que me deje pensarlo. Luego de un rato, ya
cuando las contracciones eran más fuertes y luego de que una de ellas me
agarrara echada de espaldas (¡nunca permitan que eso les pase!), me entró el
hartazgo repentino y pedí q me pongan la epidural (yo sentía q podía aguantar esos
dolores pero no estaba segura si hasta pasadas la 1am que según mis cálculos era
cuando estaría lista para parir, al final fue como dos horas menos). Mi razonamiento fue el siguiente: “yo quería
un parto no medicado y esto claramente NO es un parto no medicado así q al
diablo (ya que me la he pasado pegada a una bolsa de hormonas y sentada en una
pelota sin poder moverme todo la tarde)”. Igual, hasta ahora medio que me
arrepiento de haberme rendido y me mata la curiosidad de saber cómo se hubiera
sentido seguir sin anestesia.
Una vez que me pusieron la epidural, yo esperaba q se me
fuera el dolor -digo, si ya me había rendido, al menos q no me duela- ¡pero no,
no se me fue el dolor! Y cuando me quejé, la anestesióloga dijo que no me lo
quería quitar todo porque ya faltaba muy poco para pujar y querían que sienta, que
lo único que buscaban era poder ponerme más oxitocina y que la anestesia mantenga
soportables las contracciones más fuertes que se venían. Por unos minutos la
odié pero luego lo entendí y le agradecí.
Para mi gran suerte, la enfermera obstétrica que nos tocó
-una señora simpatiquísima que, lamentablemente para mí, tenía la pésima
costumbre de hablarme en medio de las contracciones, que a veces hasta me hacía
preguntas (¡esperando una respuesta!) y que una vez hasta me quiso mover en
medio de una contracción- le ofreció a Réka que, si yo quería, ella podía evitar
que me hagan una episiotomía. En ese momento se volvió nuestra mejor amiga y ya hasta le perdoné que sea habladora. De hecho, al final fue ella la que recibió a
Giulia y no el doctor, que un acto de humildad que no se si verá muy seguido,
le cedió su lugar a la hora del parto y se dedicó a hacerme barra junto con
Alberto.
A Giulia me la dieron inmediatamente por unos minutos, luego
me la quitaron para extraer la sangre del cordón umbilical para poder enviarla
al banco donde la hemos almacenado y se la llevaron un ratito para limpiarla. Luego
de eso se la dieron a Alberto que se las llevó a mis papás para que la conozcan
y después me la regresó y me la quedé todo el rato que duraron los
procedimientos “post parto”. Le di de lactar inmediatamente, todo casi exacto
como yo quería. Sí la quise cuando la vi...o al menos mi reacción fue darle
besos y decirle que yo era su mamá. Me queda claro que uno se enamora día a
día, no sé si fue amor a primera vista... Lo que si se es que ahora la quiero
más... inexpresablemente más.
Todo terminó como a las 2am creo, cuando por fin me llevaron
a mi cuarto. Contra todo lo que yo había dicho, pedí que se llevarán a Giulia
porque necesitaba dormir. Por primera vez me sentí media mala madre –bien
triste, ni 3 horas de madre y ya con culpabilidad- pero la verdad en ese momento
más pensaba en mí que estaba despierta desde las 8:30 am y encima desvelada y,
sin comer. Igual no dormí bien, creo que estaba medio adrenalínica.
La verdad terminé bien contenta y orgullosa de mi misma. Pude sentir el
nacimiento de mi hija y así participar activamente en su salida. Alberto se
portó increíble, fue el mejor compañero de parto que hubiera podido tener.
Contra todos los pronósticos (míos, suyos y de su mamá), no se desmayó ni nada,
fue un gran apoyo en todo momento, tanto físico como moral (eso sí, no se animó
a cortar el cordón umbilical de Giulia porque estaba muy emocionado, temblando
y llorando conmigo luego de haberla visto por primera vez).
También contra todos los pronósticos, mantuve el buen humor
(con excepción de la parte de la epidural) y la sonrisa hasta el final. Réka y
Alberto no podían creer que hasta el último momento - cuando no estaba aguantando una contracción claro está- yo hacía bromas y me reía. De hecho,
justo antes de empezar a pujar, Réka me dijo "esto se va a poner peor
antes que se ponga mejor pero piensa que una vez que sale no vas a sentir este
dolor nunca más" y mi respuesta fue "no es verdad, si lo voy a sentir,
cuando tenga al segundo". Se rió y me dijo que soy la única que conoce que estando
a punto de pujar el primer hijo está ya pensando en el segundo.
Todo salió como salió porque tuve a la gente q tuve cerca. Si cambiábamos un
solo factor seguro el parto no salía tan bien. Por un lado, el médico que me
dio la oportunidad de tratar de dar a luz de forma natural (de hecho al día
siguiente cuando pasó por mi cuarto y le agradecí por todo, me dijo que lo más
fácil hubiera sido operarme y que de hecho ya hasta habían tenido lista la sala
de operaciones pero que le parecía que lo justo era darme la oportunidad de
tener el parto que yo quería y que la única razón por la que había funcionado
era porque yo era una optimista). Por el otro, la enfermera obstétrica que
ofreció ahorrarme la episiotomía; la anestesióloga que puso la anestesia justa para
que pudiera sentir la necesidad de pujar y así ser 100% participativa; y Réka
que ayudó de traductora, que fue un apoyo moral invaluable, que llevó sus velas
para volver la atmósfera más íntima y menos “hospital” (¡apagó la luz del
cuarto y todo!, yo pensé q cuando entrara el doctor nos iba a gritar pero no,
llego y dijo "!qué lindo ambiente!") y su hervidor para ponerme paños
calientes en la espalda y en la panza en cada contracción (ella y Alberto, uno
adelante y el otro atrás... gran ayuda el calor por cierto, con razón la tina
de agua tibia es tan popular).
También tuve suerte de que todo progresara a pesar de las pocas probabilidades
que se supone tenía. No se sí fue coincidencia pero desde la semana 36 yo venía
tomando unas “pastillas” homeopáticas que me había recomendado una enfermera obstétrica
y que servían para que, en el momento del trabajo de parto, las contracciones
sean "de las buenas", o sea de las que en verdad dilatan y no sólo
duelen... Quizás eso ayudó, no lo sé, pero de seguro las volvería a tomar. Además,
Giulia, aunque nunca encajó, venía en la posición perfecta. Fueron muchos los
factores y creo que todos contribuyeron a que mi parto fuera una experiencia
positivamente inolvidable, que repetiría sin dudarlo (la próxima, si se puede, ahora si no medicalizado a ver qué tal nos va), el corolario perfecto
para un embarazo perfecto.
Así que esa fue la historia, mi historia, la historia de la espera y llegada de
Giulia. Gracias a los que la siguieron conmigo.
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