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martes, 10 de abril de 2012

El poder de un babero.


Todos estos días, desde que nos enteramos de nuestra próxima e inminente paternidad y como ya les comenté, he estado muy rara. Hasta ayer no sabía ni cómo explicarlo. Tenía momentos de emoción absoluta en los que como que me daba cuenta de lo que estaba pasando y le decía a Alberto “¿te has dado cuenta que somos 3 en esta casa?” (y él me respondía que “somos 2 y un “poquito””) y luego otra vez sentía la misma “rareza”. Conversándolo con una amiga –mejor dicho “skypeándolo”-, tratando de poner en palabras lo que sentía (o lo que no sentía) encontré finalmente la palabra que buscaba. Estaba adormecida. Eso era, era como que no sentía nada.

Los que han estado en contacto conmigo en los últimos meses saben que, aunque siempre estoy o soy bastante feliz –mi teoría es que la felicidad más que momentos es un estado-, últimamente estaba particularmente contenta. Tenía un plan para mí. Había decidido volver a estudiar, reentrenarme y hacer un “cambio” de carrera (más que un cambio, había decidió tener una carrera alternativa) que me permitiera trabajar desde cualquier lugar del mundo, de manera flexible.  ¡Perfecta para mi  tipo de vida! Estaba por viajar Londres para estudiar Life Coaching, con la emoción de organizar todo (emoción que estaba siguiendo a la emoción anterior de hacer mi investigación para ver en qué escuela y dónde estudiar), de sacar mi visa, etc. Estaba feliz pensando en todo lo que iba a hacer después del curso, hacer mi página web, buscar clientes, tener algo mío. Estaba realmente eufórica.

Había surgido también la posibilidad de un trabajo en Budapest, uno bueno, en una empresa internacional, que me permitiría poner en práctica mi carrera mientras planeaba y preparaba todo para iniciar paralelamente la práctica del life coachingPor otro lado, estaba participando en Expatclic -una página web para mujeres expatriadas- como traductora y redactora, descubriendo un nuevo interés por la escritura, y además –como alguien me había sugerido que hiciera- estaba “pagándome algunas deudas a mi misma”: había retomado el francés, empezado a hacer yoga de manera constante y recientemente, había vuelto a correr, de hecho, hasta estaba pensando en entrenarme para la media maratón de Budapest. Estaba realmente llena de planes y proyectos, llena de metas.

Encima, mi matrimonio era “perfecto” (entre “comillas” porque ya sabemos que no existe perfecto y menos en el matrimonio). Alberto y yo, con todas nuestras diferencias, culturales y de todo tipo (y todos sabemos que somos muy diferentes), habíamos logrado un equilibrio excelente. Nos la pasábamos súper bien siempre, nos reíamos como locos todo el tiempo, teníamos miles de bromas internas, en verdad no podía pedir más a la vida (bueno, si podía: salir embarazada pero digamos que estaba feliz y tampoco creía que el no tener un hijo –siempre existía la posibilidad de que quizás no pudiéramos tenerlo- me frustraría la vida). Estaba en una etapa de conocimiento de mi misma que nunca había tenido, había crecido mucho en lo personal y estaba realmente contenta y agradecida con la vida, con la suerte que tengo, con todo.

Es en este contexto que llegó la noticia de mi embarazo. La noticia más esperada de los últimos meses/años. Ustedes dirán “¡Perfecto! ¡La cereza en la torta!”. Y si, en teoría si (bueno, y en la práctica también) pero no se sintió así en el momento. En el momento, junto con la alegría inmediata de ver el resultado positivo, se me descuadró un poco el plan (ojo que no he suspendido ninguno de los planes mencionados, bueno, si uno, el de la media maratón –como que no es el mejor momento-, ah, y el del trabajo -¡dudo que me vayan a querer estando embarazada!- pero lo del coaching sigue en pie, el viaje a Londres lo haré, el yoga continuará en su versión prenatal, seguiré en Expatclic, y así, la vida sigue como antes…casi) y empecé a armar (y, de hecho, sigo armando) el nuevo esquema en mi cabeza. Empecé a pensar (y sigo pensando) en cómo voy a hacer todo al mismo tiempo: buscar los clientes, preparar mi web, buscar el departamento nuevo, comprar las cosas del bebe, ir a Lima. Nótese que además, esto de hacer todo en paralelo no tiene nada de particular ni de física cuántica, la mayoría de mujeres trabaja mientras están embarazadas y preparan la llegada del bebé –y en circunstancias distintas, para mi hubiera sido igual-, es simplemente que yo no lo tenía previsto, como que a pesar de estar buscando el embarazo, no había realmente procesado la posibilidad de que podía pasar justo ahora, justo cuando voy a empezar cosas nuevas que aún ni siquiera son parte de mi rutina.

Luego de la noticia, la felicidad que venía sintiendo se fue, ya no me emocionaba el coaching, ni pensaba en mi viaje a Londres -lo que si permaneció fueron las ganas de escribir-, quedé adormecida, totalmente entumecida, como si me hubiera “dormido” como cuando se duerme una pierna.  Y no sentía nada (o no mucho), me sentía rara cuando veía la emoción de la gente cuando le dábamos la noticia y parecía que estaban más emocionados que yo. No me creía –salvo en los escasos momentos de extrema alegría que asomaban de vez en cuando- que adentro mío hay una persona en proceso; como dirían los mexicanos, “no me caía el veinte”. La verdad es que, a pesar de que a nivel intelectual entendía que era normal lo que estaba sintiendo- estaba bastante desilusionada conmigo misma, con mi reacción, con el hecho de no sentir nada.

Este post es justamente para decir que desde hoy ya no me siento adormecida (en realidad, no pensaba escribir hasta tener la cita con el doctor), que creo que el adormecimiento pasó. De hecho, terminó hoy, en la mañana, a las 7:30am, apenas me levanté y vi un correo que me envió mi hermano en el que me decía que le había comprado su primer regalo al bebe (en realidad segundo regalo porque el primero se lo compró antes que existiera, en navidad y no cuenta para estos efectos): un babero celeste (bien confiado él de que será hombre) de Harley Davidson. Con sólo ver el babero algo cambió dentro de mí. No sé si es porque hizo más real el hecho de que, efectivamente, voy a ser mamá en 8 meses y porque me hizo acordar de todo lo lindo del proceso, de los meses que se vienen (a mí siempre me ha ilusionado MUCHISIMO el embarazo y la panza), de las cositas lindas que le voy a comprar o porque simplemente se necesita 1 semana para asimilar una noticia como esta. Yo quiero creer que es más lo primero.

¡Gracias Julio, me devolviste la emoción que tanto extrañaba! ¡Estoy segura que vas a ser el mejor tío!


Su primer regalo

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