Todos estos días, desde que nos enteramos de
nuestra próxima e inminente paternidad y como ya les comenté, he estado muy
rara. Hasta ayer no sabía ni cómo explicarlo. Tenía momentos de emoción
absoluta en los que como que me daba cuenta de lo que estaba pasando y le decía
a Alberto “¿te has dado cuenta que somos 3 en esta casa?” (y él me respondía
que “somos 2 y un “poquito””) y luego otra vez sentía la misma “rareza”. Conversándolo
con una amiga –mejor dicho “skypeándolo”-, tratando de poner en palabras lo que
sentía (o lo que no sentía) encontré finalmente la palabra que buscaba. Estaba
adormecida. Eso era, era como que no sentía nada.
Los que han estado en contacto conmigo en los
últimos meses saben que, aunque siempre estoy o soy bastante feliz –mi teoría
es que la felicidad más que momentos es un estado-, últimamente estaba
particularmente contenta. Tenía un plan para mí. Había decidido volver a
estudiar, reentrenarme y hacer un “cambio” de carrera (más que un cambio, había
decidió tener una carrera alternativa) que me permitiera trabajar desde cualquier
lugar del mundo, de manera flexible. ¡Perfecta para mi tipo de vida! Estaba por viajar Londres para
estudiar Life Coaching, con la
emoción de organizar todo (emoción que estaba siguiendo a la emoción anterior
de hacer mi investigación para ver en qué escuela y dónde estudiar), de sacar
mi visa, etc. Estaba feliz pensando en todo lo que iba a hacer después del curso,
hacer mi página web, buscar clientes, tener algo mío. Estaba realmente
eufórica.
Había surgido también la posibilidad de un
trabajo en Budapest, uno bueno, en una empresa internacional, que me permitiría poner
en práctica mi carrera mientras planeaba y preparaba todo para iniciar paralelamente
la práctica del life coaching. Por otro lado, estaba participando en Expatclic -una página
web para mujeres expatriadas- como traductora y redactora, descubriendo un nuevo
interés por la escritura, y además –como alguien me había sugerido que
hiciera- estaba “pagándome algunas deudas a mi misma”: había retomado el francés,
empezado a hacer yoga de manera constante y recientemente, había vuelto a
correr, de hecho, hasta estaba pensando en entrenarme para la media maratón de
Budapest. Estaba realmente llena de planes y proyectos, llena de metas.
Encima,
mi matrimonio era “perfecto” (entre “comillas” porque ya sabemos que no existe
perfecto y menos en el matrimonio). Alberto y yo, con todas nuestras
diferencias, culturales y de todo tipo (y todos sabemos que somos muy
diferentes), habíamos logrado un equilibrio excelente. Nos la pasábamos súper
bien siempre, nos reíamos como locos todo el tiempo, teníamos miles de bromas
internas, en verdad no podía pedir más a la vida (bueno, si podía: salir embarazada
pero digamos que estaba feliz y tampoco creía que el no tener un hijo –siempre
existía la posibilidad de que quizás no pudiéramos tenerlo- me frustraría la
vida). Estaba en una etapa de conocimiento de mi misma que nunca había tenido,
había crecido mucho en lo personal y estaba realmente contenta y agradecida con
la vida, con la suerte que tengo, con todo.
Es en este contexto que llegó la noticia de mi
embarazo. La noticia más esperada de los últimos meses/años. Ustedes dirán “¡Perfecto!
¡La cereza en la torta!”. Y si, en teoría si (bueno, y en la práctica también)
pero no se sintió así en el momento. En el momento, junto con la alegría inmediata de ver el resultado positivo, se me descuadró un poco el
plan (ojo que no he suspendido ninguno de los planes mencionados, bueno, si
uno, el de la media maratón –como que no es el mejor momento-, ah, y el del trabajo
-¡dudo que me vayan a querer estando embarazada!- pero lo del coaching sigue en pie, el viaje a
Londres lo haré, el yoga continuará en su versión prenatal, seguiré en Expatclic, y así, la vida sigue
como antes…casi) y empecé a armar (y, de hecho, sigo armando) el nuevo esquema
en mi cabeza. Empecé a pensar (y sigo pensando) en cómo voy a hacer todo al
mismo tiempo: buscar los clientes, preparar mi web, buscar el departamento
nuevo, comprar las cosas del bebe, ir a Lima. Nótese que además, esto de hacer
todo en paralelo no tiene nada de particular ni de física cuántica, la mayoría
de mujeres trabaja mientras están embarazadas y preparan la llegada del bebé –y
en circunstancias distintas, para mi hubiera sido igual-, es simplemente que yo
no lo tenía previsto, como que a pesar de estar buscando el embarazo, no había
realmente procesado la posibilidad de que podía pasar justo ahora, justo cuando
voy a empezar cosas nuevas que aún ni siquiera son parte de mi rutina.
Luego de la noticia, la felicidad que venía
sintiendo se fue, ya no me emocionaba el coaching,
ni pensaba en mi viaje a Londres -lo que si permaneció fueron las ganas de escribir-, quedé adormecida, totalmente entumecida, como
si me hubiera “dormido” como cuando se duerme una pierna. Y no sentía nada (o no mucho), me sentía rara
cuando veía la emoción de la gente cuando le dábamos la noticia y parecía que
estaban más emocionados que yo. No me creía –salvo en los escasos momentos de
extrema alegría que asomaban de vez en cuando- que adentro mío hay una persona
en proceso; como dirían los mexicanos, “no me caía el veinte”. La verdad es que,
a pesar de que a nivel intelectual entendía que era normal lo que estaba
sintiendo- estaba bastante desilusionada conmigo misma, con mi reacción, con el
hecho de no sentir nada.
Este post es justamente para decir que desde hoy
ya no me siento adormecida (en realidad, no pensaba escribir hasta tener la
cita con el doctor), que creo que el adormecimiento pasó. De hecho, terminó hoy, en la mañana, a las 7:30am, apenas me
levanté y vi un correo que me envió mi hermano en el que me decía que le había
comprado su primer regalo al bebe (en realidad segundo regalo porque el
primero se lo compró antes que existiera, en navidad y no cuenta para estos efectos):
un babero celeste (bien confiado él de que será hombre) de Harley Davidson. Con sólo ver el babero algo cambió dentro de mí. No sé si es porque hizo más real
el hecho de que, efectivamente, voy a ser mamá en 8 meses y porque me hizo
acordar de todo lo lindo del proceso, de los meses que se vienen (a mí siempre
me ha ilusionado MUCHISIMO el embarazo y la panza), de las cositas lindas que
le voy a comprar o porque simplemente se necesita 1 semana para asimilar una
noticia como esta. Yo quiero creer que es más lo primero.
¡Gracias Julio, me devolviste la emoción que
tanto extrañaba! ¡Estoy segura que vas a ser el mejor tío!
Su primer regalo
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