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lunes, 4 de junio de 2012

Nuestra primera clase de yoga


Hoy, después de una búsqueda incansable -tanto online como por las calles de Budapest (hubieron dos estudios que busqué bien vestida de yoga y que jamás encontré en las direcciones que aparecían en internet)-, mi hijt@ y yo tuvimos nuestra primera clase de yoga prenatal.

Sinceramente, me gustan más las clases de Yoga Agni y Vinyasa (especialmente las de Agni) que tomaba antes de salir embarazada pero debo admitir que estas clases prenatales parecen bastante útiles. Éramos cinco mujeres en la clase, la “menos embarazada” –con mis 13 semanas exactas- era yo. Una de ellas tenía 32 semanas, otras dos estaban bien pasadas las 20 y había una más que tendría algunas semanas más que yo a juzgar por los tamaños de las panzas de cada una. Yo era también la más nueva en la clase y la única que no hablaba húngaro.

Cuando llegué, la profesora me dijo que tomara un mat de yoga, dos colchas (¿?) y dos almohadas largas (no eran tanto almohadas sino una especia de cojines en forma de tubo) (otra vez, ¿?). Agarré mis cosas y me instalé al final del salón.

“Gracias” a mi falta de húngaro, la clase se tuvo que volver bilingüe (la profesora me dijo que las podía hacer bilingües hasta que yo le diga que ya entiendo las indicaciones en húngaro…o sea que podemos asumir que seguirán así hasta diciembre que me toque dar a luz). Felizmente, esto no pareció molestar a mis demás compañeras de clase. Lo que sí, era un poco complicado para mí porque el húngaro y el inglés se intercalaban y tenía que estar atenta a que no se me pase la indicación en inglés en medio de tanto húngaro (porque además, siendo la profesora húngara, las partes en húngaro eran mucho más largas y detalladas que las de inglés así que si no estaba “mosca” me las podía perder).

A diferencia de mis clases “pre-embarazo” de las que salía empapada de sudor y muerta del cansancio, esta vez no derramé ni una gota y la verdad tampoco me tuve que esforzar mucho salvo por un par de estiramientos (todo el progreso que había logrado parece que lo perdí en estas 10 semanas de para forzosa). Me imagino que esto tiene que ver también con  el hecho que aún no cargo peso adicional en la panza, ya iremos viendo cómo me va después.

Esperaba una clase de yoga más “normal”, con muchas asanas (modificadas para embarazadas claro) y más movimiento y lo que encontré fueron muchos ejercicios de relajación y respiración, de control de músculos perineales (que hasta antes de hoy no tenía idea de qué eran pero resulta que su entrenamiento y fortalecimiento facilita el parto, puede impedir que te hagan una episiotomía y facilita la recuperación de “esa zona” post parto), de estiramientos pélvicos, varias posiciones que facilitan el trabajo de parto e incluso la salida del bebe y hasta unos minutos de “baile” (por si se quedaron con la curiosidad, resultó ser que las frazadas y cojines eran para facilitar algunas posiciones sobre todo en el caso de las chicas más panzonas). Al principio estaba un poco decepcionada pero al final de los 90 minutos, si sentí que las clases valen la pena, que me van a servir y ya me compré mi pase de 10 clases para ir dos veces a la semana de ahora en adelante.

Aunque todavía me siento desubicada poniéndome en cuatro patas en posiciones de trabajo de parto o aprendiendo técnicas de respiración, si creo que este tipo de clases te conecta de una manera especial con el bebe y sólo por eso vale la pena ir desde ahora. Desde el inicio, te piden que le hables a tu hij@ y que le digas que vas a empezar la clase, que él/ella también se relaje, que te toques la panza, que le avises que ya va a acabar. Es más, en la parte de relajación final te piden que mientras te vas relajando, toques tu barriga en la parte en la que están las distintas partes del bebe para que él/ella también se relaje (claro, como el mío es tan chiquito y no tengo idea de donde está, yo me acariciaba toda la panza pero las demás mujeres sí sabían más o menos cómo estaba posicionado su bebe y dónde tenían que tocarse la barriga).

A pesar de que desde la última vez que fuimos al médico -y vimos que nuestro bebe ya parece un bebe (y no un frejol cabezón) y que más o menos tenemos una idea de qué sexo es (y por lo tanto de cómo se va a llamar)- Alberto y yo hemos empezado a hablarle a mi barriga, la verdad es que siempre lo hemos hecho más de broma (por ejemplo Alberto quejándose de mí por alguna cosa y diciéndole que su mamá es una pesada y yo haciendo lo mismo y diciéndole que no le haga caso a su papá o que no aprenda tal o cual cosa de su papá). Hoy ha sido la primera vez que le he hablado en serio, que le he preguntado si le estaba gustando la clase (porque con lo activo que es fácil se estaba aburriendo con esto de los estiramientos y la relajación), que me he agarrado la barriga con “amor” (aunque esto quizás no sea tan cierto, porque aunque a veces me la agarro por costumbre, siempre lo hago con cariño) y que me he preguntado a mi misma qué estará sintiendo/pensando (o si siquiera puede sentir o pensar algo a estas alturas) con todos los movimientos raros que estaba haciendo. De alguna manera, es linda la clase porque sientes que estás haciendo algo CON tu bebe y, sobre todo, POR tu bebe (claro, y también por ti, porque si en verdad esto va a hacer el parto más fácil, lo va a hacer más fácil para los dos) y porque durante toda la clase eres cien por ciento consciente que eres una mujer embarazada, que requieres ejercicios diferentes (sino estaría en la clase de Yoga Agni que tanto me gusta) y te preocupas en cada minuto en pensar en la personita que llevas dentro. En conclusión, sales de la clase sintiéndote más embarazada que nunca y más cerca a tu bebit@.

¡La verdad, ya quiero que sea miércoles otra vez para ir a mi siguiente clase de yoga!

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