El domingo fue el día del padre en Perú (y en
Hungría y en la mayoría de países de Latinoamérica) y aunque estábamos en
Italia y ahí se celebra el 19 de Marzo, día de San José, como en España, para nosotros,
éste fue el primer día del padre de Alberto.
La verdad no tengo mucho que contar sobre este
día porque temprano en la mañana Alberto salió de viaje y no lo pasamos juntos
mucho tiempo pero quería escribir sobre esto para que cuando nuestro hijit@ lea
este blog, sepa cómo fue el primer día del padre de su babbo (como se dice
cariñosamente “papi” en italiano).
Alberto no se acordaba que era el día del padre
en Perú (aunque si me había escuchado coordinar el regalo que le estaba
mandando yo a mi papá) y si se acordó, así como yo en el día de la madre,
tampoco lo relacionó mucho con él mismo. Así que cuando abrió el ojo en la
mañana y yo –que estaba leyendo en la
cama porque ese día “madrugué”- le pregunté si se había despertado (es una
broma interna nuestra, cuando no nos queremos levantar el fin de semana nos
preguntamos mutuamente si ya nos hemos despertado y los dos decimos que no
aunque estamos con los ojos bien abiertos) él me respondió como siempre que no
y yo fui corriendo a sacar de mi maleta la bolsita de su regalo y se lo di.
Lamentablemente esta vez Alberto EFECTIVAMENTE NO SE HABÍA DESPERTADO y, como
seguía más dormido que despierto, se demoró varios minutos en captar lo del
regalo y el día del padre.
El regalo era muy sencillo, era un monedero que
él me había pedido no hace mucho para poder separar las diferentes monedas que
normalmente “colecciona” en la casa como consecuencia de tanto viaje. Era
chiquito, de cuero y azul. Lo más lindo era la envoltura que era plateada y se
cerraba con un sticker de una jirafa (como nosotros nos referimos cariñosamente
al bebe) en pañal. Adentro puse una tarjetita (con la misma jirafa) que decía “¡Feliz
primer día del Padre Babbo! Ti amo!” firmada por el bebe (con los dos potenciales
nombres por si el doctor se equivoca y no es lo que dijo que sería).
Conforme pasaron los minutos Alberto se empezó
a emocionar más y más y me agradeció muchas veces el regalo durante las dos
horas y media que estuvimos juntos antes que nos separáramos por su viaje. Yo,
por supuesto, como no podía ser de otra manera en situaciones importantes
durante el embarazo, me emocioné hasta las lágrimas (pero esta vez no a
sollozos, sólo lágrimas) cuando le entregué el regalo (y por los siguientes 20
minutos, mientras seguía leyendo mi libro).
Fue un día del padre simple, no duró mucho la
celebración pero fue significativo para los dos, creo que especialmente para
Alberto. Quizás para él ese haya sido uno de los pocos días (u horas) en los
que en verdad se ha sentido papá, en los que a él le ha tocado sentir la
realidad de nuestra “dulce espera”.
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