El otro día, una amiga que también está
embarazada por primera vez me dijo (entiéndase “me escribió” porque nos
estábamos mandando mensajes por Facebook) que siempre se preguntaba si sería
una buena madre y que por qué no escribía sobre eso. Ahí me di cuenta que no me
había puesto a pensar mucho –casi nada- en el asunto y de hecho debería ser una
de las cosas en las que más debería estar pensando. Hasta ahora he estado más
preocupada por la parte logística de la llegada del bebe (viendo lo del
contrato de Alberto, mirando potenciales departamentos para mudarnos,
averiguando dónde se compran cosas para bebes en Budapest, qué trámites burocráticos
hay que seguir para dar a luz en Hungría, etc.) que por cómo van a ser las
cosas cuando ya esté aquí.
Luego de pensarlo un rato (no mucho tampoco) me
di cuenta que si no he pensado antes en mis futuras habilidades de madre es
porque creo que confío en mi instinto (quizás equivocadamente, tomando en
cuenta que nunca he sido muy maternal) y en que, habiendo tenido el ejemplo de
mi mamá, seré una madre parecida a ella (con ser la mitad de buena creo que me
doy por bien servida). De hecho, para la mayoría de personas el referente más
inmediato de cómo ser (o no ser) buen padre son los propios progenitores y por
eso el mío es mi mamá y ella siempre me dijo que, como yo, nunca fue muy
maternal y nunca le tuvo mucha paciencia a los niños, hasta que fueron sus hijos.
Así que si ella, habiendo sido así como soy yo, hizo un tan buen papel, yo
confío en que a mí también me salga bien el rol de madre. Además, como nadie
nació sabiendo ni es el padre perfecto, estoy segura que iré aprendiendo en el
camino (y desde ya le pido perdón a mi hijit@ por los errores que seguro voy a cometer en los próximos años y que sólo serán fruto de mi intención de hacer lo mejor
que puedo por él/ella).
Pero el que no haya pensado en qué tal madre
seré no quiere decir que no me haya preocupado por otras cosas relacionadas con
la maternidad o con la crianza de mi hij@. Hay un tema que me viene dando
vueltas en la cabeza incluso desde antes de salir embarazada y que de alguna
manera siempre trato de bloquear de mi cerebro (como suelo hacer con las cosas
que me generan angustia): el cómo vamos a hacer Alberto y yo para conciliar
nuestras diferencias culturales.
En toda pareja, incluso en las más usuales, las
de dos personas que vienen del mismo país e incluso de la misma ciudad (a veces
hasta del mismo barrio), con la llegada de los hijos siempre hay ajustes que
hacer, detalles que pulir. Nunca dos personas han sido criadas de la misma
manera y, por lo tanto, hay que buscar (y encontrar) una forma de crianza que
satisfaga a los dos padres. En nuestro caso la cosa es aún más complicada. No
sólo hemos sido criados de maneras MUY distintas (las personalidades y estilos
de nuestros padres son totalmente diferentes) sino que, además, venimos de
países distintos y culturalmente pensamos distinto.
A veces parece hasta tonto pero asuntos que una
pareja unicultural se dan por descontados o son “obvios” en una pareja mixta como
la nuestra no lo son. Por citar un par de ejemplos: en Perú (y creo que en la
mayor parte de la América Latina) a las mujercitas se les pone aretes en el
momento en el que nacen (o por lo menos salen del hospital con sus aretes
puestos, aretes que por lo general son el típico regalo de los abuelos). En
Italia (y también en Hungría, por lo que me imagino que es algo generalizado en
Europa), no. En Italia ven casi como una mutilación el que a una niña tan chiquita
se le pongan aretes y se le haga sufrir luego de lo traumático que ya ha sido
el parto. Para ellos, la decisión de ponerse o no aretes debe ser tomada por la
niña cuando esté más grande o incluso cuando sea adolescente (una de las amigas
de Alberto me contó que se hizo los huecos en las orejas por primera vez a los
15 años, una amiga mía húngara se los hizo a los 20 y mi suegra no se los hizo
nunca). Entonces, en el caso que nuestro bebé sea una niña, tendremos que tener
una conversación que a las parejas “no mixtas” no se les habría ni ocurrido (de
hecho, yo no me había dado cuenta hasta que un día, paseando por Monza con
amigos de Alberto, uno de ellos hizo un comentario de sorpresa sobre una niña
en cochecito que tenía aretes y ahí me explicaron el por qué de su extrañeza).
Otro ejemplo es el hecho que en Perú (o al
menos la gente que yo conozco) los niños le llaman “tío” o “tía” a todo adulto
que conocen, ya sean familiares de verdad o amigos de los papás. En Italia eso
tampoco es así -cuando recién conoció a mi “familia” (entre comillas porque yo
considero familia todos esos tíos que en verdad no lo son), Alberto estaba confundidísimo porque no entendía
nada y no sabía quién era tío de verdad y quién un amigo de familia. Allá, tíos
son los hermanos de los padres y de los abuelos, -ni siquiera los primos de los
padres (que son considerados también primos)- y, por lo tanto, sólo a ellos se
les llama “ti@”.
Y esos son sólo muestras, ejemplos de diferencias
culturales macro, hay muchas más que afectarán de manera directa la crianza, el
día a día de nuestros hijos. La conclusión es que junto al proceso usual que
toda pareja tiene que atravesar en la búsqueda de un sistema de crianza propio,
nosotros tendremos algunos “obstáculos” culturales adicionales, obstáculos que además,
aunque siempre existen (incluso cuando sólo somos los dos) normalmente se hacen
más evidentes en temas y ocasiones importantes (la organización de nuestro
matrimonio fue la primera vez que fui consciente de que para nosotros varias
cosas iban a ser más difíciles) y que, como pareja, ya más o menos habíamos conciliado
(con no pocas batallas) y que ahora tendremos que trabajar en nuestra faceta
como padres. Y, para qué negarlo, me da un poco de miedo.
Justo ayer le comenté a Alberto que este tema
me estaba atormentando (él no veía tanto problema en el asunto… de hecho, él
desde antes estaba convencido de que, como de pareja estábamos tan bien “afinados”,
ser padres iba a ser facilísimo… ¡iluso!) y empezamos a hacer una especie de
lista de reglas básicas que nos gustaría tener con el bebe (leí que era bueno
hacer esto en mi libro de cabecera del embarazo y en otros lados). A pesar de
que desde el inicio de la lista empezaron a notarse las diferencias también hubo
varias coincidencias que me dieron tranquilidad así que, aunque veo avecinarse
varias batallas (cada uno tratando de defender e inculcar al bebe su “italianidad” y “peruanidad” respectivamente), creo que al final no va a ser TAN difícil
(o al menos eso espero).
No hay comentarios:
Publicar un comentario